21
Aquellos fueron los cinco minutos más largos de su vida.
Jane acababa de acusarlo sin siquiera saberlo, y Callum casi podía escuchar los dientes de Amanda rechinando en un histé- rico baile dentro de su boca. Quería hablar con ella, explicarle que no era del todo lo que parecía, que él no era el monstruo que ella se estaba imaginando. Pero no podía emitir ni un solo sonido o siquiera cruzar la mirada con ella. Aquella prisión invisible empezaba a agotarlo y a enloquecerlo con el asfixian- te síndrome del prisionero. No era justo que solo por su sexo tuviera que empezar de menos diez a forjarse la confianza de los demás, en lugar de empezar de cero. Tenía que luchar el doble que cualquier mujer para llegar al mismo punto, porque la sociedad ya lo había clasificado y valorado por su género.
Sin ir más lejos, Amanda lo había juzgado sin siquiera es- perar a escuchar su versión de lo ocurrido. Podía notarlo en la forma en que se apartaba concienzudamente de él, en el pe- queño asiento del carruaje. En el diminuto espacio del palmo que los separaba cabían toneladas de prejuicios.
Quería ser indiferente a la opinión que ella tuviera de él, pero verse reflejado como un monstruo en sus ojos lo destro- zaba a un nivel que le daba miedo admitir. Quería ser su igual, su compañero y no vivir en un arreglo donde una de las partes estaba irremediablemente sometida.
Por fin se detuvieron en la casa de Jane, y mientras las mu- chachas se despedían, sus palpitaciones se aceleraron con los nervios de la anticipación. Apenas habían cerrado la puerta
del carruaje, cuando Amanda se volvió hacia él con una ex- presión iracunda.
―¿Qué demonios le has hecho a ese chico?
―No es lo que crees, Amanda ―declaró, levantando las manos para apaciguarla. Sin embargo, el discurso que había ensayado en su mente se negó a acudir de la forma ordenada y razonada en que lo había preparado. Intentó alargar el brazo para cogerla de la mano, pero ella lo apartó y se sentó en el banco de enfrente.
―No puedo encubrir todas tus travesuras, Callum
―declaró con tono cansado―. Pero esto ni siquiera es una
travesura. Has herido a ese muchacho indefenso.
Sus manos se cerraron en puños y tuvo que contenerse para no golpearlos contra algo, lo que no hubiera contribuido a su causa.
―¿Por qué me preguntas que ha ocurrido cuando ya has de- cido que soy culpable de un crimen ―le dijo con vehemencia.
Amanda suspiró y su semblante se serenó un tanto, dando paso a la incredulidad y el recelo.
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La mirada de Callum #Wattys2017
RomanceImagina que vives en la Inglaterra Victoriana. Ahora imaginatela con un nuevo órden donde las mujeres son las que están al poder y los hombres son los sumisos. Debido a una bactería que afecta al sexo masculino, los hombres llevan décadas en un est...