Capítulo 6

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Ailyne estaba despierta, inquieta y algo le impedía moverse.

Recorrió con la mirada el cubículo adornado de forma excesiva, lleno de elementos desconocidos. A cada lado de la cama había un cuadrado de madera oscura, el suelo estaba cubierto por una alfombra y las ventanas, ocultas por tela coloreada. El espacio estaba tan mal sellado contra el ruido que podía escuchar la lluvia, las bofetadas de las gotas al estrellarse contra el cristal. Por las puertas abiertas de un vestidor pequeño se veía colgando ropa.

En un día normal tal desorden la habría espantado, pero su atención se desvió hacia el astray que permanecía inmóvil en un asiento demasiado pequeño para su talla. Las piernas las tenía caídas, estiradas cuanto eran de largas, y la cabeza apoyada de modo incómodo en uno de sus hombros, bajo la palma de una mano. Ailyne lo estudió, maravillándose de las diferencias entre él y los hombres de su ciudad. A pesar de que ahora no tenía el pelo mojado, las mechas arenosas continuaban cayéndole sobre un ojo, y como podía ver, atrás se ondulaban en el cuello. El perfil de su rostro era firme y rígido, pero durmiendo, con los labios entreabiertos, se veía desarmado. Seguía vistiendo unos trapos en vez de ropa; un pantalón con muchos bolsillos y una camiseta que parecía una talla más pequeña, pues se ceñía en su torso imponente.

¿Por qué se encontraba en el mismo cuarto con ella?, se preguntó, aunque ya no se sentía amenazada. El astray tenía aspecto de bestia, pero la había atendido con cuidado, sin pedir nada a cambio. Ailyne se prometió recompensarlo cuando volviera a Reborn.

Un estremecimiento le recorrió la espalda cuando las dudas interfirieron en sus pensamientos. Alejó la manta pesada que la cubría y notó espantada que no llevaba los guantes. Luego recordó que debía olvidarse del tema; los virus habían tenido tiempo de atacar su organismo.

Con intención de levantarse, se acomodó y su tobillo dio un grito de protesta. A la vez se percató de que llevaba otras prendas, tan feas que no entendía cómo se podía confeccionar algo así y cómo era que alguien las compraba. Abrió los brazos a los costados y estudió con horror la blusa sin forma y luego los pantalones largos que llevaba. «Al menos tienen el mismo color, un azul apagado», suspiró.

Consternada, entendió que el astray la había desnudado. No tuvo tiempo de considerar el alarmante hecho, ya que él abrió los ojos y saltó con una velocidad increíble, mirándola con una expresión intrigante que Ailyne no entendió.

—¿Cómo te encuentras? —inquirió Celso, aliviado porque había despertado.

Debería haberse acostumbrado y esperar su conocido movimiento de hombros. Se acercó a la cama con cuidado, sin separar la mirada de la de ella, como hace uno delante de un animal herido que podía atacar en cualquier momento.

—Te miraré la pierna, ¿de acuerdo? —dijo, estudiando preocupado su rostro en busca de indicios de enfermedad.

De nuevo se quedó sin respuesta, pero no se detuvo.

Ailyne aguantó la respiración cuando él le tocó la pierna. Desde la pantorrilla hasta los dedos la tenía vendada y cuando vio lo que había bajo la gasa, quiso no haber mirado. La zona del tobillo estaba muy hinchada y la piel tenía un color azulado en un lado y morado por otras partes.

—¿Te duele? —la preguntó Celso.

—Sí —articuló.

—He conseguido algo de medicinas, pero me fue difícil administrártelas. Deberías comer algo y luego te las tomarás. Te pondrás bien —le aseguró él con la confianza que empezaba a sentir.

El astray tenía una sonrisa espectacular, pensó ella observando el modo en cómo curvaba los labios. Una comisura se alzaba más que la otra y dejaba enseñar un par de dientes perlados y, sorprendente, alineados. Un revolcón le molestó el estómago y supuso que era culpa de su enfermedad.

DUAL [ganadora #Wattys 2017 ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora