Capítulo 18

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Desde que tengo memoria he jugado fútbol

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Desde que tengo memoria he jugado fútbol. Mi padre jugaba cada tarde junto a mí y una pequeña pelota de plástico en color verde oscuro, cuando tan solo era un niño; él decía que un día iba a ser uno de los grandes en el fútbol o al menos me iba a llevar a lo que más anhelaba en la vida. Luego, a mis once años, recibí mi primer balón autografiado y desde ese momento creció aún más mí pasión por este deporte. He tenido diferentes juegos, o a como le gusta llamarlo mi padre, diferentes batallas en mi vida. Desde pequeños mocosos con dientes desiguales de once años hasta adolescentes locos y desesperados por un trofeo de lata, pero jamás había tenido un partido tan importante como el partido final de este año.

Era mi último juego del año; el último paso para ir a la universidad, es decir, el juego decisivo. El partido en donde jueces de grandes universidades me calificarían, entre ellos, el padre de Hilary; el más importante de todos pues había soñado con la universidad de Columbia así a como lo había hecho con el fútbol. Así que, aquí me encontraba, entrenando hasta morir junto a mi equipo; dirigiendo jugadas, movimientos estratégicos, midiendo velocidades, en fin; todo lo necesario para una victoria perfecta.

Estábamos tomando un descanso, justo y necesario, sentados en pequeños grupos sobre la grama fresca, verdosa y artificial del campo. Mi círculo de amigos escuchaba los chistes de Ben, que de vez en cuando gritaba "¡bolas!" y el resto contestaba "¡Hilary!" posicionándose en medio de una huelga de gritos con el propósito de obtener nuevamente mis pelotas, mientras yo estaba boca arriba viendo pasar las nubes idealizando un plan para poder reconquistar a Katherine; tenía que ser algo perfectamente elaborado que no le diera más opciones que darme una última oportunidad.

— Al parecer cambiaron uniformes — al fondo escuché la voz de Ken, el único chico homosexual del equipo que estaba dispuesto a seguir todos los trámites necesarios para cambiar su nombre apenas cumpliera los dieciochos años de edad. Pasó de ser Byron a ser Ken en cuestión de meses e incluso habíamos hecho una fiesta por eso —. ¿Por qué todas son rubias? — se quejó. Me incorporé para ver a las porristas, que animaban mi equipo, entrando al campo con sus diminutos uniformes — ¿Alguien más está de acuerdo con que ese cabello rubio, el bronceado casi carbón de sus pieles y el nuevo color en los uniformes es un total asco? ¡Ay no! — tapó sus ojos dramáticamente — ¡Terribles!, ¡fatales! ¡En serio, parecen elotes quemados!

— No, no, no — Michael movía su dedo índice negando lo antes mencionado por mi amigo mientras caminaba en su dirección —. Hay una sola chica castaña con preciosos ojos azules y unas piernas jodidamente comestibles — tiró su pesado cuerpo cerrando el círculo —; Katherine james, la nueva capitana y seamos sinceros — golpeó el pecho de Ken — es muy caliente. Quien sabe, quizás hasta sea mi nueva conquista.

Giré mi vista de golpe para intentar apuñalar a Michael segundos después de haber terminado de hablar. Lo conocía a la perfección, el típico mujeriego que no se conformaba con una chica y tampoco tenía pena en admitirlo; jamás dejaría que se acercara a Katherine. Pero mi enojo comenzó a bajar cuando vi a esa castaña cruzando el campo con el mismo traje que poseían las demás.

Juro enamorarte |BORRADOR|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora