Libro primero - Agosto (4)

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4

(Natalie Marvin)

Cuando me levanté, era cerca del mediodía. Había estado lloviendo toda la noche y el barro se amontonaba en las calles, aunque ahora lucía un brillante sol que amenazaba con arrojar más lluvia contra la mayor ciudad del Reino Unido. Había vuelto de trabajar hacia las cinco de la madrugada. Nathan me esperaba, como siempre, despierto y alerta. Hasta he llegado a dudar de que mi viejo protector durmiese de verdad. 

Abrí mi armario y me quité el camisón. Me miré en el agrietado espejo de la puerta izquierda y me dije: "Natalie, cada día estás más delgada". Cogí un corpiño verde oscuro con motivos florales y me lo puse, procurando que realzase bien mis pechos mientras ataba los lazos. Eso siempre solía atraer a los babosos de turno. Luego me coloqué una falda larga negra que acostumbraba a ponerme para trabajar, ya que esta se levantaba fácilmente y, como por dentro tenía mucha ropa de abrigo, impedía que el baboso averiguara si me estaba metiendo algo o si simplemente tenía su miembro entre mis calientes muslos. A esto lo llamábamos "el truco". Tras dejar un profundo suspiro, saqué un desgastado cepillo de pelo. Me peiné mi largo cabello, que casi me llegaba a la cintura, y procuré que quedase decente. Después, salí decidida de mi habitación. 

"La casa cada día está más en ruinas", pensé al observar los desconchones de las paredes y las múltiples grietas. En el techo seguía habiendo goteras y el agua que caía por ellas se recogía en unos cazos que Nathan había colocado debajo. En el pasillo me encontré con Lizie. 

-¡Buenos días, Natalie! -me saludó ella desde la puerta de su habitación. 

Su nombre completo era Elizabeth. En el barrio era conocida como Long Liz, debido a su elevada estatura, pero las chicas y yo la llamábamos Lizie a secas. Su tez pálida y sus ojos grises la habían embellecido el rostro durante muchos años, aunque un hijo de la grandísima puta le deformó la parte superior de la mandíbula de una brutal paliza y le dejó su bonita sonrisa sin los dos incisivos de arriba, lo cual la avergonzaba mucho. Había emigrado a Londres desde Suecia y hablaba con fluidez el sueco, pero jamás nos contó nada de su pasado. Para resumir su carácter, he de decir que de tan buena que era, a veces era estúpida. 

-Buenos días, Lizie - contesté a su saludo, esbozando luego una breve sonrisa. 

-¿A qué hora llegaste anoche? -quiso saber ella. 

-A las cinco o algo así... Me tocó un borracho que no veía ni a tres pasos de su nariz y me demoré un poco. 

-Yo estuve con un hombre encantador... 

-No empecemos, Lizie... -miré hacia el techo con resignación. Lizie se había enamorado varias veces de sus propios clientes. Eso es algo que toda mujer de la vida fácil tiene que prohibirse. Fruncí el entrecejo y ella pareció leerme el pensamiento. 

-No es nada, Natalie -me tranquilizó en un susurro. 

La puerta de la habitación de Martha se abrió y esta salió de ella. Bostezó y se arregló un poco el pelo. Lo llevaba recogido en un cómodo moño. 

-Buenos días, chicas -saludó mientras se frotaba las lagañas de los ojos. 

Lizie cerró la puerta de su habitación. 

-Hola, Martha -contesté mecánicamente. 

Ella también estaba interesada por mis horarios. 

-¿A qué hora llegaste anoche? -me preguntó tras bostezar una vez más. 

-Tarde, hija... El viejo cazador blanco me esperaba sentado en la mesa de la cocina, como siempre... -las tres reímos con ganas. Ese era el apodo que le dábamos a Nathan. 

Entre las SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora