PROLOGO

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La gran mayoría de las historias son similares: Un héroe deja su hogar para salvar al mundo. Esta no es una de esas. Ya no hay ningún mundo que salvar o, mejor dicho, no hay muchos que puedan disfrutarlo, y los que aún están con vida quizá no lo merezcan. Ahora todos son salvajes y despiadados. Es la única razón por la que siguen con vida. El virus verdaderamente acabó con la humanidad. Solo quedan monstruos sedientos de sangre, y por supuesto, también están los muertos vivientes. Criaturas malolientes y torpes, cuyo único fin es consumir presas vivas y, ocasionalmente, alguna muerta. Pero por supuesto, todo eso ya lo sabes.

Esta es tu historia... No, no debería decir eso. Esta es la historia de Alex. ¿Y qué puedo decir de Alex? Él es... una persona peculiar... Sí, peculiar. Y quizá pienses que esta no sea una descripción detallada, pero una vez que lo conoces descubres que es adecuada.

Sus motivaciones son sencillas de comprender: Quiere salvar a alguien. Ya nada más le importa. Supongo que ese virus lo liberó del engaño en que vivía. En el que todos vivían. Ya nadie tiene hipotecas o cuentas por pagar. No más conversaciones sin sentido en la fila del supermercado. Ya no es necesario mantener apariencias. Adiós a esos ridículos trajes.

Ahora Alex no tiene que escuchar a quien no quiere. Ya nadie lo mira con desprecio y si lo hacen, no podrán salirse con la suya. Ahora siente que el mundo es suyo.

Pero no es feliz. Aún siente un vacío. Algo le hace falta: Una persona.

Cuando el ataque sucedió, él estaba visitando a su familia. A sus primos, a su abuela y a sus tíos; una familia bastante grande.

Aviones volaron encima de las ciudades. Algunos fueron derribados, pero otros no; cargaban aquella terrible sustancia creada con el único fin de acabar con la civilización.

Las hélices de los helicópteros retumbaron en sus oídos. Un enjambre de aves de metal surcó los cielos con rumbo desconocido, mientras las sirenas anunciaban el terrible derramamiento de sangre. El fin del mundo había comenzado.

Afortunadamente, la casa de su abuela estaba lejos de la gran ciudad, lejos del explosivo caos. En el campo, en donde todo es verde y el bullicio se disipa entre los árboles.

«Debemos apresúranos», le dijo uno de sus tíos. Conocía muy bien el pueblo cercano. Había una armería que los proveería con el único recurso que les daría algún tipo de ventaja para sobrevivir.

Alex aún era aquel joven tímido y precavido. Cuando él, su tío, y algunos de sus primos pisaron el pueblo y observaron los primeros despojos de las recién ascendidas bestias, sintió miedo.

Él mismo hubiera pensado que el sentimiento perduraría, que quizá no sobreviviría a la experiencia, pero aquello fue algo pasajero, había nacido para el nuevo mundo.

Era la primera vez que disparaba un arma. ¿Su blanco? La cabeza de una de las bestias. Fue entonces que se sintió parte del universo. Ya no era ese forastero incomprendido. No era la oveja negra de la familia, al que miraban con perjuicio solo porque era diferente. Sí, en el nuevo mundo, él era mejor.

Claro, el pueblo les ofreció aquello que buscaban, las armas, no sin antes tomar algunos soldados para su ejército de muertos. Impetuosos furores y sombríos lamentos. Fue violento y desesperante. Uno por uno cayó en aquel gris lugar. Alex y su tío eran los únicos que quedaban. Los demás habían muerto. Era momento de volver a la casa de su abuela. Volver junto al resto de su familia. Ahí estaban los más vulnerables, y ellos dos eran los únicos capaces de protegerlos.

No quisiera hacer énfasis en la dramática escena que se desarrolló en la casa de su abuela cuando el resto de la familia se enteró de las más recientes pérdidas, pero es obligatorio que lo haga. Las lágrimas y suspiros de desesperación obligaron a Alex a quedarse. Verás, Alex no planeaba estar mucho tiempo en ese lugar. Tenía que volver a la ciudad pronto. Tenía que buscar a alguien. A esa persona que tanta falta le hacía.

Z de ZiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora