Capítulo 31

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No estoy seguro de que me gusten las tortillas. Saben a pollo muerto.

—¿Es que el resto del pollo que comes está vivo? —repli- có Amanda sin levantar la vista de su libro.

―Ya no lo soporto más ―exclamó, lanzado el trozo de carne seca sobre el mantel―. Llevamos cuatro días comiendo esta insulsa porquería.

Amanda exhaló un suspiro, mientras alargaba el brazo para recoger una manzana. Callum la observó de reojo; la chica estaba soportando su mal humor de forma bastante estoica.

―Mañana cabalgaré al pueblo más cercano y compraré

comida.

―Carne fresca, por favor ―solicitó él con premura―. Po- llo, ternera, lo que sea que no sepa como esa aberración seca y dura que me destroza las encías y tortura mi paladar. Si al menos supieras cazar. Es de esperar que alguien que te condu- ce al bosque sepa cazar pavos o jabalíes con sabor a cerdo. Al menos en los libros en los que se internan en el bosque, siem- pre hay alguien que sabe cazar. No pensaste en eso, ¿verdad? Y tampoco te hubiera matado traer algo dulce, que no sean manzanas y melocotones.

Amanda se reclinó sobre una piedra y abrió su libro mien- tras se terminaba la manzana. El bosque sonaba tranquilo a esas horas. Como si todos sus habitantes estuvieran termi- nando sus cenas y preparándose para descansar. Pero en el interior de Callum no había ni rastro de ese sosiego.


―¿Podrías no ignorarme cuando estoy hablando contigo?

―le espetó, lanzándole una pequeña piedra contra la portada

del libro.

Ella dio un salto por el susto, pero no bajó el libro. Era im- posible que estuviera leyendo, simplemente se escondía tras él.

Callum llevaba dos días desprotegido por el antídoto y se sentía como si algo en el interior de su cerebro fuera a estallar de un momento a otro. Era una sensación agotadora y ener- vante.

—Mujer, entretenme —le exigió con el tono de un vikin- go—. Baila desnuda alrededor del fuego, haz malabarismos con cuchillos o algo por el estilo.

Amanda, al fin, apartó la vista de su libro y lo fulminó con la mirada. No obstante, no pudo desertar la compasión de sus facciones. Entendía que su mal humor era fruto de su temor a perder la conciencia en cualquier momento.

Se aproximó y se puso en cuclillas frente a él para dedicarle la sonrisa más comprensiva, solidaria y hermosa que hubiera visto jamás. Ella era lo único que lograba calmarle y hacerle olvidar por un segundo ese sentimiento de muerte inminente que lo estaba devorando por dentro.

La mirada de Callum  #Wattys2017Donde viven las historias. Descúbrelo ahora