Abrí mis ojos lentamente, me sentía relajada. Estaba en el cuarto de un Hospital. Mire a los lados y ahí se encontraba, Agustín, en un sillón dormido.
Aparte mi mirada de él y la centre en el techo. Lo que menos quería en este momento era pensar en mis últimos dos días. Suspire.
— ¿Te sientes bien? — gire hacia donde se encontraba, Agustín. —¿Llevas mucho despierta?
— Mejor. Hace como dos minutos. ¿Ya me podré ir a mi casa?
— Si. Sólo estaban esperando que despertaras. Dormiste muchas horas— dijo acercándose a mi camilla.
— Gracias — dije tratando de sonreír pero no salió más que una mueca de tristeza.
— No podía dejarte ahí tirada en el parque — dijo con una pequeña sonrisa.
En esos momentos el doctor llegó y me dio unas indicaciones. Tenía que dormir y comer sanamente. Estaba débil y si no quería tener problemas tenía que tranquilizarme y hacer las cosas bien.
Salimos del Hospital, me encontraba en el coche de Agustín. Le di la dirección de mi casa y en silencio nos desplazamos por la ciudad.
Iba viendo por la ventanilla, mientras evitaba todo tipo de pensamiento. Pero, la calma sólo me duraba durante dormía.
En un momento fije mi mirada en el recorrido y allí estaba la heladería favorita de Allan. Sentí que mi corazón se detenía y una silenciosa lágrima rodó por mis mejillas.
— ¿Por qué lloras? — dijo de manera tierna.
— Pasamos por un lugar lleno de recuerdos — dije en un tono de voz poco audible.
— Sólo tenemos horas de conocernos, pero, si necesitas hablar con alguien, puedes contar conmigo — dijo mirándome unos segundos para volver a centrar su mirada en el camino.
— Te tomaré la palabra — mire el camino y ya habíamos llegado.
Agustín se bajó y rodeó el coche hasta llegar a mi puerta. La abrió y me tendió su mano. Lo mire y después mire a mi alrededor, realmente no quería estar aquí ni en ningún lado. Cerré los ojos advirtiendome que tenía que hacerlo, tome su mano y salí del coche. Caminamos en silencio hasta la puerta de mi apartamento.
Hasta en ese momento recordé que no andaba llaves, ni celular y también recordé lo que se había gastado en el Hospital. Realmente tenía la mente en otra parte para no acordarme de ese detalle.
— ¿Cuánto te debo? — dije mirando a Agustín. Frunció el entrecejo.
— No me debes nada. Y no insistas — dijo sonriendo.
Toque el timbre. Mis padres han de estar preocupados.
— Gracias nuevamente — dije mirándolo unos segundos.
Agustín iba a hablar, pero abrieron la puerta mis padres y se miraban muy preocupados.
— ¿Donde estabas, Carolina? — dijo mamá alterada.
— ¿Quien es este chico? — dijo papá señalando a Agustín.
— Soy Agustín. Ayude a su hija que se desmayó en el parque. Y no tenía ningún dato para comunicarme con ustedes — respondió, Agustín, tranquilo.
— Disculpa. Estabamos preocupados — dijo mi padre. —Soy Alejandro Kopelioff y ella es mi esposa Rebecca.
— Un placer conocerlos — dijo sonriendo. —Recuerda lo que dijo el médico.
— ¿No te gustaría pasar? — dijo mamá, haciéndose a un lado.
— No quiero molestar. Además, Carolina tiene que descansar — dijo, Agustín, dandome una mirada de advertencia. Asentí.
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Nuestro Destino | Aguslina
Hayran KurguExisten diferentes formas de amar. Hay amores que sin importar los obstáculos siempre estarán, hay otros que llegan cuando menos lo esperas, aunque a veces quieras evitarlos. Por más que no quieras, no puedes evitar enamorarte. Era nuestro destino...