Supongo que esta es la parte donde comienzo a sentirme culpable. Aquí, justamente aquí, caminando sola en medio de la calle, pues mi mejor amiga huyó sin excusa alguna junto a su novio. Aquí cuando la música suena fuerte a través de mis audífonos y mis pasos son lentos.
Es este momento de reflexión involuntaria cuando por fin recuerdo que estoy usando a alguien como mi carnada para no convertirme en el pez gordo del arrecife y algo dentro de mí me carcome; la culpa. Porque no solo soy mentirosa, encima lo hago bien.
Todavía me costaba trabajo comprender lo ridícula que me estaba comportando. Supongo que no soy la única persona que pasa por algo similar, es decir, antes de los veinte podemos hacer muchas estupideces con la boba excusa de que así aprendemos a sobrellevar la vida, pero ¿a las cuántas estupideces se supone que debo detenerme?
Una única vuelta a la cerradura de mi casa fue suficiente para sentir el olor tan familiar de los James, ese aroma delicioso que mi padre dejaba cada vez que salía de la casa. Es curioso que cada familia o casa tenga un olor en particular, aunque jamás me cansaré de odiar la combinación de olores que mi madre formaba por las galletas quemadas en el honor y el perfume de papá. Y estoy segura que eso pasa al menos dos veces por semana. No me sorprendió ver a Samantha Hurt intentando aplastar una gran masa amarillenta con chispas de chocolate, lucía bastante molesta por la manera en la que dejaba caer el rodillo en la mezcla ¿ahora quién será su víctima?
— Hija — me miró —, ¿todo bien?
— Si, ¿por qué lo preguntas? — rodee la isla de la cocina para ver mejor la mezcla de textura dura que en pocos minutos iría directamente al honor creando al menos unas cincuenta galletas — Mamá, ¿a quién piensas matar?
Sam arqueó una ceja oscura perfectamente depilada y tamborileó con sus uñas sobre la barra de granito donde intentaba aplastar la gran masa, como nerviosa por mi pregunta. Ahogo una risa y asiento confundida por no obtener información. Eso me hizo recordar la última vez que vi ese rostro lleno de nervios, tenía alrededor de quince años cuando sucedió. Mi madre siempre ha tenido el gusto por poner un ramo de flores en el centro del comedor, sus favoritas eran las rosas rojas y la tienda más cercana se encontraba a un kilómetro de casa. Para ese entonces teníamos unos vecinos bastante problemáticos diría yo. Un día, Jossi, una de las vecinas más cercanas y más molestas, decidió comprar las rosas que mi madre tanto amaba exactamente en el momento que ella deseaba hacerlo, es decir, en su cara. Según cuenta mi madre, Jossi lo hizo a propósito para hacerla molesta y por su culpa tuvo que viajar muchos kilómetros de más para poder comprar unas rosas similares y eso requería venganza. Así que sí, esa misma tarde estaban llevando a la vecina al hospital por intoxicación estomacal.
Si bien era cierto que mi madre es un completo asco a la hora de crear galletas, también era cierto que es una diosa creando comida italiana. La rica lasaña que había preparado hoy con la receta por parte de los James estaba servida en el comer, junto a esto una gran cantidad de pan de ajo y otras cosas que no viene al caso mencionar. Sentir la salsa con ese toque especial en mi paladar era digno de admirar; todo estaba en su punto perfecto y yo disfrutaba ese momento hasta que me di cuenta que mi padre había terminado de comer hace ya media hora y yo junto a él, pero mi madre comía tan lento que llegué a pensar que el tiempo se detenía y me hacía una mala broma.
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Juro enamorarte |BORRADOR|
Novela JuvenilPRIMERA PARTE DE LA SAGA JURO. Cuando Katherine James era apenas una pequeña, su madre llenó su mente con historias increíbles sobre el amor, la amistad y las largas noches de diversión con chicos altos, fuertes y despampanantes por sus grandes ojos...