I'ts a feeling I can't fight.

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Después de dudarlo demasiado, Kise Ryouta se miró por última vez en el espejo que había justo en la entrada. Reiteró por tercera vez que llevaba su celular, llaves y las toallitas con las que se limpiaba el rostro en un bolso diminuto, el cual colgó sobre un hombro atravesando su torso. Sin dificultad alguna, se calzo las sandalias que separaban su dedo pulgar del resto y salió de su amplio apartamento.

El clima era tan cálido como acostumbraba ser la temporada. Las cigarras emitían su acostumbrado chirriar y el calor del sol de inmediato abrazaba la piel del rubio. Que bien que se puso bloqueador solar. Caminó a paso tranquilo mirando al frente a través de sus gafas de sol. No tenía automóvil, pues nunca le había gustado el gasto que generaba, además de que consideraba innecesario su uso si solo lo usaría él.

Mentiría si dijera que el verano le desagrada, de hecho era la época del año que más le gustaba. A pesar del calor, le gustaba porque el ambiente se colmaba de olores agradables y vistas hermosas.

En su camino se encontró con varios niños jugando en los parques. Si se lo propusieran, desearía volver a tener diez años, donde los juegos eran simples y podía hacer cualquier cosa sin ser mirado por encima del hombro o con gente que quisiera controlar su vida. Simple y llanamente, un niño.

Al llegar a la plaza comercial donde lo habían citado, miró por los escaparates de una línea de ropa, su propio rostro serio y con mirada profunda, esa que hacia gritar a múltiples personas. No se detuvo mucho tiempo y continúo hasta el bar café en el que había quedado con su amigo.

Las cosas se resolverían ahora.

Una vez que entró, se quitó sus gafas y buscó con la mirada aquella cabellera que siempre resaltaba a su vista. Si, puntualmente se encontraba en una mesa para dos, bebiendo baileys en las rocas. Su vaso estaba abandonado por el momento, pues disponía su atención a ese libro bastante ancho que sostenía entre sus manos.

Caminó decidido hacia él, sacudió mentalmente toda inseguridad (como lo hacía al sentirse nervioso) y se plantó frente a Midorima.

—Hola, Midorimacchi.

—Kise. —musitó cerrando su libro para dejarlo a un lado, sobre la mesa redonda.

El corazón de Ryouta tamborileaba nervioso, su mente, después de pronunciar aquellas palabras se había quedado en blanco. ¿Ahora que seguía? Claro, debía moverse, continuar hablando y aclarar el malentendido para que Shintarou dejara de estar tan de mal humor con él. Después de todo, si le dolía al ver las respuestas tan indiferentes que le mandaba.

—Para ser quien me citó, llegas tarde. —reclamó tomando su vaso enano para revolver los hielos en su interior —. ¿Tomaras asiento o permanecerás ahí parado?

—Llegué a tiempo. —dijo con una sonrisa dibujándose en sus labios bien humectados contra los rayos UV. Su cuerpo volvió a conectarse a su cerebro y se sentó en la silla alta frente a Shintarou.

— ¿Y bien?

—Siempre directo. —resopló desganado—. ¿Sabes? La noche del tanabata pensé que sería perfecta para decirte todo lo que pensaba, pero no te separabas de Takao. Se llevan tan bien que me dio envidia. —soltó una suave risa. Su mirada clavada en el negro de la mesa, estaba perdida. —Por primera vez en mucho tiempo, sentí celos de alguien. —levantó de a poco la vista encontrándose con los ojos tan hermosos de Midorima. El color verde, las pestañas espesas y súper pobladas, siempre le habían encantado.

—No te entiendo. —admitió Shintarou interesándose en las palabras serias del rubio. Podía identificar cuando hablaba solo por hablar, y cuando lo hacía de verdad.

War of heartsWhere stories live. Discover now