CAPÍTULO DOS: PARTE II

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Con eso, él retrocede y me deja entrar. He estado dentro de esta habitación antes. Con mis padres hace dos semanas cuando me trajeron para conocer al Dr. Lane, y la semana anterior en nuestra primera sesión. Sin embargo, esta es la primera vez que entro en ella voluntariamente.
Recuerdo que nada más entrar la primera vez pensé que todo estaba predispuesto para verse como una habitación cálida y acogedora. Un truco para tranquilizar a los pacientes en una falsa sensación de seguridad, y lograr que admitan ciertas cosas. Como que están locos. 
Ahora, sin embargo, puedo admitir que estaba siendo bastante cínica al respecto dado que no deseaba estar aquí. 
Los silla-sillones de tela amarilla son tan cómodos como lucen, y hay estanterías con filas y filas de libros y un rincón para leer frente a la ventana. También hay plantas de verdad, no de plástico, en cada esquina.

Giro la cabeza para mirar al Dr. Lane cuando escucho el clic de la puerta cerrándose. Todavía está allí, de pie, alto, con sus manos dentro de sus bolsillos y ese cabello oscuro indomable yendo en varias direcciones.
Hay un completo silencio en el que él solo se queda ahí, observándome, estudiándome.

Apreciándote.
No sé de dónde vino ese pensamiento pero lo descarto al instante.

Un momento después me hace un gesto para que tome asiento, y él hace lo mismo.

—¿Qué puedo hacer por ti? —pregunta cuando no digo nada. Tan formal. Tan autoritario. Tan... guapo.

Concentrate.

Había tantas emociones dentro de mí, dentro de mi pecho, en mi cabeza, cuando solté que necesitaba su ayuda. Solo que ahora ya no estoy tan segura de ello. Algunas veces es difícil mantener las mentiras, y escuchar a mi papá diciendo todas esas cosas fue... demasiado. Pero la alternativa...

—Yo... necesito su ayuda con algo.

¿Qué estoy diciendo? Piensa rápido.

—¿Y qué es? —cruza los brazos sobre su pecho, esperando pacientemente.

Arréglame, quisiera decirle. Él es inteligente, podría arreglarme, si quisiera, tal vez. Yo podría ser su paciente, su experimento, su próximo estudio. Entonces él podría analizarme o alimentarme con medicamentos, y ¿entonces qué?

—Tú... yo... necesito que les asegures a mis padres que estoy bien —digo.

—¿Qué?

Sacudo mi cabeza para aclararme, juntando lo que voy a decirle.

—Eso. Eres quien tiene el poder sobre su paz y felicidad en este momento. Están muy preocupados por todo, por mí, sin importar cuánto intente decirles que no deberían estarlo. Pero tú puedes convencerlos, eres el profesional, si se los dices tienen que confiar en tu palabra.

Ahí está. Al menos eso es cierto, y de hecho, un buen plan.

—Entonces, quieres que mienta—me dice.

—¿Qué? No —Jesús—. Sólo quizás, ¿tal vez acelerar el proceso? Me haces algunas preguntas, determinamos que no estoy loca y estoy fuera, y mis padres tranquilos.

No sé en qué momento exacto dejé la formalidad atrás pero él no está corrigiendome. Es difícil pensar en él como "usted" cuando es apenas unos años mayor que yo.

—Violet, debes saber que esto no funciona así.

—¡Pero yo no estoy loca!

—Me pregunto qué piensas que significa esa palabra.

—¿Qué?

—Loca.

—Significa... 

—Nada —me corta—. No médicamente. Sufrir de una enfermedad mental no significa automáticamente que estás loco. Tampoco ir al psicólogo implica que lo estés. Muchas personas ven psicólogos para que los ayuden a resolver sus problemas.

Mentiras agridulcesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora