Libro primero - Agosto (5)

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5

(Natalie Marvin)

Eran cerca de las seis de la tarde, y las chicas y yo nos habíamos reunido en una fuente cercana a nuestra calle. Estábamos aseándonos y bromeando, como siempre. Kate, ya recuperada de su borrachera, se encontraba también allí.

-Ahora, chicas, debemos hacer la calle como nunca lo hemos hecho -dije con firmeza-. Necesitamos el dinero... -miré severamente a Kate-. Y nada de alcohol, ya sabes... -le advertí.

Se hizo la ofendida con un gesto de rechazo de su mano izquierda.

-¿Me tomas por una borracha? -inquirió agria.

Se nos escapó la risa gansa.

-Chicas, no contéis con mi coño para esto... No me veo capaz -señaló Polly.

Annie hizo el comentario del día.

-¡Tonterías! ¿Ahora te haces la remilgada? ¡Si luego eres la más zorra de todas nosotras!

Las chicas se rieron. Yo sonreí. No me apetecía mucho reír; seguía temiendo por las ideas que pasaban por la cabeza de Nathan.

-Bueno, chicas, al trabajo -dijo Martha, echándose un raído chal de lana sobre los hombros.

Nos separamos de la fuente y cada una tomó una calle. Me giré y vi que Martha se dirigía a Whitechapel Road hacia abajo.

El escalofrío volvió a sacudirme mientras la miraba...

Recorrí la solitaria Christian Street cuando ya era de noche. Me habían tocado cuatro tipos. Los dos primeros estaban tan borrachos, que pude hacerles "el truco" sin ninguna dificultad... Pero los últimos estaban bien sobrios y debía trabajar en lo mío. Saqué por ello una buena prima.

Veía ya el final de la calle, que se había quedado vacía misteriosamente. No había luz, salvo la que proporcionaba una delgada farola de gas en mitad de la acera derecha. Precisamente estaba entrando en el círculo de luz cuando dos manos me agarraron de los brazos y me empotraron contra la pared más cercana. Me dolió.

Alguien me cogió del cuello y me colocó algo frío y metálico en él. Grité, pero el tipo que me cogía me apretó el objeto metálico contra la yugular. Sentí un agudo pinchazo en la piel.

-¡Ah! Es esa zorra de Natalie Marvin... ¿Verdad, Joe? -dijo el que me agarraba del cuello.

Una risotada identificó al tipo que me había empotrado contra la pared. Sin duda, era Joe Shaw, un matón de los McGinty. Y el tipo de la navaja era...

-McGinty... -lo reconocí en voz baja.

-¡Ah, Joe! -exclamó aquel desgraciado-. ¡Parece que la puta me conoce!

-¿Cómo no iba a reconocerte, gusano? -replicó Shaw.

Recobré mi coraje. Los conocía y no me daban miedo pese a la proximidad de un arma blanca en mi cuello. Para demostrarlo, escupí al suelo mi rabia.

McGinty se rió, enseñando su dentadura en mal estado.

Ambos eran de una banda que operaba en todo Whitechapel y sembraba el terror entre las prostitutas y los judíos comerciantes. Exigían "peajes" para pasar por las calles, mataban, violaban... No obstante, mi seguridad se debía a que, aunque hacía mucho tiempo que no veían a Nathan, sabían que el viejo existía y que no toleraba que nadie tocase a su hija adoptiva. Le temían todavía y, gracias a ese miedo, las chicas y yo podíamos sentirnos seguras.

-¿Qué queréis? -inquirí con aspereza.

Ellos me arrastraron hasta el círculo de luz de la farola. Pude verlos bien. El gigantesco Joe me agarró entonces los brazos y me los sujetó en la espalda. McGinty ofrecía el mismo aspecto de siempre, con su casaca negra y sombrero de copa de imitación. Le hacía ilusión parecer un rico caballero, por eso se peinaba con grandes cantidades de aceite y se cuidaba la perilla de chivo como si de un hijo suyo se tratase. Sin embargo, su hablar barriobajero le delataba enseguida.

Entre las SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora