Capítulo 7

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7

La iglesia estaba abarrotada. Dos oponentes se enfrentaban sobre el altar, encarando al resto de la sala. Las asistentes guardaban silencio mientras que Mary Fairfax, la madre de Amanda, leía un extracto.

―«Entre medias de los flancos de las mujeres se encuentra el útero, una viscosidad femenina, cercanamente parecida a un animal; pues se mueve por cuenta propia de un lado a otro, también hacia arriba hasta los cartílagos del tórax...», bueno, continúa con la explicación sobre todas las zonas de nuestro cuerpo por el que se desplaza nuestro útero y acaba diciendo,

«en una palabra, este órgano es completamente errático. Se deleita también en maravillosas fragancias y avanza hacia es- tas; sin embargo, tiene aversión por los olores fétidos y huye de estos; en su totalidad, el útero es como un animal dentro de un animal».

Mary cerró el libro del que acababa de leer el extracto y dirigió su atención al público.

―Este párrafo pertenece a un texto clásico; pero sin ir más lejos, nuestros doctores varones, aquí mismo en Inglaterra, creían hasta el siglo XVII que el útero presionaba órganos y venas importantes conduciendo a las mujeres a estados de histeria y debilidad, y tornándonos en seres impredecibles e inútiles.

―La ignorancia y la precariedad de la medicina de aquella época explica la existencia de teorías tan disparatadas ―inter- vino Elizabeth Hale.


―Lo que explica, querida Elizabeth, es la mentalidad de los hombres ―continuó Mary con determinación―. Seres totalmente convencidos de la inferioridad de la mujer, que, además, aprovechan las diferencias de nuestros cuerpos, para relegarnos a un estado animal que no nos permite desempe- ñar trabajos con los que alcanzar nuestro propio desarrollo intelectual y nuestra independencia. Sus teorías estaban en- caminadas a convertirnos en esclavas de nuestra condición y a convencernos de nuestra propia inutilidad para poder mantener la soberanía económica que les permitía controlar- nos.

Entre las exclamaciones y vítores de las asistentes, Eliza- beth sacudió la cabeza con expresión cansada, y esperó a que el murmullo se redujera antes de responder.

―Usted teme al monstruo equivocado, señora Fairfax, us- ted teme al órgano masculino. Temer los atributos equivoca- dos, aquellos con los que se nace, es muy peligroso y conduce inevitablemente al odio y a la destrucción. Yo no temo al color de la piel, ni aquello que yace entre las piernas. Temo a la ig- norancia y a la falta de educación, y eso siempre puede ser cu- rado. La educación es la cura de todo verdadero monstruo de la sociedad ―Elizabeth se esforzó por alzar la voz por enci- ma de la evidente aceptación que había suscitado Mary―. La educación es el arma más poderosa que existe. De hecho, las mujeres de los siglos pasados creían ser inútiles e incapaces de realizar los trabajos que hoy desempeñamos. Si desper- tamos a nuestros hombres hoy mismo y los educamos en la creencia de nuestra valía, ni siquiera se les ocurrirán ideas como las que acabamos de escuchar.

La mirada de Callum  #Wattys2017Donde viven las historias. Descúbrelo ahora