Un pequeño estaba sentado en una banco debajo de un enorme árbol en el patio de la escuela junto a su almuerzo. Ese día le apetecía estar solo, ya que su mejor amigo, Azazel, estaba en casa con varicela desde hace unos días, y no se llevaba mucho con sus demás compañeros de clase como para almorzar y charlar con ellos. Además, para nadie era agradable tener que hablar con quienes se ríen y se burlan todo el tiempo.
Suspiró con pesadez y le quitó el papel aluminio a su emparedado antes de darle un mordisco sin ganas. Un grupo de niñas reían y saltaban la cuerda alegres a una distancia considerable del pequeño de cabellos medio anaranjados llamado Erik.
La vida del pequeño Erik de doce años estaba lejos de ser la vida fascinante y llena de lujos que llevaban tus compañeros de clase. Él no se iba todas las vacaciones al extranjero, no se iba a la escuela todos los días en un auto caro, ni tenía muchos empleados en casa que hicieran las tareas domésticas. La vida se había puesto cuesta arriba desde que el padre del pequeño Erik había enfermado gravemente cuando él tenía tan solo ocho años. Su madre y él fueron testigos de cómo, lentamente, se le iba la vida del cuerpo cada día que pasaba.
Ella veía con tristeza cada que llevaba una silla a la orilla de la cama y se quedaba largo rato en silencio junto al hombre que quería tanto. Se quedaba horas y horas sujetando la mano de su padre, el cual al final de sus tiempos solo podía pestañear y susurrar al oído de su esposa e hijo.
Y luego, cuando ya él había fallecido, se vinieron encima todas las deudas que habían acumulado en los dos años que estuvieron en esa situación.
Un balón que apareció de la nada le dio en el rostro, haciendo que su almuerzo cayera al piso. Se volteó con una mano en el ojo izquierdo, donde el golpe había sido más fuerte. La niñas que saltaban la cuerda le apuntaban y se reían de él. Otros, un grupo de alumnos de un nivel superior, los que lanzaron el balón, le veían con una expresión de maldad y satisfacción.
El mayor de ellos, Shaw, quien también parecía ser el manda más del grupito de abusivos, sonrió al ver que Erik se levantaba y comenzaba a meter sus cosas en la mochila para largarse.
-Lo siento tanto- dijo con una fingida lástima que hizo hervir la sangre del menor. -¿Hice que desperdiciaras la comida de toda tu semana, Lehnsherr?- agregó con mofa cuando el menor pasó por su lado con el ceño fruncido y le empujó para seguir con su andar.
Estaba encerrado en un cubículo del baño de varones con el rostro enterrado entre las manos. Sentado con las rodillas pegadas al pecho para que nadie supiese que estaba ahí esperaba a que tocaran el timbre y pudiera irse a casa. Solo que no contaba con el pequeño detalle de que un pequeño con enormes ojos celestes y mejillas rosadas había visto todo lo de hace un momento y lo buscaba por los pasillos con la mitad de su almuerzo para compartirlo con él.
Entró a los baños que había al final del pasillo y arrugó el ceño mientras veía cada cubículo desde la entrada. Calculó rápidamente el espacio central del lugar y se acercó, cuidando de que sus zapatos no hicieran ruido en cada paso que daba.
-Seguramente debes creer que todos en este lugar somos malos- murmuró una vocecilla al otro lado de la puerta. Erik levantó la cabeza y pestañeó un par de veces antes de hacer un ruido como respuesta.
El pequeño afuera torció el labio y se mordió la uña del dedo índice. Al otro lado, Erik solo deseaba que el pequeño intruso se fuera de ahí y le dejara en paz.
-Soy Charles- murmuró nuevamente la vocecilla al otro lado de la puerta, y Erik no pudo reconocerla. Juraba no haberla escuchado nunca antes, de modo que no podía asociarla a un rostro.
-Erik- respondió sin ánimos de que continuar con la charla. "Todo esto es culpa de Azazel, si no hubiese entrado a la sala del primer grado no se hubiese contagiado con esa tonta varicela", pensaba para sus adentros. "¿Quién se contagia con varicela a los doce años? Eso pasa cuando tienes cinco, no doce".
Una pequeña mano apareció por el espacio que había entre la puerta y el suelo del baño. El niño extendía su mano para que el otro la apretase. Y así, aunque algo extrañado, lo hizo Erik.
-Encantado de conocerte, Erik- dijo el pequeño del otro lado.
Erik sintió curiosidad por saber cómo era el niño que tenía modales y hablaba como adulto, pero parecía ser algo pequeño, ya que su mano era muy blanca y más pequeña que la suya.
Estiró las piernas hasta que estas tocaron el suelo y frunció el ceño. Ahora que lo pensaba, esa vocecita se le hacía algo familiar.
-¿No te gustaría ir a hablar a otro lugar?- comentó de nuevo. -Un baño no es un lugar muy agradable, y menos cuando no puedo ver con quién estoy hablando- decía sonriente el pequeño Charles.
Esperó, balanceándose sobre los talones, hasta que Erik abrió la puerta con la mirada gacha. Puso la mejor de sus sonrisas cuando por fin pudo verle. Era un niño de la otra clase. Lo conocía, ya que los demás muchachos y muchachas de su clase se burlaban del niño pobre que estaba estudiando becado en la escuela donde solo iban los hijos de los sujetos más influyentes de todo el estado.
Erik sintió que sus mejillas estaban tibias apenas su mirada decaída chocó con la alegre mirada del niño. Era bajito, una cabeza más bajo que él, por lo menos, el cabello castaño oscuro y unos ojos celestes que recordaba haber visto alguna vez por los pasillos de la escuela.
-Tú siempre estás con un niño de cabello negro, ¿verdad?- preguntó una vez que ambos iban por el pasillo con aulas a ambos lados. Erik había rechazado la mitad del almuerzo de Charles, en un principio, ya que Charles se puso ceñudo, y Erik, entre las risas que le provocó el tierno niñito, la había aceptado. -¿Qué le ocurrió?-.
Erik chasqueó la lengua y se metió las manos a los bolsillos del pantalón. -Se contagió de varicela cuando se metió a molestar a los de primer grado a su sala hace unos días-.
Charles se llevó la mano a la boca para cubrir una risita que se le escapó. Erik se volteó a verle con una sonrisa pintada en los labios.
-Lo siento, lo siento- se disculpó el pequeño. -Debe ser bastante desagradable la varicela-, agregó arrugando la nariz cubierta de sutiles pecas.
Lehnsherr sonrió y negó restándole importancia. Se sentía muy a gusto con el pequeño sonriente de ojos celestes como para molestarse porque se reía de su amigo.
A la semana siguiente, cuando un pelinegro se apareció por la escuela con la cara magullada con algunas pintitas rojas, triunfante, feliz de haber estado una semana completa en casa llenándose el estómago de helado y viendo caricaturas hasta tarde, se encontró con que su buen amigo Erik estaba hablando con un pequeñín de la otra clase. "Wow, no vengo en una semana y me pierdo de un acontecimiento digno de escribir", dijo al ver que ambos mantenían una plática bastante amena.
-¿No me extrañaste, cabeza de cobre?- dijo una vez que estaban en sus respectivos asientos en la clase, mientras la profesora estaba escribiendo de espaldas en el pizarrón.
Erik dejó de escribir y miró a Azazel un par de segundos antes de negar con la cabeza.
-De seguro ya me cambiaste por ese enanito del otro salón, ¿no?-. Erik sonrió ante la mención de Charles inconscientemente y Azazel levantó su ceja con una sonrisita socarrona. El de los cabellos medio anaranjados golpeó con el puño el brazo de su amigo al notar lo que quería decir con sus gestos y ambos rieron.
-Azazel, Erik- dijo la profesora al verlos riendo. -¿Algo que quieran compartir con el resto de la clase?-.
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Una cosilla, muchachos:
para que no se lleguen a confundir, los capítulos van a ir saltando de momento en momento, no necesariamente va a haber un orden tan específico en cada uno. Eso sí, voy a tratar de guardar un poco de orden pa' que haya lógica. ;)
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Mr. Sunshine
FanficPorque hay veces en que la luz de sol nos molesta, nos hace doler los ojos, y, a algunos, nos irrita. Y hay veces en que nos encanta la luz del sol, sobre todo después de una larga temporada con su ausencia. Erik no quiere asumirlo, pero le encantan...