34.- Pérdidas

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Un par de días después de nuestra reunión con Abril, nos tocaba reunirnos con Colette, la cual nos había invitado a su casa para hablar, según ella, sobre temas bastante serios y delicados.

Nos llamó por teléfono a Adrien y a mí, dándonos el día, la hora y el sitio.

Su casa, la cual por suerte no estaba demasiado lejos de nuestras casas, era de todo menos sencilla. Había lujo por un tubo, incluso la habitación de Chloé parecería una choza comparada con esta. Lámparas de araña y candelabros antiguos decoraban la gran mayoría de las salas que logramos ver.

Estábamos sentados los tres en una diminuta sala de estar, junto a una mesa translúcida en la cual había una taza de cerámica de humeante chocolate caliente para cada uno. Colette se notaba inquieta, puesto que no hacía nada más que temblar y tomar y dejar su chocolate sobre la mesa repetidamente. Nosotros, obviamente, nos habíamos dado cuenta de que tenía un nerviosismo excesivo.

Después de un par de minutos en el más absoluto silencio, ella rompió el hielo.

—¿Así que el collar de Abril lo tiene ahora otro? —preguntó intrigada. Se cruzó de piernas y observó detenidamente a Adrien.

—Es tu mejor amiga, dudo que no te lo haya dicho hace tiempo— comentó éste.

Tomó disimuladamente de nuevo su taza y le dio un pequeño sorbo, quemándose los labios.

—Pues no, no sé nada.

—¿Por qué nos has llamado?— me apresuré a decir.

Suspiró sonoramente y bajó la mirada hacia sus pies.

—Abril no es la única que ha perdido un Miraculous.

—¿¡Has perdido a Abeille!?

—No, ella está bien —dijo casi murmurando.

En ese momento, una chica de corto cabello castaño oscuro y de ojos azules entró en la habitación. Por lo que calculé, sería de nuestra edad o, tal vez algún año menor. La muchacha nos miró de arriba a abajo con desprecio y acudió a un rincón, recogiendo una mochila gris. Después, regresó por donde había venido.

—Bonitos pendientes —aludió ella, formulando una sonrisa de medio lado.

Yo le regalé una sonrisa en señal de agradecimiento.

—¿Tienes deberes, Cam? —cuestionó la rubia de improviso.

Cam asintió de manera repetitiva y se dispuso a salir como un rayo del lugar. Se deslizó hacia la puerta, cerrándola a sus espaldas y dejándonos de nuevo solos allí.

—Mi hermana —se excusó nuestra amiga, rascándose la sien.

Sonreímos forzosamente e intentamos continuar con el hilo de la conversación.

—Entonces, ¿qué es lo que ha pasado? —se intrigó el de ojos verdes.

Colette, que parecía haberse animado por breves instantes, volvió a su estado inicial, palideciendo y con incontrolables temblores en la pierna derecha. Se llevó un mechón de su cabello rubio detrás de la oreja, después del verano se lo dejó muchísimo más corto, justo por encima de los hombros.

—El Miraculous de Hamk Moth... No está.

Una sensación de sorpresa y, al mismo tiempo terror, recorrió mi cuerpo.

—¿¡Qué quieres decir con que no está?! —gritamos Adrien y yo al unísono.

Ella comenzó a frotar una mano contra la otra. Finalmente, se levantó de su silla. Puso una mano sobre mi hombro y nos hizo un gesto para que le siguiésemos.

Nos pusimos de pie y corrimos tras Colette. Comenzó a conducirnos por toda la casa, recorriendo todos y cada uno de los largos pasillos de la estancia. Tras un buen rato, se frenó en frente de la puerta. La abrió y entramos a lo que parecía el dormitorio.

Adrien se acercó, como si fuera a saltar sobre la cama, llena de cojines y peluches.

—Ni se te ocurra hacer trastadas, gato —advirtió con un toque divertido.

Éste arrugó la frente y bufó en señal de protesta, provocándonos a ambas una pequeña sonrisa.

Colette se aproximó a un armario de madera. Ágilmente, introdujo la mano debajo de su camiseta y sacó un colgante, con una bola roja y una llave. Metió la llave en la cerradura y abrió las puertas del armario delante de nuestros ojos.

—Bienvenidos a mi pequeño mundo —murmuró—. Sólo yo tengo acceso, ni siquiera mi madre tiene llave.

Dentro, había decenas de cajoncitos ordenados. La rubia comenzó a abrirlos todos, desde el primero hasta el último. Pero no había nada raro, sólo cuatro cosas de adolescente y poco más.

—¿Y? —preguntó Adrien arqueando una ceja.

—Sencillo, hace dos semanas estaba aquí —explicó—. Cuando empezaron los ataques de los akumas de pronto, vine a comprobar. Entonces descubrí que faltaba.

—¿¡Por qué no lo dijiste antes?! —estalló el rubio.

—Porqué tú no confías en mí —recalcó el ‹tú›—. Si os lo hubiera dicho antes, probablemente ahora estaríamos peleados como con Abril.

—Abril es distinto —entré en la conversación—, ella cedió su miraculous a alguien que no conocemos.

— ¿Por qué todas las culpas a ella y a Firefox? ¿Y quién dice que no podáis sospechar de mí? Siempre aparezco tarde en las batallas.

Adrien y yo arqueamos una ceja al mismo tiempo.

—Bajemos al salón —dijo tras una pequeña pausa.

Regresamos a la sala. Nos sentamos de nuevo en nuestros respectivos sitios mientras Colette recogía los chocolates, algo frustrada. Se dirigió a la cocina con rapidez.

Nos quedamos un rato más en silencio. Ya, el silencio parecía hacerse costumbre para nosotros. Fue interrumpido por un fuerte escándalo.

—¿Lo has...?

—Sí, yo también he oído eso —murmuró levantándose de su silla.

Y, como siempre, el silencio era interrumpido por el ataque de un akuma. No nos detuvimos a esperar a Colette. París nos necesitaba.







MIRACULOUS ⼀ MA PETITE COCCINELLE (2016)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora