CAPÍTULO UNO: PARTE II

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Pero el Dr. Lane no es nada sino persistente y mi respuesta vaga no logra disuadirlo. Si solo me hubiese tomado el tiempo de averiguar algo sobre él antes de venir aquí. Cualquier cosa. Cuando tu modo de vida gira en torno a las mentiras, te das cuenta de que la mejor manera de protegerte es averiguar lo que quieren de ti y dárselo antes de que se frustren lo suficiente para indagar más en ello. Pienso en mi siguiente estrategia. Voy a colaborar si es lo que quiere, puedo hacer eso. Le daré mentiras, un montón de ellas. Tejeré una historia tan buena de arriba a abajo que deberá aceptarla.

—¿Qué quiere que diga? —adapto mi voz y mis rasgos, intentando lucir y sonar lo más monótona y relajada posible. Años de práctica hacen el truco—. Ya les he contado todo lo que ocurrió ese día. A mis padres, a usted, a los doctores en el hospital antes de eso. Mi pierna está sanando y yo estoy bien, más que bien. Todo lo que quisiera hacer ahora es olvidar que algo alguna vez ocurrió, pero todo el mundo alrededor parece decidido a no dejar que eso pase. ¿Quiere que relate una vez más para usted lo que pasó esa tarde? Permítame ahorrarle algunos detalles esta vez sin embargo. Hace un mes descubrí que mi ahora ex-novio estaba engañándome. Discutimos y me fui furiosa de nuestro encuentro. No miré a los lados antes de cruzar la calle. Un auto me atropelló. Esa es toda la historia. Pero estoy bien ahora y me gustaría continuar con mi vida, dejar atrás todo el asunto; volver a la normalidad, en casa.

Añado esa última parte con cierto recelo, odiándome por dejar que su pequeño truco me afecte.
Relajada y tranquila, me recuerdo.

Durante todo el tiempo que duró mi desapasionado discurso el Dr. Lane solo se limitó a escuchar. No se movió en absoluto. Ni siquiera parpadeó. Se sentó allí dándome su completa atención. No escribió cosas sobre mí en alguna carpeta como pensé que haría, o me interrumpió a la mitad de mi diatriba con preguntas. Pero ahora mismo luce como si le hubiese dado mucho en qué pensar, aunque no puedo imaginar cómo.

—¿Crees que esa es la razón por la que estás aquí?—pregunta.

Lo observo con cautela. Parece realmente interesado en la respuesta que pueda darle y eso me pone alerta al instante. 
Me tomo un momento para responder, para ajustar mi tono, ajustar mi conducta. Por alguna extraña razón no parezco ser capaz de controlarme a su alrededor y eso está molestándome.

Mantenlo gentil y dulce.

—Es de lo único que todos siguen hablando. De hecho, usted mismo sigue preguntando por ello.

—Es un gran evento para no hacer mención a el, Violet. Un suceso como ese podría ser considerado traumático para muchos.

Tal vez, pero yo no necesito hablarlo. No necesito ayuda. Puedo ayudarme a mí misma y para ello necesito olvidar que el accidente alguna vez ocurrió. No quiero que él vea las cosas dentro de mí. No quiero que nadie vea... pero, quizás sea por las drogas corriendo en mi sistema ahora mismo, o simplemente por todo el alboroto sobre los últimos días en general, que de repente no tengo deseos de enfrentarme a él en una lucha de voluntades.

—¿Por qué no podemos hablar de otra cosa? —pregunto, intentando aferrarme a mi nueva estrategia. Colaborar, colaborar, colaborar, me recuerdo.

Aguarda un segundo, estudiándome, antes de preguntar con una expresión suave y seria:—¿De qué deseas hablar en su lugar?

—¿Quiere que sea honesta?

—Por favor.

Intento no decirlo, realmente lo hago.

—De nada —suelto. Hasta ahí llega lo de cooperar—. No necesito esto, estar aquí. 

—¿Y por qué es eso? No puede ser tan malo, ¿o realmente lo es?

—Está perdiendo su tiempo, y el mío. Estoy bien, no necesito su ayuda y desearía que todos dejaran de exagerar lo sucedido.

Sopesa mis palabras durante un instante:—Tus padres parecen pensar lo contrario. Que no estás bien —aclara.

Aparto la mirada pero mi tono se vuelve un poco más suave al hablar de mis padres.

—Ellos se preocupan demasiado por todo. Si alguien me mira mal o si un chico rompe mi corazón, todo es igual de preocupante para ellos.

—¿Y es así?

—¿Qué cosa?

—¿Tienes el corazón roto, Violet?—Escanea mi cara.

No respondo de inmediato, lamo mis labios secos en su lugar.

—No.

Sí.

Quiero salir de aquí.

—De acuerdo —dice pensativo antes de asentir y levantarse de su silla.

Se dirige a su escritorio, toma una carpeta, realizando algunas anotaciones.
Me levanto también aunque no con tanta gracia debido a las muletas. ¿Es esa la señal de que puedo irme? Él no está diciendo nada más así que tomo el riesgo:

—¿Puedo irme ahora?

Asiente sin mirarme, su enfoque en la carpeta abierta en sus manos. Prácticamente corro hacia la puerta. O tanto como puedo. Pero me quedo rígida cuando lo siento en mi espalda.

—Violet —dice mi nombre y me obligo a mirarlo.

Su expresión es neutral. Profesional.

—Quiero verte otra vez.

Parpadeo.

—¿Qué?

—A la misma hora la próxima semana.

Y con eso dicho abre la puerta de su consultorio, manteniéndola para mí hasta que estoy fuera.

Mentiras agridulcesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora