Capítulo 7

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-¿Hoy también saldrás?- preguntó Marco.

James ya no tenía ganas. Se le habían ido al escuchar a su padre.

-No, Marco. Hoy no.

-El otro día nos lo pasamos genial.

-Ya, no te digo que no. Es que hoy no quiero. No insistas, por favor.

Marco puso cara de fastidio. Se daba cuenta de que algo le pasaba desde hacía tiempo. Antes eran mejores amigos, desde el colegio. Pero al empezar la Universidad, James se había alejado cada vez más. Poco a poco, pero Marco notaba que su relación era fría, y desde luego, ninguno hacía nada para remediarlo. Las pocas veces que él tenía ánimo de intentarlo, James se negaba, se apartaba. No dejaba que Marco rompiera su "burbuja" personal.

-Vale, pues nada. Hasta mañana- se despidió.

-Adiós.

James necesitaba un descanso. De todo. Así que se dio prisa en volver a casa, comió rápido y cogió su cámara de fotos. Fue al parque más cercano de su casa. Era un lugar tranquilo, donde siempre había mucha gente.

Cuando estaba agobiado, o no estaba bien, iba allí y fotografiaba a las personas. Quizá a un par de niños que jugaban en los columpios, un grupo de padres y madres que acompañaban a sus hijos. Una pareja tumbados en la hierba, o un anciano dando de comer a las palomas.

La fotografía le hacía olvidar todo. Solo se centraba en el objetivo, en la posición de la cámara, las luces y las sombras.

Cuando llevaba un rato y unas cuantas fotos, pudo respirar tranquilo.

Volvió a su casa, y le dio el tiempo justo para dejar la cámara y volver a salir.

Una vez en la cafetería, se puso el uniforme en silencio.

-Buenas tardes- susurró Gracia.

Las cosas se habían relajado entre ellos, pero no entablaban ninguna conversación de más de treinta segundos.

-Buenas tardes- contestó.

-Hoy te toca servir las mesas, yo me quedo con la caja.

-Vale.

Caminó fuera de la zona de la cocina, y cogió su libreta y el boli de encima del mostrador.

La puerta se abrió en ese momento, y entró aire frío al interior. James se giró. Y se quedó paralizado.

Eran dos chicas, pero él solo veía a una de ellas. Se agarraba con firmeza al brazo de la otra, y se reía de algo que le decía su amiga.

Su sonrisa era preciosa. Se fijó en sus dedos, que estaban cruzados.

No sabía qué le ocurría, pero no podía dejar de mirarla. Había algo en ella que no se lo permitía.

Su amiga le susurró algo al oído, mientras le guiaba hacia una de las mesas. Entonces James lo comprendió.

Aquella chica era ciega.











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