CAPÍTULO 12

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   Izan golpea suavemente la puerta del dormitorio de su amigo.

- ¡No se puede!

- Soy yo, Ander. –el chico intenta abrir la puerta pero esta no responde a su huella. “Bloqueo echado.” Aparece en la pantallita.

- ¡Me da igual! –responde Ander, aún más frustrado por los acontecimientos.

- ¿Por qué has echado el cierre?

- No quiero ver a nadie.

- Pero, Ander…

- ¡Que te vayas! –grita con todas sus ganas.

Izan se queda estupefacto por la respuesta, baja la mirada y suspira. Ander recapacita, piensa en lo que ha dicho y deja de llorar por unos instantes. “No debería haber dicho eso. No debería haberle gritado de esa manera.” Se levanta en dirección a la entrada de la habitación.

- ¿Izan?

Pero no responde a la llamada. Cuando el chico abre la puerta, su amigo ya no está ahí. Ander se siente fatal. Era lo que le faltaba ahora.

   Regresa a la cama aún más dolorido y vuelve a llorar. No había llorado más en su vida, sobre todo porque no solía hacerlo. Era duro consigo mismo, pero algunas cosas eran más fuertes que él. Esto le superaba y no aguantaba más. Estaba decidido, a partir de ahora todo sería muy diferente.

                                                              *   *   *

   Desde que Izan llegó a las instalaciones, han sucedido muchas cosas que nunca imaginaba que pudieran suceder. Cuando puso los pies en el aerodeslizador tuvo miedo. Mucho.

   Se dedicó a pensar qué iba a hacer en aquel lugar, si conseguiría hacer amigos, si lo tratarían mal. Nunca le gustó la guerra pero había aprendido a disparar y a defenderse gracias a que su padre empezó a enseñarle desde que tenía seis años, ya que su padre mismo fue militar. De esa forma el chico no tuvo problemas en las primeras clases con el Sargento Martínez. La diferencia es que ahora Izan sí tiene un motivo para ir a la guerra y defender su honor, por eso no se sentía tan incómodo allí y quiere aprender. Cuando tan sólo tenía nueve años, su padre fue asesinado en el campo de batalla durante la Guerra de Naciones, y su madre tenía un empleo de enfermera en una de las bases militares que fueron bombardeadas. Los dos murieron.

   El chico no había cogido mucho cariño a sus padres de acogida, aunque estaba a gusto con ellos. Por eso no tuvo muchos problemas a la hora de separarse de ellos y montar en la aeronave. Siempre, desde que sus padres murieron en la guerra, ha estado decidido a vengarles, sirviendo él mismo a su país. Y aún buscaba la razón oportuna para disparar contra los que lo mataron. No era vengativo, pero era una cosa que se dejó clara desde el primer momento.

   Su primer día en Aquellas instalaciones no fue tan mal. Después de un viajecito largo en aquel deslizador, llegó al lugar. Se desnudó, le pusieron el chip y le dieron el uniforme azul con su respectivo diez en el cinturón, mostrando el pelotón al que pertenecería. Marchó a la habitación que indicaba una tarjeta identificativa que le dieron y al llegar, encontró que todas sus pertenencias del viaje ya estaban allí. Le dieron el resto de la mañana libre.

   Al parecer no solía ser así. Normalmente, al llegar los nuevos reclutas, los ponían a correr inmediatamente durante una hora y media para probar su resistencia física, que en este lugar parecía muy importante. Pero ellos no. El pelotón entero que vino en el aerodeslizador con Izan tuvo el día libre. Nadie entendía nada, pero tampoco nadie preguntaba nada. El muchacho observó detenidamente su habitación, vio el ropero lleno de uniformes azules y de uniformes blancos de descanso, uno de los cuales se colocó de inmediato sintiéndose lo más cómodo que se había sentido en su vida. Aquellos uniformes eran muy ajustables y elásticos. Eran como una segunda piel.

   Abrió su maleta y la vació por la habitación. Por último colocó un libro en la mesita: “Odiseas de Temístocles”, que narraba las batallas que el general de la gran flota griega -un buen estratega y guerrero durante el combate- desarrolló por su patria. A Izan le encantaba leer, y este libro sería perfecto para aprender cosas acerca de la guerra.

   A la hora de comer los llevaron al comedor y almorzaron un delicioso banquete, formado por unos deliciosos filetes con un adobo casi dorado, un buen bol de ensalada en cantidades industriales, algo de pasta y muchos zumos. Después de la gran comilona de bienvenida, un par de soldados veteranos iniciaron con los chicos una guía por las instalaciones para que conociesen el lugar. Les enseñaron la sala de tiempo libre, situada en la planta nueve. A continuación les mostraron también la sala de entrenamiento personal de uso libre para reclutas y cómo utilizarla. A Izan le interesó bastante y se quedó con la copla de cómo funcionaba todo aquello. Pasaron por la biblioteca, la sala de entrenamiento del Sargento Martínez, la sala de informática, la sala de simulaciones de batalla –donde se hacían los exámenes de combates- y demás lugares de interés, para que los muchachos supiesen de su ubicación para su uso. Luego cada pelotón regresó a la planta que le correspondía.

   Al pelotón diez le corresponde la última planta del edificio. La planta veinte de un cilindro gigante con un agujero central –como un donut- a modo de jardín interior. Las vistas desde las ventanas que daban hacia este eran preciosas. Se observaba en el otro extremo las demás habitaciones de las respectivas plantas y, al mirar hacia abajo, se veía el verde y hermoso jardín, con el sol que entraba por una especie de tragaluz en el techo, brillaba sobra las copas de aquellos maravillosos árboles que delicadamente habían sido plantados allí, para dar un toque natural y bello. Lo que Izan no sabía aún es que aquella no era la última planta, y que la luz que penetraba por aquel tragaluz de cristal del techo del jardín interior, es realmente provocada por grandes paneles lumínicos, que simulan el sol, ya que por encima de ellos no estaba el azulado cielo, sino casi treinta metros de tierra vasta que ocultaba la ubicación de aquellas instalaciones.Las ventanas que supuestamente daban al exterior, proyectaban una alegre simulación bastante real de unas praderas con abundante hierba y demás indicativos de naturaleza. Todo es una gran farsa.

   Después del gran paseo por la zona, Izan llegó a su cuarto, le habían dado el resto del día libre. Se encaminó a la sala común de descanso de su planta, compuesta por varios sofás tresillos, una televisión, una pequeña estantería de libros y poco más que dos ventanas. Con su libro griego en las manos, reposó sobre uno de los sillones y se dispuso a leer. Pasó algo más de una hora cuando un chaval de su pelotón se acercó.

- Hola, soy Carlos. Vine contigo en el deslizador.

   Y a partir de ahí, para Izan comenzaron todos sus problemas.

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