Acto décimo séptimo
ARGUMENTO DEL DÉCIMO SÉPTIMO ACTO
Elicia, careciendo de la castidad de Penélope, determina de despedir el pesar y luto que por causa
de los muertos trae, alabando el consejo de Areúsa en este propósito; la cual va a casa de Areúsa,
adonde viene Sosia, al cual Areúsa con palabras falsas saca todo el secreto que está entre Calisto
y Melibea.
ELICIA, AREÚSA, SOSIA.
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ELICIA.- Mal me va con este luto. Poco se visita mi casa, poco se pasea mi calle. Ya no
veo las músicas de la alborada, ya no las canciones de mis amigos, ya no las cuchilladas ni
ruidos de noche por mi causa y, lo que peor siento, que ni blanca ni presente veo entrar por mi
puerta. De todo esto me tengo yo la culpa, que si tomara el consejo de aquélla que bien me
quiere, de aquella verdadera hermana, cuando el otro día le llevé las nuevas de este triste negocio
que esta mi mengua ha acarreado, no me viera ahora entre dos paredes sola, que de asco ya no
hay quien me vea. El diablo me da tener dolor por quien no sé si, yo muerta, lo tuviera. A osadas,
que me dijo ella a mí lo cierto: nunca, hermana, traigas ni muestres más pena por el mal ni
muerte de otro que él hiciera por ti. Sempronio holgara yo muerta; pues ¿por qué, loca, me peno
yo por él degollado? ¿Y qué sé si me matara a mí, como era acelerado y loco, como hizo a
aquella vieja, que tenía yo por madre? Quiero en todo seguir su consejo de Areúsa, que sabe más
del mundo que yo y verla muchas veces y traer materia cómo viva. ¡Oh qué participación tan
suave, qué conversación tan gozosa y dulce! No en balde se dice que vale más un día del hombre
discreto que toda la vida del necio y simple. Quiero, pues, deponer el luto, dejar tristeza, despedir
las lágrimas que tan aparejadas han estado a salir. Pero como sea el primer oficio que en
naciendo hacemos llorar, no me maravilla ser más ligero de comenzar y de dejar más duro. Mas
para esto es el buen seso, viendo la pérdida al ojo, viendo que los atavíos hacen la mujer
hermosa, aunque no lo sea, tornan de vieja moza y a la moza más. No es otra cosa la color y
albayalde sino pegajosa liga en que se traban los hombres. Ande pues mi espejo y alcohol, que
tengo dañados estos ojos; anden mis tocas blancas, mis gorgueras labradas, mis ropas de placer.
Quiero aderezar lejía para estos cabellos, que perdían ya la rubia color y, esto hecho, contaré mis
gallinas, haré mi cama, porque la limpieza alegra el corazón, barreré mi puerta y regaré la calle,
porque los que pasaren vean que es ya desterrado el dolor. Mas primero quiero ir a visitar mi