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-Es algo patético que creas que de esa manera vas a gustarle a Charles- dijo un joven Azazel de diecisiete años lanzando lejos la colilla de su cigarrillo. Estaban en el patio de la preparatoria, pero al pelinegro fumador poco le importaba que alguien le viese fumando.
El otro joven, de la misma edad, Erik, suspiró con pesar y apartó la vista del grupo en donde Charles reía con algo que Stryker acababa de decir.

-O quizás le guste, si es capaz de soportar a Stryker no le costaría nada hacerlo contigo- Erik se volteó a verlo con el ceño arrugado y el pelinegro sonrió de oreja a oreja.
Menos mal, estaban lo suficientemente lejos como para que nadie los escuchara.

Y así era siempre, todos los días desde que Charles tenía trece años y él apenas catorce.
Se habían convertido en grandes amigos luego de que el pequeño le hubiese compartido la mitad de su almuerzo.

Con el tiempo, cuando eran más niños iban a casa de Erik de vez en cuando para que el pequeño durmiese ahí. Oh, Charles amaba ese tiempo que estaba fuera de su casa, lejos de las constantes peleas de sus padres, protegido por el inmenso cariño que Eddie le había tomado al pequeñín amigo de su único hijo.

Le encantaba que Eddie le preparara galletas cubiertas de azúcar o los arropara a ambos hasta la barbilla antes de apagarles las luces de la habitación de Erik y ellos se quedaran hablando y riendo hasta tarde.

Pero no era agradable cuando iban a casa de Charles, ya que a su madre, Sharon, le desagradaba la presencia de su propio hijo y de ese niño pobre con el que se juntaba. Detestaba las risas de los niños jugando en la sala, o el ruido de ellos correteando por los pasillos de la lúgubre mansión hasta el cuarto de Charles donde estaban horas y horas hasta que Brian, su esposo, iba a dejar a Erik.

Brian, al contrario de su mujer, estaba inmensamente feliz de que Charles hiciera amigos. Ese niño Erik le daba buena espina, sería un gran muchacho en un futuro.

El timbre que indicaba el fin del receso de almuerzo sonó. Azazel y él estaban en clases separadas a esa hora, por lo que quedaron de juntarse a la salida para ir a vagar por el centro hasta la tarde.

Erik apretó la tira de su mochila y entró al salón donde, en el fondo, Charles estaba junto a Jason.

Habían sido los mejores amigos del mundo, y Erik no tardó en ir enamorándose poco a poco del niño de mejillas rosadas y ojos color cielo. Para ese entonces, tenía casi catorce años.
Nunca lo mencionó, pero el corazón le latía con violencia cada que Charles le abrazaba para despedirse, o besaba su mejilla saludándolo cuando no se habían visto en todo el fin de semana.
Y no pudo hacerlo tampoco.

El padre de Charles falleció cuando este acababa de cumplir los catorce en un accidente de automóviles. Y, dos o tres meses más tarde, Sharon ya estaba comprometida con un sujeto que se llamaba Kurt, el cual le pagaba sus vicios y le ayudaba a olvidar a su hijo.
Charles estuvo muy triste durante bastante tiempo. No fue a clases por cerca de un mes, y cuando Erik decidió  ir a su casa, preocupado, se encontró con que el mismo niño de los ojos celestes chispeantes de energía, le pedía que se fuera mientras le miraba con sus ojos casi apagados.

Desde ese día todo cambió. Charles había cambiado mucho, apenas se hablaban, el menor comenzó a hacerse de otros amigos y, poco a poco, él y Erik se fueron distanciando hasta ser apenas dos antiguos conocidos que se hablan cuando es estrictamente necesario.

Erik se maldijo internamente, había olvidado su libro de texto encima de la cama esa mañana. Trask le cortaría el cuello, ya que ese libro era como su biblia científica.
El semi-pelirrojo bufó y se pasó las manos por la cara. Odiaba ciencias, biología en especial.

Mr. SunshineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora