CAPÍTULO 1

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   Ander acaba de cumplir los doce años y sabe que vienen a por él. Cuando la Guerra de Naciones de 2030 acabó, España se unió al tratado de paz de Berlín, firmado por casi toda Europa y Estados Unidos; pero el estado no estaba tranquilo, sabían que la guerra no había acabado, así que declaró que todos los hijos varones al cumplir los doce años de edad debían de alistarse obligatoriamente en el ejército, y eran mandados a unos centros de reclutamiento especiales para ellos, en los que se les enseñaba la educación necesaria además de el arte de la guerra. Preparaban soldados jóvenes y fuertes para lo que se avecinaba. Vienen a por él, y no puede hacer nada.

   Esta en su cuarto y presiona el botón del cuadro de mandos de su pared y se cierra la persiana metálica de la cristalera. Esta oscuro, entonces presiona otro botón del panel y se enciende el fluorescente del techo. Empieza a hacer la maleta, y le duele. No quiere dejar a sus padres, no quiere dejar su hogar, pero sabe que no tiene otra opción, así que desliza su mano sobre el lector de la puerta de su armario y este se abre. Coge dos o tres prendas y las echa a su maleta. Cada vez que añade algo a la maleta es como una punzada en el pecho, esto provoca que al final no aguante y se echa a llorar. Se tumba sobre su cama y llora. 

   Cuando su almohada ya está lo suficientemente empapada deja de llorar. "Allí seguiré con mis estudios a la vez que entrenaría para ser un buen soldado." Un soldado. Esa palabra le da mucho miedo. Se pone a temblar y cierra los ojos fuertemente, intentando pensar en otra cosa. Pero lo empeora, porque empieza a pensar en la vida de sus padres después de su marcha. Su padre estaría fatal, seguramente pueda darle a la bebida sin quererlo, para evadirse de la realidad; y su madre seguramente entraría en depresión, o se volvería loca al saber que no volverá a ver a su hijo en mucho, mucho tiempo, que incluso podría morir en combate. Quizás enloquezca tanto que tengan que llevarla a un psiquiátrico. Entonces vuelve a llorar, esta vez más fuerte. No quiere abandonarlos, él quiere estar con ellos. Y ya ni hablar de sus amigos. Jamás volverá a verlos, a Sam, a Trevor, a Jaime...

   Entonces para de llorar. Un estruendo producido por el aerodeslizador militar lo corta. Pulsa de nuevo un botón del cuadro de mandos y la persiana abre una abertura en el centro de la cristalera, lo suficiente como para ver el aerodeslizador aterrizar en su calle. "Venga, Ander tú puedes, no puede ser para tanto. Seguramente conozca a gente nueva y todo vaya genial. Si eso. Seguro que será fantástico." Pero realmente a quién quería engañar. Tiene mucho miedo, y no quiere ir. Pero tiene que hacerlo. Así que termina de hacer la maleta, y coge una foto de su mesita. Él, con su padre a un lado, y su madre al otro, en el centro comercial, el día de su décimo cumpleaños que lo llevaron a unas instalaciones de juegos de esas con piscinas de bolas que tanto le encantaban. Se podía pasar horas y horas que dominaba aquella situación. Siempre buscaba un sitio estratégico de la zona para resguardarse de los otros niños y de sus "bolas" como proyectiles. Allí lanzaba varias ráfagas de bolas, y cuando veía una oportunidad, buscaba el tobogán y se metía dentro, sin que nadie lo viese, entonces esperaba el momento adecuado en el que uno se acercase para agarrarlo de la pierna, derrumbándolo en el suelo, y salir de su escondite para acribillarle a bolazos. Se lo pasaba genial, era uno de los mejores juegos para niños a los que había jugado. Introduce la foto en la maleta y la cierra.

   Esta bajando las escaleras en el preciso momento que llaman al timbre. Su madre se acerca a ella y la abre.

- Buenos días.- dice la madre con un tono ahogado en tristeza.

- Buenos días señora, soy el Coronel Suárez, vengo a por su hijo Ander. Ha llegado a la edad necesaria para entrar al ejército.- responde el hombre, con gafas de sol muy oscuras, y trajeado de arriba a abajo.

- Lo sabemos. Pase.

   El Coronel entra y los dos pasan al salón, el chico les sigue cabizbajo. El padre está sentado en el sofá, y la madre se sienta a su lado, le ofrecen asiento al coronel e inmediatamente se sienta en el sillón.

   Después de una larga charla, explicando la situación, y qué es lo que haría el chaval en las instalaciones militares, el Coronel acompaña a Ander hasta el exterior, mientras la madre entra en sollozo y el padre la abraza. Ander sube al deslizador mientras echa un último vistazo a su casa, y observa a sus padres en la puerta, mirándolo, sabiendo que ya no volverían a verlo jamás. Cuando el Coronel entra, la puerta se cierra y el aerodeslizador despega con un fuerte estruendo. Ya no hay vuelta atrás, lo que Ander no sabe, es que esto es sólo el principio, de todo lo que le espera.

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