Acto Dieciséis

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Acto décimo sexto 

ARGUMENTO DEL DECIMOSEXTO ACTO 

Pensando Pleberio y Alisa tener su hija Melibea el don de la virginidad conservado, lo cual, 

según ha parecido, está en contrario, y están razonando sobre el casamiento de Melibea; y en tan 

gran cantidad le dan pena las palabras que de sus padres oye que envía a Lucrecia para que sea 

causa de su silencio en aquel propósito. 

PLEBERIO, ALISA, LUCRECIA, MELIBEA. 

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PLEBERIO.- Alisa, amiga, el tiempo, según me parece, se nos va, como dicen, entre las 

manos. Corren los días como agua de río. No hay cosa tan ligera para huir como la vida. La 

muerte nos sigue y rodea, de la cual somos vecinos y hacia su bandera nos acostamos, según 

natura. Esto vemos muy claro, si miramos nuestros iguales, nuestros hermanos y parientes en 

derredor. Todos los come ya la tierra, todos están en sus perpetuas moradas. Y pues somos 

inciertos cuándo habemos de ser llamados, viendo tan ciertas señales, debemos echar nuestras 

barbas en remojo y aparejar nuestros fardeles para andar este forzoso camino; no nos tome 

improvisos ni de salto aquella cruel voz de la muerte. Ordenemos nuestras ánimas con tiempo, 

que más vale prevenir que ser prevenidos. Demos nuestra hacienda a dulce sucesor, 

acompañemos nuestra única hija con marido, cual nuestro estado requiere, porque vamos 

descansados y sin dolor de este mundo. Lo cual con mucha diligencia debemos poner desde 

ahora por obra y lo que otras veces habemos principiado en este caso, ahora haya ejecución. No 

quede por nuestra negligencia nuestra hija en manos de tutores, pues parecerá ya mejor en su 

propia casa que en la nuestra. Quitarla hemos de lenguas de vulgo, porque ninguna virtud hay tan 

perfecta que no tenga vituperadores y maldicientes. No hay cosa con que mejor se conserve la 

limpia fama en las vírgenes que con temprano casamiento. ¿Quién rehuiría nuestro parentesco en 

toda la ciudad? ¿Quién no se hallará gozoso de tomar tal joya en su compañía? En quien caben 

las cuatro principales cosas que en los casamientos se demandan, conviene a saber: lo primero 

 discreción, honestidad y virginidad; segundo, hermosura; lo tercero el alto origen y parientes; lo 

final, riqueza. De todo esto la dotó natura. Cualquiera cosa que nos pidan hallarán bien cumplida. 

ALISA.- Dios la conserve, mi señor Pleberio, porque nuestros deseos veamos cumplidos 

en nuestra vida. Que antes pienso que faltará igual a nuestra hija, según tu virtud y tu noble 

sangre, que no sobrarán muchos que la merezcan. Pero como esto sea oficio de los padres y muy 

ajeno a las mujeres, como tú lo ordenares seré yo alegre; y nuestra hija obedecerá, según su casto 

vivir y honesta vida y humildad. 

LUCRECIA.- ¡Aun si bien lo supieses, reventarías! ¡Ya!, ¡ya! ¡Perdido es lo mejor! ¡Mal 

La Celestina (Literatura Española del S. XVI)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora