Capítulo IX: Combate.

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Al entrar, Eren quedó mudo del asombro. Frente a él se dibujaba la casa soñada, un modelo que esperaría ver en los territorios que hicieron de escenario para la Colonización antioqueña, y no en una ciudad cosmopolita y ruinosa como Bogotá. Junto a los muros exteriores discurrían una serie de habitaciones, todas en ese momento con las puertas y las ventanas cerradas; las esquinas de la edificación parecían los centros de actividad, pues por una de ellas habían entrado, la correspondiente al garaje; frente a la puerta por la que había entrado se alzaba, allá a la distancia, la puerta de lo que parecía ser la cocina de la casa.

Dentro del edificio, y corriendo junto a las habitaciones y junto al edificio central, había un andén preciosamente adoquinado de dos metros de ancho que discurría casi invisible entre los árboles y arbustos que estaban plantados dentro de la casa. Los arbustos eran casi todos rosales, y Eren notó que en un sector del jardín eran rojas las rosas que daban, en otro amarillas, en el otro blancas y – por un pétalo que llegó a sus manos – en el último fragmento de jardín eran rosadas.

El edificio central, por otra parte, se dibujaba blanco en medio del jardín como un enorme bloque de mármol; amplísimos ventanales se dibujaban sobre sus paredes, dando a entender que eran cuatro las plantas de la edificación. Justo en frente del pasillo que daba a la entrada principal del complejo se encontraba la puerta del edificio, y eso lo sabía El Joven ahora porque miraba hacia atrás mientras seguía al hombre de los lentes gruesos que respondía al apodo de Tocayo.

Se permitió mirar a sus compañeros de camino un momento antes de entrar al edificio, en cuya puerta vio "La Biblioteca" escrito con la misma letra de molde y la misma tonalidad roja brillante que tenía aquél nombre en la tarjeta que le habían entregado. Sólo que esta vez el brillo era claramente metálico, y no plástico lustrado para brillar.

Tocayo y la Lectora estaban conversando en voz baja, un metro delante de él; parecían sonreír mientras miraban las puertas del edificio. Luz, un poco retrasada, observaba curiosa y atónita su entorno, y se permitió tomar con suavidad una de las rosas blancas que colgaban al lado derecho del andén. Estaba absorta, al igual que Eren observándola, cuando abrieron la puerta.

Diecisiete personas estaban allí, vestidas pulcramente con trajes de judokas blancos; en los rostros de todos, demacrados por mil diversas circunstancias, se veía una determinación y admiración a toda prueba. Separados del grupo, y descamisados, se encontraban Mauricio Sallandrera y un hombre tremendamente corpulento, un gigante, librando un encuentro marcial.

Los recién llegados permanecieron estáticos junto a la puerta mientras terminaba el encuentro. Sallandrera tenía un cuerpo mucho menos trabajado que el de Tocayo; empero, en su torso y brazos también se marcaban claramente los músculos desarrollados, pero no masificados por el influjo de ciertos ejercicios repetitivos. Lucía una cruz de hierro tatuada en cada hombro, acompañadas de varias llamas alrededor de las cruces.

Con mucha más agilidad que su adversario, un enorme blanco con el cuerpo trabajado más que el de Tocayo y con varios tatuajes en el pecho, Sallandrera se dignaba esquivar cada golpe y cada amenaza sin apenas esforzarse. Sonreía. Y en un descuido del grandullón asestó un soberbio puñetazo en la mandíbula del blanco, haciéndolo caer noqueado a tierra.

El hombre, derribado, vio como Sallandrera iba por el sobretodo blanco de los demás judokas y se dirigía hacia él, levantándolo con una mano. Respetuosamente, se saludaron y el enorme hombre fue a ubicarse entre los demás, siendo recibido con risas y elogios por parte de sus compañeros, entre los cuales, y para sorpresa de Eren y de La Morena, estaba Catalina Sallandrera.

-Las Artes Marciales, queridos alumnos, no son artes ofensivas, no son instrumentos de destrucción – Decía un Sallandrera sonriente a su público, dándole la espalda a los recién llegados – Para nosotros en este lugar son elementos de catarsis, de liberación; nos ayudan a combatir la angustia, a ocupar nuestra energía, a despejar nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestro espíritu. Nos ayuda en el proceso que llevamos y que terminaremos exitosamente. Son nuestras técnicas amigas y nuestros instrumentos de defensa. Nunca olviden eso. Son únicamente con el ánimo de defendernos a nosotros mismos y a lo que más queremos. Ahora pueden volver...

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⏰ Última actualización: Feb 21, 2017 ⏰

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