Libro Primero - Agosto (10)

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(Inspector Frederick G. Abberline)

-Precioso. Bonita masacre –dijo el sargento Carnahan con sorna.

-Parece que alguien le oyó comentar que la única forma de acabar con los McGinty conllevaba “un gasto serio de balas”, sargento –opiné asombrado-. ¡Vaya puta carnicería!

El tugurio de los McGinty, en Mulberry Street, había amanecido lleno de curiosos y policías de la división H, debido a que todos sus miembros habían resultado asesinados aquella misma noche. Un agente que hacía la ronda había oído disparos en el local y rápidamente logró reunir a varios policías más de la zona. Cuando llegaron, se encontraron con la bonita escena que el sargento y yo teníamos el dudoso gusto de estar presenciando.

¿Puede alguien imaginar las paredes de un matadero cubiertas de sangre, con los cadáveres sin vida de las reses? Supongo que un carnicero o el empleado de un matadero sí, como no, y eso precisamente era en lo que se había convertido el local de los McGinty, en un matadero.

Alguien los había exterminado a todos, hasta el último integrante de la banda que había pasado la noche en el tugurio, inclusive al propio McGinty. Además, ese alguien no se tomó mucha prisa en acabar con ellos; había procedido con calma y con la precisión de un auténtico experto, a tiros y a cuchilladas. Era un profesional.

Así lo hizo saber el doctor Phillips cuando llegó, quien disipó todas mis dudas sobre una posible reyerta entre dos bandas de East End por la supremacía del conflictivo barrio.

-¿Uno solo? –afirmé más que pregunté.

-Al parecer… -repuso Bagster Phillips-, era uno solo, a juzgar por las declaraciones de los vecinos. Se colocó en frente del local con un rifle y disparó. Más tarde, entró en el tugurio y exterminó a todos los McGinty como si fueran cucarachas.

Me quedé mirando al galeno muy sorprendido.

-¿Un solo hombre? Eso es un poco increíble. Un hombre solo contra otros quince armados hasta los dientes… Me extraña que lograra salir con vida –apostillé.

-¿Arma? –preguntó el doctor.

-Armas… -corrigió el sargento-. Son varias… El asesino utilizó un rifle largo de gran calibre y excelente a gran distancia. Creo que es un rifle doble pesado del doce. También empleó un Winchester 44 de repetición, un revólver de cañón normal y una escopeta recortada. En cuanto al ataque físico, usó un cuchillo largo y bien afilado y también un hacha de uno de los McGinty, con la que le cortó los dedos al jefe de la banda, para después apuñalarle con un cuchillo.

-Un merecido final para todo un indeseable, sin duda alguna –opinó Phillips, mientras meditaba sobre algo.

En ese momento, los ayudantes del doctor y algunos agentes comenzaron a sacar los cadáveres del local para introducirlos en un coche fúnebre que habíamos alquilado antes de venir. No obstante, eran demasiados para las pocas ambulancias de las que disponíamos en la comisaría. En la puerta del tugurio, algunos peatones se agolpaban para ver los cadáveres como si aquello fuese un circo. En las mentes de muchos de ellos bullían diversos pensamientos: el regocijo por la muerte de un enemigo, la tristeza por la defunción de un conocido…

En el esplendor comercial e industrial de la larga era victoriana, en aquel Londres del último cuarto del siglo XIX –la ciudad más poblada del planeta con sus casi cuatro millones de almas-, la gente moría literalmente de hambre. Había amplios sectores de pobreza y desempleo que contrastaban con la disparidad de bienes que disfrutaban otras capas sociales. Eran incontables los fallecidos en la asistencia pública en los hospicios, hospitales y manicomios. Además, las enfermedades se propagaban con facilidad por las calles entre mendigos, prostitutas y niños, quienes sobrevivían ateridos de frío y vestido con harapos. En ese aspecto, la situación era mucho peor que cuando la cuidad fue fundada por los romanos y la denominaron Londinium augusta.

Entre las SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora