CAPÍTULO DOS: PARTE III

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Estamos en el auto de camino a casa luego de mi encuentro con el Dr. Lane. Dominic estaba esperando por mí cuando salí del consultorio, no hizo preguntas al respecto y lo agradecí, pero justo ahora necesito estar lejos de él, de ellos.
Las últimas semanas han sido demasiado difíciles con mis padres observando cada uno de mis movimientos y sin permitirme realmente salir de la casa más allá de las visitas ocasionales al hospital o mis reuniones con el Dr. Lane. Y aunque mi habitación solía ser mi santuario, ahora mismo comienza a sentirse más como una prisión, la casa entera empieza a volverse asfixiante y yo necesito alejarme de mis padres y su constante vigilancia antes de perder la cabeza por completo. 

Estoy pensando en ello cuando Ruby llama. Las chicas han estado visitandome casi a diario desde el accidente por lo que ella sabía que hoy iban a quitarme el yeso, suena emocionada por ese hecho y cuando propone juntarnos en casa de Bianca no necesito pensarlo, acepto.

Ellas en realidad no lo saben, no tienen idea que tan mal estoy o cuán jodida está mi cabeza. Yo misma no tengo idea de por qué lo mantengo oculto de ellas, o de todos, yo tan solo no puedo dejar que lo sepan. No quiero que nadie sepa.
Pero ellas me conocen lo suficiente, son unas malditas buenas amigas, y aunque siempre he sido cuidadosa en ocultarlo puedo decir que notan cuando estoy actuando raro. Aún cuando he seguido mintiendoles al respecto cada vez que preguntan, culpando a Connor cuando no era capaz de atender sus llamadas o cuando desaparecía todo un día. Ellas me han dado mi espacio, tal vez esperando que en algún momento me abra y finalmente les cuente qué está mal. Pero yo simplemente no puedo hacer eso, y ahora sin Connor en la imagen tendré que buscar nuevas excusas.

Le pido a mi padre que me lleve a lo de Bianca en lugar de ir a casa, toma un poco de persuasión por mi parte pero finalmente logro convencerlo. Ellos necesitan dejar de tratarme como si fuese una muñeca de cristal, y yo realmente espero ser capaz de manejar mi propio auto pronto.
Una vez que estamos frente a la casa de Bianca estaciona y hace el intento de bajar a ayudarme pero soy más rápida y ya estoy fuera antes de que él pueda rodear el auto. 
Quiero demostrarle que puedo hacer esto, que no necesito que esté sobre mí a cada paso.

—Tomaré un taxi para volver —digo.

Veo el momento exacto en que comienza a  negarse a la idea pero no le doy la oportunidad de hablar, me despido con un gesto rápido y volteo ya encaminándome a la puerta. No soy una niña y él necesita recordarlo.

Puedo oír a las chicas cuando entro un segundo después, maniobrando las muletas. Bianca siempre deja la puerta sin llave cuando sabe que vamos a venir, así no necesitamos llamar y ella no necesita levantarse a abrirnos, eso dice. Por suerte su barrio es lo suficientemente seguro y ella tomó clases de karate durante tres años.

—Deberíamos salir y festejar.

—Es jueves, además, ¿qué se supone que estamos festejando?

—No lo sé, quizás que somos jóvenes y, ¿en serio se necesita una razón? Vamos, será divertido.

—No.

—¿No? 

—No.

—Pero...

—No.

—Pero este lugar acaba de abrir y...

—No.

—¡Ninguno de tus sementales literarios existe!

Se produce un silencio.

—¿Qué acabas de decir? 

Otra pausa.

—Dije: No. Son. Reales.

Tras eso se escucha el ruido de cosas cayendo y, para cuando finalmente llego a la cocina, de donde provienen las voces, no puedo si no reír ante lo que veo. Bianca ha saltado sobre la mesa y mantiene inmovilizada a Ruby sobre su estómago en el piso, su brazo está colocado en un ángulo que se ve doloroso tras su espalda. Ninguna de ellas me ha notado aún.

Mentiras agridulcesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora