CAPÍTULO 5

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   No hay muchos niños, menos mal. A Ander no le agradaba mucho tener que ducharse delante de todos sus compañeros, pero se iba a tener que aguantar ya que las duchas eran comunes. Así que sin pensárselo más, se desviste, deposita su ropa en el tubo de la pared y este absorbe el uniforme en un segundo. Se acerca a uno de los grifos libres y lo abre. Izan entra en ese momento, se desviste también y se coloca junto a él, en el grifo de al lado.

- ¡Hola! ¿Qué te ha parecido tu primer día aquí? –pregunta el chico.

- Pues raro… La verdad es que estoy agotado. –responde Ander mientras comienza a enjabonarse el pelo.

- Y yo también. Oye, ¿puedes pasarme el jabón?

- Claro. –Ander se lo da, se enjuaga el pelo y una vez quitada toda la espuma mira de nuevo a Izan, que se está enjabonado. Le resulta raro verlo desnudo e intenta mantener la cabeza siempre fijada en la cara. No está nada cómodo, y se siente avergonzado. A Ander no le gusta que lo vean sin ningún tipo de prenda. Así que intenta mantener una conversación para alejarse de aquella situación.- ¿Sabes? Tienes muy buena puntería.

- Sí, gracias. –ríe.- Mi padre me enseñó a disparar cuando cumplí los ocho. Me construyo una pistola casera y me llevaba al campo para enseñarme a tirar.

- Qué guay… Oye, ¿podrías enseñarme? –le sonríe Ander.

- ¡Claro! Por supuesto. Mira, en las horas libres hay disponible una sala de entrenamiento más pequeña, que está siempre abierta para uso personal de los reclutas.

- ¡Genial!

- Empezamos mañana por la mañana. Tendremos que levantarnos una hora antes.

- De acuerdo entonces.

   Cada vez entran más chicos de su pelotón, pero Ander ya ha terminado de ducharse. Se coloca la toalla bien firme alrededor de la cintura y se despide de Izan, quien sigue enjuagándose. A los demás chicos no parecía importarles que los viesen desnudos. Quizás porque no era su primer día, o quizás simplemente no lo mostraban, como estaba haciendo él. Con sus pensamientos, abandona las duchas en dirección a su dormitorio. Entra, desliza la mano sobre el lector de la pared y este se pone en verde, abriéndose el armario. Coge un uniforme blanco de un material mucho más suave, parecido a la lycra, y muy ajustable, y se lo coloca. Aún quedan cuarenta y cinco minutos para tener que acostarse, tiempo suficiente para comer tranquilo. 

   De nuevo se dirige al comedor, como este medio día y allí encuentra a varios niños comiendo ya, pero no ve a Izan. Encuentra a Marcos, y se sienta junto a él.

- ¿Qué tal el primer día, novato? –le pregunta Marcos.

- Pues no ha estado mal, aunque el entrenamiento va a ser muy duro.

- Pues eso que sólo es el primer día. -se ríe.- Cuando lleves dos meses, no vas a sentir las piernas, ni ninguna parte del cuerpo. –vuelve a reír, un poco más fuerte.

- Ya… 

- Tranquilo hombre, no te preocupes. Tú sigue mis consejos y no saldrás tan mal parado de aquí. –y vuelve a reír, esta vez un poco más bajo.

- Vale. –y Ander sonríe, con inseguridad.- Oye, ¿Has visto por casualidad a Izan?

- Quién, ¿el otro novato que estaba sentado a tu lado este mediodía?

- Sí.

- No, no lo he visto el resto de la tarde.

- Que raro. –comenta Ander, casi para sí mismo de lo bajo que lo dice.

   Después de unos quince minutos Ander ya ha terminado de comer, pero Izan no ha llegado aún. Así que coge varios trozos de sándwich y una manzana y lo coloca en una de las canastas vacías de la mesa.

- Eh, recluta. –susurra Marcos, y el chico le mira.- que no te pillen con eso, o no quieras imaginar el castigo.

   Ander asiente y se marcha.

   Después de preguntar a varios chicos dónde se encontraba la habitación de Izan, la localiza. Tenía la cesta sobre las manos en la espalda, y cada vez que pasaba un cargo superior al suyo disimulaba. Por poco no lo descubrieron. Se acerca a la puerta y llama.

- No se puede. –contestan desde dentro.

- Soy yo, Ander.

   Entonces la puerta se desliza a la izquierda dejando paso al chaval. Ander consigue ver la cara de Izan, que intentaba ocultarla, y descubre que tiene un buen moratón bajo el ojo derecho.

- ¡¿Qué te ha pasado?! –exclama Ander soltando la cesta en la cama y sentándolo a él también en ella.

- Tony. En las duchas, un poco después de irte. Se acercó a mí con su grupito y me pegó un puñetazo diciéndome: “Yo también tengo puntería, ¿ves?” Y los demás de su grupo se rieron.

- Ese cabrón. –dice Ander enfurecido mientras se sienta en la cama junto al chico.

   Tony. Uno de su pelotón que rápidamente se ha puesto al mando de tres chicos más. Uno un poco gordinflón llamado Esteban, otro chico morenito de piel llamado Adrián y otro llamado Tomás. Tony era el típico matón que le gustaba estar por encima de todo el mundo, pero Ander no iba a permitir que pegase a Izan. Se relaja un poco y coge la cesta a su espalda, ofreciéndosela a Izan.

- Toma. Viendo que no bajabas a comer te he traído esto.

- Gracias. –sonríe y rápidamente coge un trozo de sándwich y comienza a engullirlo.

- Izan.

- ¿Sí?

- ¿Tienes miedo?

- Un poco.

- Yo también. No dejo de pensar en qué será de nosotros. ¿Crees que iremos a la guerra algún día?

- Seguramente, aunque será dentro de mucho tiempo. Tenemos que estar bien entrenados. Yo prefiero tomarme este momento como si fuese esto un colegio interno normal. Piénsalo, es mejor disfrutarlo que vivir con miedo todos los días, ¿no crees?

- Sí.

   Ander asiente con la cabeza. En parte Izan tiene razón, pero además Ander echa de menos a su familia, lleva todo el día sin ellos. Quería decírselo a Izan, pero temía que le dijese que era un niño chico por llorar por sus “papis”. Así que contiene las lágrimas y se dedica a verlo sonreír mientras se termina la manzana. Entonces suena una sirena. Ya son las diez. El Sargento Martínez comienza a pasar por el pasillo, puerta por puerta, gritando de una manera sobrecogedora.

- ¡Venga todo el mundo a sus habitaciones, está prohibido salir en toda la noche! ¡Al que pille le espera un buen castigo del que se acordará para siempre!

   Ander se despide rápidamente de Izan y sale disparado hasta su dormitorio. Al llegar, cierra la puerta y se tumba en la cama. Al momento el Sargento se presenta en su cuarto, mira un par de veces la habitación y se marcha. La puerta se cierra de nuevo tras él. “Uff, no veas lo rígidos que son aquí. Debo de tener mucho cuidado con lo que hago. Echo mucho de menos a papá y a mamá. Venga Ander, deja de pensar en ellos.” Pero no puede. El chaval cierra los ojos y deja escapar una lágrima que recorre su mejilla caliente. Y rompe a llorar. Llora fuerte, pero en silencio. Llora por su familia, llora por sus amigos. Llora porque no quiere morir. Y sigue llorando en la intimidad hasta quedarse dormido.

CONSPIRACIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora