Sus heridas habían sanado, pero los días había pasado y no se encontraba más cerca de encontrar a Zia. Era momento de continuar. Después de prepararse, iniciaron su marcha. «¿Hay alguien más? ¿Algún familiar en algún otro lugar?», preguntó Alex. La niña contestó esperanzada: «Aún tengo familia». En sus ojos podía observarse cierta ilusión; era tan optimista, o quizá tan inocente, que no podía siquiera considerar algún escenario en el que las personas de las que hablaba no estuvieran sanas y salvas. Una dulce y amistosa mujer y un tosco y distante hombre.
―Mi prima siempre fue buena conmigo. A mi primo no lo conozco bien...
―¿Cómo puedes estar segura que estarán bien?
―Lo recuerdo... a mi primo. Nunca fuimos cercanos, pero sé que es un hombre muy fuerte. De seguro están vivos. Viven al oeste de aquí, en Goroda...
―¿Hay alguien más?
―Mi abuelo... Es una persona maravillosa. También está vivo, estoy segura.
―¿Dónde vive tu abuelo? ¿A dónde quieres ir?
La niña sonrió.
―Mi madre y yo nos dirigíamos hacia la casa de mi abuelo. Habíamos recorrido un largo camino... Me gustaría ir ahí ahora, pero sigue siendo muy lejos de aquí. Mis primos están más cerca. Quiero encontrarlos... saber que están bien. Luego los convenceré de ir a donde nuestro abuelo. Él vive al norte de Goroda.
Era perfecto. Alex podría dejar a la niña con su familia, para por fin ir en busca de Zia. Ni siquiera tendría que desviarse. El lugar en el que los primos de la niña vivían, Goroda, quedaba a las afueras de la ciudad en la que esperaba encontrar a Zia.
―Apuremos el paso entonces. Con suerte estaremos ahí en dos días.
Ambos marcharon, a paso ligero, a través de un denso bosque. Cuando llegó la noche del primer día de viaje, la niña estaba agotada y hambrienta. «Descansaremos aquí», dijo Alex. Hubiera deseado tomar a la niña y seguir caminando. Hubiera deseado ir por Zia. Pero hubiera sido injusto para Alisa.
Rápidamente preparó un lugar donde pasar la noche; sacó una liebre que había casado temprano. «Yo puedo despellejarla», dijo la niña. Alex construyó una fogata, un rato después ya estaban comiendo.
―¿Qué harás después de llevarme con mis primos, Alex? ―preguntó la niña. Acercaba sus manos hacia el fuego y luego las frotaba para sobrellevar el frío.
―Al sur ―respondió cortante.
―¿Al sur? ¿Al sur de Goroda? ¿Vas a la ciudad...? Es muy peligroso, ¿no es cierto?
Sagaz Alisa. En efecto lo era. Aquella zona estaba repleta de muertos vivientes. Todas las ciudades debían estarlo. Pero Alex no tenía otra opción. Para llegar al lugar en el que estaba seguro Zia esperaba por él, debía cruzar la ciudad. Rodearla no era opción, aquello le tomaría muchísimo tiempo, tiempo que había perdido salvando a su inútil familia, tiempo que había perdido recuperándose de sus heridas. No era momento de ser cauteloso. Alex estaba seguro de que, siempre y cuando lo hiciera solo, podría cruzar aquel mar de muerte.
―Quizá lo sea, pero alguien me espera del otro lado.
―Podrías quedarte con nosotros, Alex, conmigo y con mis primos. Juntos podemos ir donde mi abuelo.
Alex no contestó. Por supuesto que no podía quedarse. ¿Cómo podría? Zia estaba en algún lugar, quizá atormentada por el miedo, seguro preguntándose por qué Alex tardaba tanto. El solo pensar en ello, le hacía doler su cabeza.
―Lo digo en serio ―insistió la niña―. ¿Por qué no te quedas conmigo? Sabes que no sería una carga. Puedo ayudar en todo.
―Sé que puedes.
―Entonces, ¿te quedarás conmigo?
Antes de que Alex pudiera contestar, un sonido como un rugido agudo irrumpió en la noche. Una luz se divisó en el cielo. En algún momento ordinario, ahora impensable. Ante su sorpresa, una aeronave sobrevoló sus cabezas a toda velocidad hacia el oeste.
―Alex...
La aeronave se perdió en el horizonte. Alex no dijo nada. Lo que habían visto podía significar muchísimo, pero también muy poco.
―¿Qué debemos hacer, Alex? ¿Debemos seguirla?
―Se ha ido.
―¿Crees que sea del ejercito? ¿Estarán buscando sobrevivientes?
―Déjalo, niña. Ahora es imposible saber lo que era.
La niña agitó su cabeza.
―Pero, Alex...
―¡Duerme, niña! ―regañó―. Mañana será más duro que hoy.
Alex deseó haber podido seguir su propia orden. No pudo dormir pensando en lo que habían visto. Cuando la estrella se levantó detrás de las montañas, ya estaba listo para seguir.
Cada vez estaban más cerca. Alex presionó a la niña hasta el límite. Se encontraron con algunas de esas criaturas desagradables, pero no fueron problema para ellos.
―Alex, necesito descansar ―pidió la niña consumida.
Al verla tan cansada, Alex sintió algo de culpa.
―Si quieres puedo cargarte.
―No, estaré bien. Solo necesito descansar un momento.
Así lo hicieron. Pero la noche se acercaba y el lugar no era adecuado para acampar. Caminaron un poco más, una vez Alisa se sintió con fuerza, mientras la luz del día se a desvanecía en el horizonte. Cuando la noche llegó, lo hizo junto a un desagradable olor: Era el olor a muerte que traen consigo aquellas bestias. Pero había algo más. Era peor. Mucho peor. Algo que ni Alex ni Alisa había experimentado antes.
―¿Qué es eso, Alex? ―preguntó la niña. Arrugaba su cara en una indistinguible mueca de náusea.
«¿Qué diablos es eso?», pensó Alex. No pudo evitar preocuparse. Con cada paso que daban el olor se intensificaba. Fue tan desagradable que incluso consideró dar la vuelta; el origen de tal peste debía ser algo terrorífico. La niña parecía igual de preocupada.
Cuando estuvo a punto de proponer un desvío, salieron del bosque hacia una colina desde donde la vista no era obstruida por árboles.
El olor era prácticamente insoportable pero aun así Alex pareció olvidarlo por un momento. Desde ahí, hacia el suroeste, a lo lejos, se levantaban enormes edificios. Numerosos sentimientos se apoderaron de Alex; percibió una increíble cercanía con Zia. Incluso sonrió. «Estoy cerca, Zia», pensó. Fue hasta que miró a Alisa que salió de aquel pequeño trance en el que estaba; el rostro de la niña se contorsionaba en una inquietante mueca de horror.
―¿Qué pasa, niña? ―preguntó Alex. Aquel fétido olor volvía estar presente.
La niña no contestó nada, solo señaló, al noroeste, a un kilómetro de ellos. Alex no lo había notado antes, su atención había ido a la ciudad a lo lejos. Alisa estaba señalando los suburbios en los que sus primos vivían. Parecía haber una especie de muralla alrededor de una amplia zona, y fuera de ella, cientos de criaturas. Como luciérnagas iluminando la noche. Todas ardían en fuego.
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Z de Zia
Short Story«La gran mayoría de las historias son similares: Un héroe deja su hogar para salvar al mundo. Esta no es una de esas. Ya no hay ningún mundo que salvar, o mejor dicho, no hay muchos que puedan disfrutarlo, y los que aún están con vida quizá no lo me...