El acto cuarto
ARGUMENTO DEL CUARTO AUTO
Celestina, andando por el camino, habla consigo misma hasta llegar a la puerta de Pleberio,
donde halló a Lucrecia, criada de Pleberio. Pónese con ella en razones. Sentidas por Alisa, madre
de Melibea y sabido que es Celestina, hácela entrar en casa. Viene un mensajero a llamar a Alisa.
Vase. Queda Celestina en casa con Melibea y le descubre la causa de su venida.
LUCRECIA, CELESTINA, ALISA, MELIBEA.
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CELESTINA.- Ahora que voy sola, quiero mirar bien lo que Sempronio ha temido de este
mi camino. Porque aquellas cosas que bien no son pensadas, aunque algunas veces hayan buen
fin, comúnmente crían desvariados efectos. Así que la mucha especulación nunca carece de buen
fruto. Que, aunque yo he disimulado con él, podría ser que, si me sintiesen en estos pasos de
parte de Melibea, que no pagase con pena que menor fuese que la vida; o muy amenguada
quedase, cuando matar no me quisiesen, manteándome o azotándome cruelmente. Pues amargas
cien monedas serían éstas. ¡Ay cuitada de mí! ¡En qué lazo me he metido! Que por me mostrar
solícita y esforzada pongo mi persona al tablero. ¿Qué haré, cuitada, mezquina de mí, que ni el
salir afuera es provechoso ni la perseverancia carece de peligro? ¿Pues iré o tornarme he? ¡Oh
dudosa y dura perplejidad! No sé cual escoja por más sano. En el osar, manifiesto peligro; en la
cobardía, denostada pérdida. ¿A dónde irá el buey que no are? Cada camino descubre sus
dañosos y hondos barrancos. Si con el hurto soy tomada, nunca de muerta o encorozada falto, a
bien librar. Si no voy, ¿qué dirá Sempronio?, ¿que todas éstas eran mis fuerzas, saber y esfuerzo,
ardid y ofrecimiento, astucia y solicitud? Y su amo Calisto ¿qué dirá?, ¿qué hará?, ¿qué pensará,
sino que hay nuevo engaño en mis pisadas y que yo he descubierto la celada por haber más
provecho de esta otra parte, como sofística prevaricadora? O si no se le ofrece pensamiento tan
odioso, dará voces como loco. Dirame en mi cara denuestos rabiosos. Propondrá mil
inconvenientes, que mi deliberación presta le puso, diciendo: Tú, puta vieja, ¿por qué
acrecentaste mis pasiones con tus promesas? Alcahueta falsa, para todo el mundo tienes pies,
para mí lengua; para todos obra, para mí palabra; para todos remedio, para mí pena; para todos
esfuerzo, para mí te faltó; para todos luz, para mí tiniebla. Pues, vieja traidora, ¿por qué te me
ofreciste? Que tu ofrecimiento me puso esperanza; la esperanza dilató mi muerte, sostuvo mi
vivir, púsome título de hombre alegre. Pues no habiendo efecto, ni tu carecerás de pena ni yo de
triste desesperación. Pues ¡triste yo! ¡Mal acá, mal acullá: pena en ambas partes! Cuando a los