Libro Primero - Agosto (11)

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11

(Natalie Marvin)

Enterramos a Martha Tabram la mañana del 9 de agosto. Acudió poca gente al cementerio. El tiempo era desmoralizador; seguía lloviendo… Las chicas y yo no trabajamos en toda la semana. Nuestro ánimo se encontraba por los suelos.

El viejo Nathan seguía sin poder dormir. Decía que era por la herida del hombro, que le dolía horrores; pero yo era la única que sabía la verdad. Para Nathan, los sucesos acaecidos en la guarida de los McGinty le hacían suponer que el Juicio Santo ya le había destinado al infierno de cabeza. Nathan era creyente a su manera. Veneraba al todopoderoso y le maldecía, o se encomendaba a él bastantes veces al día. Era un cristiano atormentado.

En cuanto a mí, solo puedo decir que tampoco lograba dormir a causa de las terribles pesadillas que sufría. Eran unos sueños terribles en los que el cadáver destripado de Martha me culpaba de su muerte y en lo que un McGinty de ultratumba salía de entre las sombras de un callejón y me forzaba brutalmente una vez y otra…, mientras soportaba su fétido aliento, con sus dientes picados y también sus babas.

Pero eso no era todo…

Un temor me atormentaba constantemente. Procuraba olvidarlo por el día y me repetía que todo era fruto de mi imaginación, pero la verdad es que me espantaba dormirme porque sabía que volvería y, de hecho, así lo hacía sin remedio.

Veía a las chicas cubiertas de sangre en el suelo. Un hombre de negro las acuchillaba y las destripaba. Sus órganos se pudrían junto a sus cuerpos, rodeados de moscas. Ellas no mostraban signos de dolor; estaban mirando al vacío, muertas pero a la vez vivas. Veía a Nathan intentando zafarse de varios hombres y un extraño hombre de negro, calvo, con un misterioso tatuaje en un lado de la cara. A su lado estaba ese inspector al que mandé al diablo en el piso donde se encontró a Martha. Ambos eran asesinados al igual que mis amigas, hasta que únicamente quedaba yo, sola en la húmeda oscuridad. Pero eso no duraba mucho.

La pesadilla continuaba, pues los cadáveres de mis amigas me sujetaban con fuerza, mientras el hombre de negro, esgrimiendo un extraño cuchillo afilado y curvo, me rebanaba limpiamente la garganta. Gritaba sin sentir dolor.

Era entonces cuando me despertaba en medio de un mar de sudor y lágrimas, temblando como una interna en un frío hospital de enfermos mentales.

Algo horrible estaba a punto de ocurrir, lo presentía, lo sentía dentro de mis entrañas, y yo no sabía qué…

Entre las SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora