Caperucita
—¡Hija, ven! —oigo gritar a mi madre—. ¡Es urgente!
Lentamente me levanto de la cama, bostezando. Aunque odio despertarme cuando aún tengo sueño, sé que si se trata de una emergencia es mejor que vaya de inmediato con mi madre.
La última vez que ella me había llamado por algo urgente fue para anunciarme que mi padre se encontraba desaparecido, por lo que cuando salgo de mi habitación y caminó a la cocina donde sé que encontraré a mi madre, no puedo evitar sentirme preocupada.
Apenas llego, la observo con atención. Tanto yo como mi madre poseíamos una cabellera castaña larga hasta la cintura. Sin embargo, yo me diferenciaba gracias a mis grandes ojos verdes y la caperuza roja sobre mis hombros, que mi abuela había hecho el mismo día en el que se marchó mi padre y la cual había usado desde entonces, ganando el apodo de Caperucita desde aquél entonces. Solo mi familia sabía mi verdadero nombre.
—¿Qué quieres, madre? —le pregunto sin comprender apenas llego junto a esta, mientras me entrega una canasta.
—¿Recuerdas que la abuela estaba enferma? —preguntó mi madre, con tono suave.
MI abuela era una mujer de más de 50 años, pero desde que se enfermó ni yo ni mi madre la habíamos visto.
—Mamá, ya sabes que no podemos hacer nada —digo, sorprendida—. Nunca me has dejado alejarme de la casa sola, y tú tampoco puedes irte.
Recuerdo bien el motivo por el que no salía. El bosque albergaba tantos peligros y tenía tantas criaturas peligrosas que ninguna persona solía adentrarse más de unos metros.
Aun así, mi padre había atravesado el bosque de lado a lado cientos de veces. Conocía el bosque tan bien como la palma de su mano, y sabía exactamente como evitar todos los peligros que había en el bosque, desde los osos hasta las arañas.
—¡Hija! —dice mi madre, sobresaltándome—. Necesito que vayas a la casa de tu abuela.
Me toma un tiempo pensar sobre lo que dice. ¿Yo, ir sola al bosque?
Hago un esfuerzo por responder.
—¿Mama, no crees que es peligroso? —pregunto con precaución—. No estoy diciendo que tenga miedo, pero el bosque está lleno de animales salvajes.
Mi madre me sonrió, tranquila.
—No hay nada allí que pueda lastimarte si sigues el camino, y no te retrasas —dice mi madre, calmada—. Y no hables con ningún desconocido, por más curiosidad que tengas.
—De acuerdo —digo, aunque aún sigo asustada—. ¿Que hay en la cesta?
—Míralo tú misma —dijo ella, sonriéndome—. Necesito que se lo lleves a la abuela.
Dudando, levanto lentamente la tela que cubre la cesta y veo 8 pastelitos de chocolate con crema encima. De inmediato siento la tentación de devorarlos, hasta que recuerdo que son para mi abuela.
Mi madre pareció ver mi cara, por lo que se volvió hacia mí.
—Puedes comerlos con ella cuando llegues.
—¿En serio?
—Por supuesto —dice ella sonriendo—. Son tus favoritos.
Me río ante la evidente muestra de cariño de mi madre.

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La Chica Roja Y El Lobo
PertualanganEn un bosque lleno de peligros, con una familia llena de secretos y un alma llena de inocencia, la joven Caperucita enfrentará situaciones de vida o muerte a lo largo de esta historia, la cual convierte la trama original en una historia donde la mue...