DESPEDIDA

13 3 0
                                    


Espantoso espectáculo el de las bestias quemándose en la noche. El enfermizo pasatiempo de un grupo bárbaro. Desde su acorazada muralla, lanzaban flechas encendidas apuntando contra los muertos vivientes, solo para mirarlos deambular en llamas hasta que el fuego los consumiera.

―De ahí proviene la peste ―remarcó Alisa.

¿Qué clase de persona disfrutaría de algo como eso? El estómago de Alex se revolvió de solo pensarlo. Y si desde ese lejano lugar en el que se encontraban el olor era tan intenso y penetrante, ¿cómo sería de cerca?

―¿Dónde viven tus primos?

―Justo ahí.

Maldito destino. Tendrían que ingresar en aquel horrible lugar. ¿Pero qué otra opción tenía? Alisa debía reunirse con sus primos para que Alex pudiera continuar su camino. Contra su instinto y los reproches de la niña, empezaron a avanzar hasta la pequeña fortaleza.

―No me gusta, Alex ―dijo ella―. ¿Y si mis primos no están ahí?

―Debemos tratar. No hay otra opción.

―Cambié de opinión. Prefiero quedarme contigo.

Pobre niña. Por supuesto que no quería acercarse a aquel lugar. Pero el ingrato de Alex no cedió.

―No puedo llevarte.

―¿Por qué? ―preguntó la niña. Se agarraba de su mano mientras avanzaban cautelosos hacia las murallas.

―Alguien me espera. Debo atravesar la ciudad y es muy peligroso llevarte.

La niña lo miró con tristeza.

―Puedo serte útil, Alex. Puedes enseñarme a pelear. Juntos atravesaremos la ciudad.

Desamparada niña. Alex quiso decirle que sí. Que juntos lo lograrían. Que podrían cruzar ilesos. Pero aquello hubiera sido mentira. Era una aventura en la que, ni embarcándose solo, tenía asegurado el éxito. Prácticamente una locura. La única razón por la que estaba dispuesto a intentarlo era la esperanza de encontrar a su amada Zia.

―Lo siento. Debes quedarte.

La inocente y triste mirada de la niña empezaba a pesarle. Apenas llevaba unas semanas de conocerla, pero Alisa le importaba. ¿Era culpa? ¿Empatía o compasión? Quién sabe. Alex no era capaz de encontrar una explicación. Quizá era más humano de lo que había pensado. Pudo imaginarse cómo una persona normal hubiera sentido lo que él estaba sintiendo.

La niña dejó de insistir en cuanto estuvieron más cerca de los llameantes monstruos. Era difícil prestar atención a otra cosa. «¿Sentirán dolor?», preguntó Alisa. Era difícil de contestar, los monstros no parecían actuar diferente, solo deambulaban.

Ambos se escondieron detrás de un arbusto, a unos cien metros de las rudimentarias paredes, seguramente construidas por las personas que habitaban la comunidad. La muralla se extendía por un amplio perímetro, protegiendo acorazadas viviendas. En el tejado de una de ellas estaban tres hombres; bebían y reían mientras apuntaban a los muertos vivientes con sus ardientes flechas solo para su entretenimiento.

―Ahí está mi primo ―dijo la niña.

El más desagradable de los tres. Un hombre corpulento de gran estatura. De escaso cabello blanco y una desfigurada y ancha nariz.

―¿Segura que es él? ―preguntó Alex.

―Es él. Es Gav.

Alex nunca fue un tipo de paciencia. «Espera aquí», dijo a la niña y salió del arbusto, caminado hacia la muralla. «¡Gav!», gritó, mientras movía sus manos en el aire. Sacó un cuchillo largo y se preparó para deshacerse de los muertos vivientes que se lanzaran contra él.

Z de ZiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora