1

192 4 0
                                    

Los viejos cimientos de la construcción eran de piedra, parecía un bonito lugar, para lo terrible que había sucedido; era como tener un pañuelo con que limpiarse tras llorar tanto en un velorio, esa misma sensación gris y gélida.

El edificio era un viejo hotel abandonado, con unas instalaciones amplias y aústeras. La anciana se despidió del detective y subió las escaleras con gran facilidad, la señora tenía una gran agilidad para su edad. Hasta el momento tras oír el relato de la anciana, todo sonaba a un relato escrito y dirigido por Stephen King en la cabeza del detecive; desde las escalofriantes casas y calles abandonadas, hasta los motivos de desapariciones. Incluso la atmósfera era deprimente en este lugar, el cielo se nublaba y era común la bruma y la niebla. ¡Frío!

Solo de pensar que había algo mas escondido en este lugar aparte del signo de interrogación que dejo esa anciana con sus ambigüedades, despertaba un interés. En la cabeza del detective Leonard Lorentz; era una pequeña bola de nieve por la pendiente de sus pensamientos, hasta aue sabía que chocaría contra la verdad ¡Crash! Sonaría al descubrir el misterio.

Leonard llegó a la recepción y le atendió una mujer de mediana edad, un poco gorda y con el cabello corto. Sus ojos eran extraños, amplios y vacíos, parecía un pez enojado o algo así, también por sus gruesos labios redondos y sin belleza, como los de un payaso mal dibujado.

La recepcionista le pidió unos cuantos dólares a cambio del hospedaje, le indicó que su habitación seria la última, pues ya nadie más cabía en aquel hotel. Le indicaron que la habitación estaria compartida, con otro huesped que también venía de fuera. A Leonard no le molestó la idea, pues nunca había tenido necesidad de privacidad, estaba acostumbrado a compartir desde su infancia con sus hermanos varones.
Compartía una habitación y una litera, eso le había enseñado, a dejar a un lado la privacidad, y mejorar en el arte de ser sigiloso.

Tomó el ascensor y llegó al piso superior donde se topó con el número de habitación que concordaba con el de su llave. Abrió y vió una habitación enorme con tres camas. Su vista estaba recta y frente a las camas un piano de cola, que para su sorpresa estaba siendo tocado por una jovencita algo alta y con una larga cabellera rubia hasta la cintura. La habitación contenía perfectamente el sonido pues no escuchó el piano del otro lado de la puerta.

La pianista usaba unos shorts de lona y una blusa algo olgada. Estaba de espaldas no se dio cuenta que Leonard había entrado y la estaba viendo.
En una de las camas estaba recostada una mujer de cabello negro y recortado, de ojos verdes, sumamente delgada.

La pelinegra tenía sobre su cama varias cosas, una cámara fotográfica, unas fotos tipo Polaroid, algunos periódicos y su computador portátil, ambas ignoraron por completo a Leonard.

-Ni sangre, ni algún otro rastro.- dijo la pelinegra que parecía más bien una periodista por su cámara y las fotos-

-Ninguna.- dijo la joven del piano. - y usted detective ¿Que opina?- Preguntó la rubia del piano sin darse la vuelta.

El enunciado dejó frío a Leonard. ¿Como demonios ella sabía que él estaba allí? ¿O que él era detective? No había forma. Quizás la viejecita enérgica había ido a contarles de manera rápida con su tono alegre y amarillenta sonrisa.

-Solo opino que aquí hay algo muy extraño que voy a sacar a luz.-Respondió Leonard con un tono galante como un Indiana Jones liberando feromonas.

-Sientese señor Lorentz.- Contestó la rubia pianista. Esta vez la jovencita había ido más lejos diciéndole su nombre. Eso le hacía sospecharel cada vez más de ese par de mujeres. No pudo decirles nada la anciana porque Leonard jamás les dijo su nombre, ni siquiera a la recepcionista.

La casa de los espejos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora