Capítulo 27

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Mío miró al doctor, sin poder ocultar la sorpresa que le transfiguró el rostro. Las cejas oscuras se juntaron en una V invertida y el movimiento de su ceño le agrandó los ojos y estiró la piel sobre los pómulos angulosos.

—¿Está seguro? —inquirió.

No hubo lugar para la duda en la voz del doctor. El hombre no se detuvo a repensar su declaración ni verificó la información visible en la pantalla.

—Completamente. La computadora nunca falla. Los datos son cien por cien correctos.

—¿Cómo puede ser posible? —se preguntó Mío para sí, pero el doctor lo escuchó y empezó las explicaciones.

—Puedo ofreceros la consecuencia pero no el motivo. Es imposible saber cómo pasó. Os puedo asegurar que el sujeto tiene activos los genes de la violencia, también hemos podido detectar una futura complicación del corazón y un trastorno de lo más extraño: el nivel de colesterol al límite superior. Para no añadir que sospecho una capacidad pulmonar disminuida comparándola con el volumen que el paciente debería tener. Encuentro el resultado contradictorio, pero no dudo de que sea correcto.

—¿Por qué contradictorio? —se interesó Mío.

—La única explicación es que su línea de ADN no haya sido manipulada en el estado embrionario, y sabemos que la manipulación es obligatoria para el desarrollo sano del futuro individuo.

Mío se aclaró la garganta y le dio la espalda cuando preguntó:

—¿Qué más?

—Los futuros posibles problemas de corazón son resultado de la negligencia durante el embarazo y de dejar a la naturaleza seguir con su curso. Sin embargo, no puedo entender los niveles de colesterol. Son imposibles, independiente de las cantidades de alimentos ingeridos.

Esta era una conclusión que Mío entendía y conocía la causa, pero no era trabajo del doctor enterarse de los detalles.

—¿Algo más? —insistió, sopesando todavía la noticia y preguntándose si era algo bueno o malo.

El doctor ojeó la pantalla a la vez que negaba con la cabeza.

—No. La conclusión es evidente: un envejecimiento precoz y la esperanza de vida bajo el límite inferior normal.

—¿Puede crearme un perfil psicológico?

El hombre vaciló un segundo.

—Necesitaría otras referencias. Entorno, trabajo, en qué centros pasó la juventud, ese tipo de detalles.

—Solo tengo una imagen —se excusó Mío—. Me serviría lo que pueda obtener.

—El resultado no sería igual de exacto. Las variables son importantes...

—Soy consciente de eso —lo interrumpió—. Asumo el riesgo. No culparé a su equipo.

Aunque frunció los labios, el doctor aceptó.

—Le agradezco la colaboración. Avísenme enseguida que lo tenga —Mío se despidió.

—Lo haré —prometió el otro, conduciéndolo hasta la puerta.

Los pasos de Mío resonaban sobre las baldosas pulidas de la clínica, el ritmo acompañando sus pensamientos. Era impropio decir que el resultado de las pruebas lo había cogido por sorpresa. Al principio había pasado por estupefacción y asombro, antes de aceptar el hecho. Luego, estuvo forzado a hacerlo. El doctor tenía razón: ningún factor podía intervenir o manipular las pruebas. Por si todas las medidas protectoras de Reborn no bastasen, el centro estaba construido en un área alejada de la zona industrial, bajo una cúpula de cristal. Contando con las medidas de seguridad, la limpieza de cada hora del personal y que el trabajo estaba hecho en gran parte por máquinas calibradas, la conclusión era incuestionable.

Después de detenerse para esperar a que se abriera la puerta exterior, Mío salió al patio, avanzando con pasos vivaces hacia la salida. El aire estaba purificado es esta zona, pero lo sentía raro, pesado, quizá demasiado oxigenado. Inhaló lo menos que pudo hasta que se vio en la calle principal.

«El señor Varper querrá conocer las noticias.» Con ese propósito en la mente, se apresuró a llegar a la sede central. Fue recibido enseguida y puso al corriente a su jefe de lo que había encontrado.

Si le estuviese permitido, Mío habría reído por la mueca pasmada de Adam al escuchar el informe. Sus mejillas rubicundas perdieron el color y la mirada le quedó igual de fija que la de un peluche. Como no podía saltarse el protocolo, se conformó con agachar la cabeza un momento y morderse la mejilla por dentro.

—¿Pero cómo es posible? —Adam repitió la misma pregunta que había hecho él en el momento de la verdad.

Mío carraspeó. No estaba acostumbrado a que sus respuestas fueran negativas.

—No lo sé, señor.

—Debes averiguarlo —sentenció su jefe, empezando a deambular en círculos sobre el caro parqué. La luz de la tarde formaba sombras oscuras en la superficie lustrosa, y brillantes contra las paredes.

—Si me permite. Entiendo que es una sorpresa y merece ser investigada. Pero no es mi prioridad ahora mismo. ­Todavía espero el informe del accidente y deseo continuar la búsqueda de la señorita Ailyne.

—Tienes razón.

Adam se adelantó hacia un rincón alejado y su sombra se alargó de un modo entretenido. Mío sabía que desde punto de vista físico las proporciones de su jefe eran perfectas, tanto en altura como en peso. No llegaba a un metro con noventa y se mantenía en ochenta y dos kilos desde que lo conocía. Pero el sol tenía su momento de divertimiento. En el suelo, las piernas se veían imposiblemente largas y el resto del cuerpo casi inexistente.

—Quizás alguien más se puede encargar del tema —propuso.

Adam hizo el recorrido al revés para detenerse enfrente de él.

—Sí. Hablaré con Barín. ¿Cuándo volverás a Stray?

—Enseguida.

—Bien. Bien. —Empezó a caminar de nuevo con las manos juntas a la espalda y Mío esperó con paciencia hasta que habló—. ¿Crees que es de confianza?

—Es arriesgado hacer esa afirmación sobre un astray. Lo que puedo decir es que podría ser peor. Mucho peor —aseguró Mío, pensando en el carácter de la gente que había conocido en el otro lado.

—No sé cómo acabará todo esto —confesó Adam en voz fatigada.

Acostumbrado a que le informara sobre los acontecimientos y que le pidiese una opinión, Mío no se movió.

—No sé qué hacer —empezó Adam—. Quiero decir, sé lo que debería hacer, pero no puedo. ¿Qué hago, Mío? —le preguntó esperanzado.

Su empleado contestó de la única manera que conocía: secamente.

—Asegurar las prioridades, señor.

—¿Personales o coloniales? —insistió.

—Por cómo lo veo yo, una debería prevalecer.

Los ojos de Adam brillaron por un segundo con una combinación de diversión y malicia.

Tienes razón, como siempre.—Le dio una palmadita en el hombro, luego se quedó mirando el sitio donde lohabía tocado como si no acabara de creer que había hecho el gesto—. Mantenmeinformado.

DUAL [ganadora #Wattys 2017 ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora