Capítulo 3

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3

Cruzaron la entrada de la casa sin encontrarse con nadie. En el silencio podía escuchar sus pasos sobre la madera hume- decida del suelo. Echó un vistazo a su alrededor con el ceño fruncido. A esas horas, la casa debería encontrarse en su esta- do natural de bullicio matutino.

Entró en el gran salón escoltada por un siervo repentina- mente mudo. Sin duda sus primas estarían allí. Pero, al pasear su mirada por la sala, descubrió que tanto los sofás rojizos como las sillas rosadas estaban tan desiertas como la entrada, y lo único que resonaba en la estancia era el tic tac del gran re- loj dorado cuyo péndulo se balanceaba de forma rítmica. Bajo sus manecillas se leía en letras negras y ribeteadas Alex R. Emilie. Amanda había leído aquel nombre millares de veces, imaginándose de pequeña el aspecto del relojero, con unas pequeñas gafas redondeadas deslizándose por la punta de su nariz mientras ensamblaba las pequeñas piezas que marcarían el paso del tiempo, incluso, cuando el corazón de su propio creador hubiera cesado en hacerlo.

Las cortinas blancas bordadas con pequeños dibujos de flo- res aún no habían sido abiertas y obstaculizaban la iluminación.

Estaban a punto de abandonar la sala cuando el barullo quebró el inusual silencio.

―¡Feliz cumpleaños!

Amanda dio un salto sobre sí misma ante la repentina ma- rabunta de personas que apareció en su salón. También Ca- llum se había llevado un buen susto. El joven se recompuso


volviendo su rostro a la inexpresiva mascara característica de un siervo.

Sus primas y su hermana se abalanzaron sobre ella, inten- tando abrazarla a la vez, lo que resultó en su trasero aterrizan- do contra el suelo.

—Mi cumpleaños fue el mes pasado —les recordó, sofo- cada por el ataque.

―¡Oh, Amanda, es adorable! ―dijo Henrietta, aproxi- mándose a Callum para examinarlo un poco más de cerca. Al menos, ella no se atrevió a tocarlo como había hecho Jane.

Su hermana, Cassandra, a pesar de no ser más que una niña de 8 años, se inclinó para extenderle una mano y ayudarla a levantarse. Su pelo rubio y corto se rizaba con ahínco alre- dedor de su cabeza. Amanda no comprendía cómo el cabello de Casandra podía ser tan distinto al suyo propio, que, como mucho, llegaba a ondularse ligeramente en las puntas. Sus mejillas regordetas siempre estaban enrojecidas por el vigor de su temprana edad.

―Tengo celos, aún me falta tanto para conseguir el mío.

¿Me lo prestarás?

Amanda se sonrojó.

La mirada de Callum  #Wattys2017Donde viven las historias. Descúbrelo ahora