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Erik buscaba una camisa en el ropero mientras Charles estaba en el baño de la habitación cepillándose los dientes.

Estaban solos y la casa estaba bastante silenciosa. Hacía algunos años ya que la más pequeña, la bebé, Grace, había dejado de gritar y reír a carcajada limpia por los pasillos durante todo el día.
Ahora ella andaba en casa de alguna amiga haciendo cosas de adolescentes.
Dios, el tiempo pasaba demasiado rápido.

-El negro te queda muy bien-, dijo Charles mientras se acomodaba un poco el cabello. -Te hace ver elegante-.

Erik sonrió por el cumplido y se volteó para ver a Charles que estaba con las manos cruzadas en la espalda apoyado en la pared viéndole.

Pasó sus brazos por los costados de Charles y este alzó la vista para sonreírle.
-Aunque deberías usar marrón esta vez. Vamos a ver a nuestros nietos-dijo. "Nuestros nietos, suena lindo", pensó Charles.
-Te da un toque más paternal-.

-Lo que tú digas-, murmuró Erik y no pudo evitar que se le escapara una sonrisa que delataba cuán enamorado estaba de él.
Pero vamos, jamás pudo evitar esa sonrisa de bobo.

Charles se alejó de su esposo para buscar un suéter en su ropero, mientras que este se le quedó viendo.
"¿Cómo era posible?", se preguntaba Erik. "Estás próximo a los cincuenta años y aún te ves tan hermoso como si fueses un joven de treinta".

Erik aún podía recordar el momento exacto en que se encontraron en los pasillos de la misma escuela que los unió cuando apenas eran unos chiquillos que poco y nada conocían de la vida.
Eran ya adultos con una vida hecha, pero, de todas formas, Erik no pudo controlar su emoción al verlo después de tantos años.

-¿Pasamos por helado para los niños?-. La pregunta de su esposo lo sacó de su estado y asintió sin saber muy bien lo que era.

Tratándose de Charles y sus nietos era obvio que sería alguna golosina o regalo para ellos.
Los mimaba demasiado.

Pero quién era él para juzgar si hacía lo mismo con Charles.

Pasaron al supermercado y Charles se aseguró de que hubiese un pequeño regalo para cada uno de sus nietos, o sea, William, Thomas, Laura, Jimmy, Daken y la pequeña Annie.

Erik condujo el auto media hora hasta la casa de Pietro compartía con Logan. Ahí se supone que todos los niños estarían para corretear de acá para allá y jugar todo el día.

Tocaron el timbre y Pietro abrió con Laura en brazos. La pequeña que ya estaba por cumplir cinco años de inmediato tiró los brazos a Charles y este la tomó feliz.

-¡Abuelo Charles!-, chilló la niña antes de apretar su mejilla contra la de Xavier de Lehnsherr.

Pietro sonrió y saludó a su padre y padrastro.
Erik y Charles estaban cada día más asombrados con lo maduro que Pietro se veía en comparación a unos cuantos años atrás cuando era casi un caso perdido. Por suerte estuvo Logan para estabilizarlo y ayudarle a crecer.
Ahora era un padre y padrastro ejemplar para con su pequeña Laura y los hijos de Logan, Jimmy y Daken, los cuales había aprendido a querer como suyos.

-James está en la cocina y Wanda está en el patio regañando a los gemelos. David acaba de llegar y está con un ataque de pánico cambiando el pañal de Annie-, dijo antes de desaparecer tras ellos.

La casa en sí no era demasiado enorme, pero podía acomodar fácilmente a esta familia de "los tuyos, los míos y los nuestros" para una agradable tarde todos juntos.

Logan apareció con un paño de platos al hombro desde la cocina.
-Hey-, saludó al matrimonio.

Charles sonrió. Pietro y él eran  como el agua y el aceite, pero se complementaban de una manera tan perfecta que ambos le hacían reconocer la existencia de las almas gemelas. Porque ambos sabían que estaban ahí el uno para el otro.

Ya no importaba que todo hubiese comenzado cuando Pietro era un adolescente inquieto y Logan su maestro de historia recién divorciado con dos hijos muy pequeños. Ahora aquello era motivo de risas, incluso para Erik, quien estuvo en contra de su relación hasta que Pietro llegó con la noticia de que sería abuelo y un anillo de compromiso en su dedo.

Laura se bajó de los brazos de Charles y corrió hasta la cocina donde Logan los estaba llevando.
Desde el pasillo que acababa en las escaleras llegaba un llanto de bebé.
Charles subió las escaleras mientras Erik se encontraba con Wanda y los gemelos, William y Thomas de diez años de edad, que parecían haber estado peleando.

Su hija estaba ordenándoles que se sentaran en la mesa y no se levantaran hasta que solucionaran su problema por el que estuvieron rodando en el piso hacía un rato.

-Hola, papá-. La pelirroja de treinta se acercó a su padre y le abrazó.
Los gemelos corrieron y se abrazaron de Erik mientras repetían "abuelo Erik, abuelo Erik" una y otra vez.

Laura los miraba silenciosamente desde la isla de la cocina mientras saboreaba un poco del postre que Logan estaba cocinando.

¿Dónde está Charles?-, preguntó la pelirroja Maximoff.
Pietro apareció con cubiertos para todos.
-Está con el primerizo-, dijo acomodando un tenedor y cuchillo por puesto.

Charles avanzó por el pasillo del segundo piso hasta dar con la habitación principal donde Logan y Pietro dormían, pero esta vez la cama estaba repleta de cosas de bebé.

David estaba tratando de acomodar la ropa de su bebé, la cual estaba mal abotonada. Se veía cansado y tenso.

-¿Necesitas ayuda?-, dijo.
El joven se volteó y corrió a abrazarlo.

-Oh, papá. No sabes la falta que me estabas haciendo-, gimoteó David en los brazos de su padre.
Charles era casi veinte centímetros más bajo que su hijo, por lo que tuvo que elevarse sobre la punta de sus pies para darle un abrazo muy paternal.

La bebé en la cama de removía y hacía soniditos raros.
David se volvió para mirarla con preocupación.

-Le he cambiado el pañal mil veces hoy, le he dado su leche a la hora indicada, incluso se coloqué un poco de ruido blanco con mi teléfono para que durmiera una siesta-. David cruzó sus brazos y mordió la uña de su dedo índice nervioso. -Tal vez está enferma, por eso no dejaba de llorar hacía un rato- dijo. -O tal vez tiene frío, pero Sydney me dijo que no le pusiera demasiada ropa. O quizás tiene calor...-.

Charles se acercó a la bebé que comenzaba a hipar de nuevo y la cargó en sus brazos con la mayor delicadeza posible.
-O tal vez solo quería que la cargaran un poco- dijo al ver que la pequeña se relajaba y dejaba de hipar.

David suspiró aliviado cuando el silencio ocupó la habitación.
Charles sonrió hacia su hijo con ternura. Le recordaba tanto a cuando era un jovencito de dieciocho viviendo solo en un apartamento londinense junto a su hijo David de apenas un par de meses.
O cuando Grace era una bebé y lloraba toda la noche hasta que Erik se levantaba para sacarla a dar una vuelta en auto y Charles pudiera dormir un poco más que una o dos horas.

La desesperación, el creer estar haciéndolo todo mal, el no dormir por las noches y cambiar mil pañales al día. Esas eran cosas por las que pasaban los padres primerizos que Charles ya conocía como la palma de su mano.
No por nada ya se jactaba de tener una bella y numerosa familia de cinco hijos y seis nietos, hasta el momento.







Mr. SunshineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora