Blanditia fatalis

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Arrastró la silla por el suelo de piedra de la biblioteca. En aquel lugar vacío, el ruido que debería haberse ahogado en el bullicio de los susurros nerviosos, las reprimendas de la señora Pince y el pasar de las páginas, resonó por las bóvedas de piedra con una claridad ensordecedora.

Se quedó inmóvil, estudiando nerviosamente su alrededor como un ratón esperando la llegada del gato. Pasaron los segundos y el silencio regresó. Se permitió suspirar, aliviado, antes de sentarse con cuidado.

Las gafas se deslizaron por su nariz, las reubicó con un movimiento desenfadado y se permitió tranquilizarse bajo la luz del sol que se colaba por la ventana a su espalda. Se acostó sobre la mesa con un gruñido, totalmente agotado.

Harry no podía evitar lamentarse. Todo era culpa de Lavender. De Lavender y de su complejo de Rita Skeeter. ¡Oh, y de Ron! Harry estaba totalmente seguro de que nunca más pensaba confiarle nada a ese idiota. Por muy amigo suyo que fuera. ¿Cómo se le había ocurrido decirle a la mayor chismosa de todo Gryffindor que jamás había besado a nadie? Harry sentía mucho haber estado demasiado ocupado salvando el pellejo ante las mañas de Voldemort y utilizar el poco tiempo libre que le quedaba en no sucumbir ante una marea de suspensos... Resopló, haciendo que el aire le hiciera cosquillas en la nariz. Como si él no hubiera querido ser un adolescente normal.

Lavender no podía soportar que "el Niño Dorado" fuera un inocentón que no diera nada que hablar en los cuchicheos de los pasillos y en las páginas de El Profeta. No se le había ocurrido otra cosa que lanzarle un molesto maleficio: el blanditia fatalis. Por su culpa, una horda de adolescentes pervertidos le habían tomado como su objetivo y le habían hecho recorrer todo Hogwarts en busca de un lugar seguro donde no le saltaran encima y lo violaran en una esquina.

¿A quién se le podía ocurrir lanzarle ese asqueroso hechizo de amor? Era una pregunta que Harry no paraba de repetirse. Una magia capaz de hacer que todo el mundo que se sintiera mínimamente atraído por él lo persiguieran como animales en celo... La propia Lavender le había lanzado un petrificus totalus, afectada por su propio hechizo. Si no fuera porque Luna lo había protegido con un hechizo escudo, dándole la oportunidad de huir, Harry no sabía qué habría sido de él.

Se tensó al escuchar unos pasos interrumpiendo el cómodo silencio de la biblioteca. Con cuidado, se asomó por el espacio de sus brazos, esperando que no se le reconociera si no se veía su cara al completo. Una estupidez porque el maldito hechizo afectaba por el aire, no por la vista.

Era raro ver a alguien en la biblioteca con el calor tan agradable que hacía fuera. La gente prefería estudiar sentada en el césped antes de meterse en una fría y cerrada biblioteca. Al estudiar al recién llegado, lo primero que llamó la atención de Harry fue su lacio y perfectamente peinado cabello rubio platino. No necesitaba ver su piel pálida ni sus ladinos ojos grises para saber de quién se trataba: Draco Malfoy.

Con un gruñido, al ver que se acercaba a él, se irguió en el asiento. Harry, ya malhumorado, no pudo evitar molestarse al ver cómo Draco había tenido el valor de hacerse el sorprendido al verle. Sin embargo, el joven Malfoy sí estaba sorprendido y, aunque no quisiera admitirlo, un tanto asustado por el repentino torbellino que le recorrió el pecho. Harry siempre le había provocado una fuerte impresión, pese a que jamás lo admitiría, pero hubo algo extraño en esta ocasión, algo que le arrebató el aliento. No obstante, no tardó en poner su característica pose de príncipe todopoderoso, enarcando sus cejas en un gesto socarrón marca Malfoy.

— ¿Estudiando, Potter? —Preguntó con una sonrisa maliciosa—. ¿Qué ocurre? ¿Granger se ha cansado de hacerte todo el trabajo?

Al comprobar que no tenía ningún libro ni pergamino en el escritorio, ensanchó su sonrisa. Abrió la boca, dispuesto a hacer alguna broma estúpida y cortante, y Harry apretó el puño, dispuesto a soltarle un puñetazo ante el más mínimo comentario. Era como una olla a presión, a punto de reventar. Sin embargo, ninguno de los dos hizo nada. Un repentino tumulto hizo eco en la biblioteca. Decenas de voces gritando el nombre de Harry lo inundaron todo. Le invadió el pánico.

En algún lugar de HogwartsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora