"EL HOMBRE DEL PATIO"

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Autor: Mauro Croche

-Todo comenzó cuando un día vi a mi hijo mirando por la ventana de su dormitorio- comenzó así su relato el hombre recostado en el diván-. Cuando le pregunté qué era lo que miraba, Dany señaló a través de la ventana y dijo: “Hay un hombre ahí afuera, parado en el patio". Inmediatamente pensé que se trataba de un pervertido. Los hay a montones en este mundo, ¿no le parece, doctor? Agarré el cuchillo y salí al patio hecho una furia, dispuesto a cortar sus pelotas. Pero ahí no había nadie. Regresé a la habitación de mi hijo y le pregunté por qué me había mentido. Pero el chico volvió a señalar hacia fuera. “Está ahí”, dijo, “sólo que no puedes verlo, porque está muerto”.

El psiquiatra soltó un leve gruñido como respuesta. Se inclinó sobre su libreta y escribió:

“Padre violento. El hijo reclama atención, probablemente a causa del divorcio”.

-Continúe, por favor- dijo, inclinando la cabeza.

El padre se acomodó sobre el diván y siguió con el relato.

-Después de esa vez mi chico no volvió a parar. Yo le decía que cortara con esas historias, porque asustaban a su hermanita Agustina, pero él siguió y siguió. Decía ver fantasmas por todos lados: cuando íbamos a hacer las compras, en la escuela, incluso en el maldito jardín de infantes de Agustina. Dijo que veía el fantasma de un chico jugando en el arenero, que lo saludaba, ¿puede creerlo?

El psiquiatra no dijo nada, pero en su libreta anotó:

“Probable esquizofrenia del chico. Delirios persecutorios del padre”.

-¿Sigo hablando?- dijo el hombre.

-Claro.

-Es que usted me distrae cuando escribe en su cuaderno, ¿sabe?

-Es mi trabajo, señor Donovan. Usted no preste atención a lo que yo haga, concéntrese en la historia.

El padre murmuró algo por lo bajo, pero luego continuó:

-La gota que derramó el vaso fue la semana pasada, el sábado. Me tocaba a mí cuidar a los chicos, por eso del régimen compartido, pero a eso de las ocho de la noche llegaron sin avisar mis amigos y compañeros de barajas. Así que encerré a los chicos en el dormitorio y les dije que no hicieran mucho barullo, porque papá quería pasar una noche tranquila con sus amigos. La nena no dijo nada, ella pobrecita siempre fue calladita, pero Dany empezó con las quejas. Dijo que el hombre del patio no los iba a dejar dormir. Que cada vez estaba más cerca, y él tenía miedo, porque el hombre no era un fantasma común, sino algo mucho más malo que eso. Lo peor fue cuando Agustina, con ojos asustados, secundó a Dany y dijo que ella también había comenzado a verlo. Incluso me mostró un dibujo que había hecho de aquel hombre; ella siempre fue muy buena en el dibujo, siempre dibujó cosas lindas como mariposas o flores, pero la cosa HORRIBLE que me mostró esa vez terminó por sacarme de mis casillas. Agarré a Dany y lo sacudí. “¿Ves lo que pasa por andar diciendo estupideces? Ahora tu hermana también cree en esas cosas”, le dije. Lo llevé de las orejas a la ventana y señalé hacia fuera. “Ahí no hay nadie, ¿lo ves? No hay ningún hombre muerto en el patio. Así que no quiero más historias de esa mierda, ¿entendiste?”. Dany agachó la cabeza y no dijo nada, pero algo en su mirada me hizo creer que traería problemas esa noche.

El psiquiatra volvió a escribir en su libreta.

“Graves problemas de alcohol”.

El padre parecía estar cada vez más agitado.

-Regresé al living y por unas horas me olvidé de ellos. Esa noche mis amigos apostaban fuerte, y yo la verdad no ligué nada. Eran las doce de la noche y casi me habían desplumado. Estaba furioso. Aposté mis últimos cien pesos y luego tiré las barajas. Cuando miré mis cartas, no podía creerlo: era la mejor mano que me había tocado en mi vida. ¡La mejor! Tenía todo a mi favor para recuperar el dinero perdido.

-¿Y entonces?

-El grito. O mejor dicho, LOS gritos. En la habitación de los chicos. En ese momento juro que pensé en matarlo. En matar a ese chico. Pero sin embargo continué jugando.

-¿Continuó jugando, pese a los gritos?

-¡Era la mejor mano de mi vida! ¿Es que no lo entiende? Además ya estaba acostumbrado a esas cosas, esos estúpidos juegos de Dany. Él y sus jodidos fantasmas muertos. Seguí jugando y por fin, Dios bendito, gané algo. Entonces el Pato Esquivel, uno de mis amigos, me dijo: “Hey, Donovan, ¿no tendrías que ir a ver qué carajo pasa en esa habitación? Esos niños gritan como endemoniados”. Así que fuimos a ver. Yo fui el primero en entrar a esa habitación, estaba muy borracho y…

-¿Qué fue lo que vio?- dijo el doctor, luego de anotar en su libreta:

“Adicción al juego”.

-Le reitero, doctor, que estaba borracho- dijo el hombre, con ojos suplicantes-. Es posible que lo que vi no sea más que… no sé, un delirio. Cuando uno bebe…

-¿Qué fue lo que vio?- insistió el médico.

-Vi a mi hijo, flotando a unos cuarenta centímetros de la cama- dijo el hombre, apresuradamente-. Tenía los ojos en blanco, y una baba negra le corría por el mentón. Pero peor fue lo que vi detrás de él…

-¿Qué vio?

-Había una cara- dijo el hombre, echándose de repente a llorar-. Una cara que salía de la pared. Tenía dientes como cuchillas, y sus ojos brillaban como linternas en la noche. Una cara que era exactamente igual a la que mi hija había dibujado…

-Usted dijo a la policía que la ventana estaba abierta…

-Sí, sí…

-Y que su hija menor, Agustina, no se encontraba en la habitación…

-Después de atender a Dany, de sacarlo de su “trance” o lo que diablos fuera eso, comenzamos a buscarla. Dany gritaba que el hombre del patio se la había llevado, pero claro que no le creímos. La buscamos por todos lados, aunque no pudimos encontrarla. Ella… ella era mi pequeñita y…

-¿Sabía usted, señor Donovan, que cuando hallaron a su hija, en el descampado detrás de su casa, se encontraba completamente desnuda?

-Lo sé. Dios misericordioso, lo sé…

-¿Y que cuando realizaron la autopsia correspondiente, Agustina tenía señales de haber sido VIOLADA?- el psiquiatra parecía haber perdido su tranquilidad académica. Había dejado la libreta a un lado y casi hablaba a los gritos- ¿Y que parte de los rastros encontrados debajo de sus uñitas, pertenecen a usted?

-Sería incapaz de hacer daño a mi pequeña… lo juro…- el hombre de repente alzó la cabeza y miró al psiquiatra, con los ojos convertidos en ranuras de odio-. Usted… usted me tendió una trampa. Dijo que sólo quería curarme, pero veo que su intención es meterme entre rejas. Lo mataré, doctor.

Se paró del diván y comenzó a avanzar hacia el psiquiatra. El doctor apretó un timbre y de inmediato entraron a la habitación dos policías, que redujeron al hombre y se lo llevaron.

-¡No fui yo, doctor!- decía el hombre, mientras lo llevaban a la rastra por el pasillo del hospital-. ¡Sería incapaz de hacerle daño a mi hijita! Sé que soy un miserable borracho, pero debe creerme…

El doctor volvió a sentarse y suspiró.

-¿Se encuentra bien, doctor Alves?- le preguntó su secretaria, que había asomado a la puerta al escuchar el griterío.

-Creo que sí, Lorena. Los policías actuaron muy rápido. Ahora por favor, déjeme a solas, debo terminar el informe.

La secretaria se retiró, y el doctor abrió su libreta. Y de inmediato saltó sobre su silla. En la libreta había un dibujo infantil, hecho con la lapicera. Se trataba de un rostro horrible, demoníaco, que mostraba unos dientes afilados como cuchillos. Debajo decía lo siguiente:

NO ES ESQUIZOFRENIA.
NO ES ALCOHOL.
NO ES ADICCIÓN AL JUEGO.
EXISTE.
Y SE ENCUENTRA DETRÁS DE USTED.
OBSERVÁNDOLO POR LA VENTANA.

El doctor se dio vuelta. La silla giratoria crujió bajo su peso.
-Jesús bendito- dijo el doctor, que hasta ese momento se manifestaba ateo. Sus esfínteres se aflojaron y su cabello entrecano comenzó a caer, como los pétalos de una flor de repente marchita.

Lo encontraron tres horas después, aún con el rostro en dirección a la ventana: parecía un anciano de ciento veinte años, y se había arrancado los ojos.

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