7
(Natalie Marvin)
La visión del cuerpo de la que en vida había sido una de mis mejores amigas me traumatizó de tal forma que las chicas tuvieron que llevarme literalmente a rastras hasta Buck's Row, tirando de mí y murmurándome palabras de consuelo. A pesar de todo, no conseguían aliviar mi intenso dolor.
Los McGinty habían asesinado a Martha. Eso era tan cierto como que hay un infierno y había sido por mi culpa, por mi "puto" coraje... Por haber impedido que McGinty me tomara. Al fin y al cabo, yo era una ramera, estaba acostumbrada a esas cosas...
-No podías dejar que McGinty te forzara -Mary intentaba liberarme de la culpa que me había echado yo sola-. Tú no tuviste nada que ver con la muerte de Martha... Hace mucho tiempo que McGinty iba detrás de nosotras... Y ahora le ha tocado a la pobre Martha.
-¡Esos cabrones lo pagarán! -rugió Kate, pegándole una patada a un tonel de vino que estaba en la puerta de una sucia taberna. El tabernero la insultó y ella respondió con otra lindeza del mismo estilo-. ¡Pagarán por lo que le han hecho a Martha!
-¿Y qué vas a hacer tú? -gritó Mary-. ¿Te emborracharás e irrumpirás a tiros en la guarida de los McGinty?
Kate intentó responderle de malos modos y Mary se le encaró con decisión. Lizie y Polly se interpusieron y evitaron la pelea.
-¡Chicas, por favor, no está el horno para bollos!
Mary y Kate nunca se habían llevado muy bien. Se profesaban desprecio mutuo, solo comparable al que en esos momentos sentíamos por los McGinty. Kate afirmaba que Mary era una flacucha con muchas caderas, que se creía guapa por tener más tetas que nadie y la melena pelirroja, y Mary, por su parte, opinaba que Kate era una asquerosa borracha que gastaba el dinero de la casa en cogerse cogorzas. Así es como se veían.
-¡Por favor! ¡Martha ha muerto y solo se os ocurre pelearos...! -oí decir a Lizie.
Me di la vuelta y miré a las cinco mujeres que se hallaban ante mí. Puse los brazos en jarras y me encaré decidida.
-Chicas, no quiero que Nathan se entere de que la banda McGinty está metida en esto. Prometedme que no lo mencionareis. Es capaz de cometer una locura... -les advertí ceñuda.
Todas asintieron con gravedad y continuamos andando hacia Buck's Row. Hicimos el resto del trayecto en silencio. Al llegar a casa, Mary se detuvo frente a la puerta y nos lanzó una mirada como diciéndonos "ya sabéis lo que no hay que decir".
Entramos. Nathan estaba sentado frente a la mesa, inmóvil, mirando hacia delante y fumando de su pipa. Soltaba espesas bocanadas de humo gris por la boca. Nos miró gravemente y una sombra se depositó en su rostro.
-Es ella... -dijo. Lo afirmaba, no lo preguntaba.
Asentí y se me escaparon las lágrimas. Las chicas me sentaron a la mesa. Mary sacó la tetera de hierro y la puso a calentar.
-¿Quién ha sido? -articuló él.
-No lo sabemos... -comenzó a decir Lizie.
Nathan fijó en ella sus ojos fríos y azules. Lizie se calló.
Sabía que le mentíamos. No había ningún suceso en Whitechapel del que no se conocieran a los autores de los bajos fondos. Todo el mundo sabía cientos de detalles sobre los acontecimientos que acaecían en el distrito... Todos, menos la policía. Si los malditos polizontes se hubieran esforzado más en preguntar a los cotillas y locos que en encerrar putas y borrachos, muchos de los crímenes sin resolver de aquella época habrían tenido un final muy distinto al que tuvieron.
Nathan posó en mí sus inquisidores ojos y me observó con detenimiento. Noté como su mirada me traspasaba la piel y como podía ver en mi interior.
-Natalie, por favor... -me pidió con voz firme-. Cuéntamelo todo.
Cogí aire y empecé a narrarle todo lo ocurrido con McGinty en el callejón. Nathan apretaba los puños en una furia mal contenida, pues veía brillar sus ojos azules bajo sus pobladas cejas, irradiando rabia. Acabé mi historia llorando a lágrima viva.
-Yo... No quería, Nathan... -mustié entristecida.
-No es culpa tuya -se mordió el labio inferior-. Nada de esto lo es... -añadió bajando la voz, como si hablara solo.
Se levantó y subió las escaleras hacia su habitación. Sabía muy bien lo que iba a hacer y las chicas, también. El sonido de sus pisadas retumbaba en el techo de la cocina. Un chirrido de bisagras nos indicó que Nathan había abierto el armario.
Un repentino trueno resonó en el cielo e hizo que me estremeciera. Kate miró por la ventana, justo cuando unos grandes goterones golpeaban contra el vidrio. Había comenzado la tormenta.
Subí al piso de arriba lentamente, seguida por las expectantes miradas de mis amigas. Me acerqué por el pasillo en penumbra hacia la habitación de Nathan. La puerta estaba entreabierta y dejaba salir un haz de luz. La abrí y el inconfundible sonido de la recortada cargándose me alertó. Entré decidida en la habitación.
Había sacado del armario todo el arsenal. Se había colocado el revólver y el cuchillo Bowie al cinto. La recortada descansaba en una cartuchera de cuero, atada a la pierna derecha del viejo Grey. Además cargaba el rifle de dos cañones. El rifle Winchester 44 estaba en la cama, también cargado. Nathan cogió el rifle de dos cañones y abrió la ventana de par en par. Se aproximó a ella y se echó el arma al rostro. Apuntó con cuidado a una farola de gas cercana y disparó. El vidrio se partió en cientos de pedazos, que cayeron sobre un sucio borracho, el cual echó a correr blasfemando, resbalando por la calle embarrada y aullando de puro miedo.
Gracias a Dios, Nathan solo quería probar hoy su puntería. Como siempre, esta era excelente, aunque disparara bajo la espesa lluvia. Vislumbré un amago de siniestra sonrisa en su rostro. Rompí el glacial silencio.
-¿Qué vas a hacer? -le pregunté sin circunloquios.
No contestó. Sacó de su armario la gabardina de cuero y se la puso. Se colgó el Winchester 44 al hombro e hizo lo mismo con la escopeta de dos cañones. Después se encasquetó en la cabeza un sombrero de ala ancha que ensombrecía su crispado rostro. Parecía un experto cazador, listo para encontrar y acabar con su presa. Daba auténtico miedo solo con mirarlo un instante.
Del amable Nathan Grey ya no quedaba nada, ni un solo vestigio bajo toda aquella indumentaria guerrera. Comprendí el temor que este hombre inspiraba a sus enemigos.
-No, Nathan -le rogué, pero fue con un hilo de voz.
-Esos hijos de puta pagarán con creces lo que han hecho.
Y diciendo esto, Nathan salió de la habitación. Me agarré a él y, desconsolada, rompí a llorar. Por nada del mundo quería perderlo. Hice acopio de toda mi fuerza de voluntad.
-¡No, joder! -exclamé angustiada-. ¡Te van a matar, Nathan! ¿Es que no lo ves? -el viejo me dio la espalda y se quedó quieto. No podía mirarme directamente a los ojos-. ¿Qué será de mí, Nathan? ¿Qué será de todas nosotras? ¡Joder! -añadí con voz áspera.
Me apoyé en la pared y lentamente me dejé resbalar hasta el suelo. El viejo no me miró ni se dio la vuelta, solo oí lo que lúgubremente me susurró:
-Volveré más tarde...
Salió de la habitación con paso firme y bajó por las escaleras. Sentí que las chicas le llamaban en voz queda, impotentes, y como la puerta se abría para, posteriormente, cerrarse de un sonoro portazo. Se hizo el silencio en la casa.
Nathan iba a morir. Eso era tan cierto como que yo sería puta hasta mi muerte. Ninguno de nosotros saldría vivo de Whitechapel.
Me quedé allí sentada, recostada contra la pared y sollozando. Afuera, la tormenta arreciaba con su descarga eléctrica.
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Entre las Sombras
HorrorEsta historia es del autor español Enrique Hernández-Montaño. Cada palabra está escrita en base al libro. "Londres, 1888. Jack el Destripador deja un sendero de sangre en las adoquinadas calles de la cuidad del Támesis. El inspector Abberline sigue...