Libro primero - Agosto (6)

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6

(Inspector Frederick G. Abberline)

El secuestro de Ostrog y la misteriosa metamorfosis de su piso ocupaban mi mente desde el día en que visité el deprimente inmueble de Makarov. No lograba dormir. Algo me decía que era un suceso importante, seguramente consecuencia de otro mayor... No obstante, no sabía interpretar esa pista. 

Recuerdo perfectamente aquel 7 de agosto. Me acababa de despertar en mi despacho de la comisaría del distrito. Como siempre, me había dormido haciendo un informe, con la cabeza apoyada sobre él. El informe era del doctor Ostrog. 

Sobre mi escritorio yacía el reloj del sargento Carnahan, que debía reparar. Se le había soltado un engranaje, pero tenía fácil solución. He olvidado comentar que, antes de ingresar en la Policía, yo me dedicaba a arreglar relojes. Una vez entré en el cuerpo, algunas veces lo hacía con los de mis compañeros por puro hobby, una simple distracción, sobre todo cuando no me hallaba metido hasta las cejas en un caso. 

Ese día me dolía el cuello, una señal inequívoca de la mala postura en la que había dormido. La lámpara de petróleo de mi mesa de trabajo estaba encendida. Me desperecé y estiré los brazos para desentumecerlos. Apagué la lámpara y me levanté. 

La puerta de mi despacho se abrió entonces, y Henry Carnahan entró en el oscuro despacho y me miró. Las cortinas que taponaban el ventanal estaban aún corridas. 

-¿Durmiendo en el despacho otra vez, inspector? -preguntó, por decir algo. 

Me dolía mucho el cuello, así que me limité a ignorar el banal comentario. 

El suboficial atravesó la estancia y abrió las cortinas de par en par. Quedé cegado ante la luz. Instintivamente, me protegí los ojos con una mano. 

-¡Sargento! -protesté con voz áspera. 

-Inspector, su torturada y oscura alma necesita un poco de luz solar... Debería salir más a menudo del despacho, inspector, ya que su tono de piel es más pálido día a día -me recomendó con cierta sorna. 

Solté un bufido de protesta. 

-Muy gracioso, como siempre, sargento... Si no fuese porque sin usted no tendría quien acabase este maldito informe, haría que le destinasen a la City de patrulla -señalé con el índice derecho en la dirección correcta. Había confianza entre nosotros para bromear. 

Él dejó escapar una suave risa. 

-No me disgustaría, pues hoy hace un día precioso para patrullar -repuso sonriente. 

Después se sentó ante la máquina de escribir y le pasé el informe. Se colocó como lo haría un maestro de piano ante su instrumento y comenzó a teclear con su habitual parsimonia. 

-¿Se sabe algo de Ostrog, inspector? -quiso saber, aunque sin apartar la vista de lo que escribía. 

-Nada... -me encogí de hombros-. He mandado analizar las hierbas secas de la estufa y, efectivamente, eran de adormidera -afirmé, mientras observaba el techo del despacho-. Y, además, de muy buena calidad, sargento; exportadas, me atrevería a decir... No son del tipo de forraje que los chinos venden en sus fumaderos -añadí a media voz, igual que si hablara conmigo mismo. 

-¿Y qué hay de Makarov, señor? 

-No ha vuelto a ver a Ostrog. El apartamento continúa vacío -dije yo, paseando por el despacho-. Como ve, seguimos en un callejón sin salida... Y sin respuesta alguna, claro. 

La puerta de mi despacho se abrió bruscamente y el alto agente Mason apareció en el umbral. Aquel hombre había compartido con Barrett el puesto de secretario a mi servicio y, al contrario de su ex compañero, prefería mantener su puesto. Jadeaba y venía nervioso. La expresión preso del pánico sería más exacta. 

Entre las SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora