Alex caminó durante casi dos horas; no había apurado en exceso su paso para evitar desperdiciar fuerzas; pero tampoco se detuvo. Aquellos gigantes edificios, que alguna vez lucieran rebosantes de luces multicolores, ahora no eran más que opacas figuras en la noche. ¿Cuántas historias tuvieron lugar entre sus paredes y muros? ¿Cuántas personas pasaron por ellos? Ya nada tenía vida allí.
A sus faldas, las calles reflejaban el caos sufrido en el momento del brote. Los que una vez fueran flamantes automóviles ahora estaban reducidos a ennegrecidas formas metálicas, producto del calor de las llamas.
Tiendas destruidas y sangre por todos lados. Aquello no debió haber tomado más de una noche, pero había sido suficiente para acabar con todo. Qué horror debieron sentir esas personas. Ahora eran parte de un ejército de torpes bestias. Sin motivaciones o aspiraciones; sin personalidad.
Alex se había detenido en el puente, ese que alguna vez se tendió sobre el ancho río, conectando los suburbios con la gran ciudad; el que fuera destruido para evitar que hordas de muertos vivientes pasaran hacia el otro extremo. Desde ahí contempló el final de la humanidad mientras ideaba una estrategia eficaz para sortear el reto que representaba atravesar la metrópoli.
Cuando casi dudó, volvió a recordad a Zia; aliento suficiente para enaltecer su bravura. Solo saltaría al río y nadaría hasta la orilla. Correría sin cesar, deshaciéndose de toda criatura que se entrometiera en su camino, hasta que sus fuerzas se gastaran.
Fue en ese instante, a punto de dar un salto de fe, que fue detenido por un agónico grito que sacudió sus sentidos: «¡Alex! ¡Detente!». Era una mujer. Corría a toda velocidad hacia él.
―¡Detente! ―gritó Alex a la mujer, cuando ésta estuvo cerca. La apuntó con su arma, amenazante.
Lucía golpeada y cansada; sucia y ensangrentada; la salud parecía eludirla, la piel alrededor de sus ojos estaba algo hinchada y amoratada. Claramente se notaba su desnutrición y su desaliño.
―No me dispares. No todavía ―dijo la mujer después de tomar aire.
―¿Qué? ―preguntó Alex. Aquel comentario lo había tomado por sorpresa.
La dama empezó a llorar descontrolada. Cayó al suelo agotada, ocultando su cabeza entre sus manos. Alex se preocupó de inmediato. ¿Se trataba de alguna especie de trampa? ¿Estaba esa mujer distrayéndolo mientras alguno de sus cómplices se acercaba para atacarlo? «¡Habla de una vez!», ordenó Alex. Miraba a todos lados sin bajar la guardia.
La mujer tomó fuerzas y secó sus lágrimas.
―He corrido sin parar intentando alcanzarte. Alisa me dijo que eres valiente. Que nada puede detenerte...
―¿Quién eres? ―preguntó Alex.
―Mi nombre es Diana. Alisa es mi prima.
La prima de Alisa no había muerto, estaba ahí frente a Alex. Gav había mentido. ¿Cuál sería la razón para ello? Era obvio que había estado viviendo en el mismo lugar en el que dejó a Alisa; aseguraba haber hablado con ella.
―¿Eres su prima? ¿Qué está pasando? ¿Qué haces aquí?
―Lo había intentado muchas veces. Matarlos o escapar. Pero nunca lo logré. Ya me había resignado. Apenas supe que Alisa estaba en ese lugar tuve que volver a intentarlo. No soy lo suficientemente fuerte para detenerlos, pero Alisa dice que tú si lo eres.
―¿De qué diablos estás hablando?
―Mi hermano Gav y los demás; ellos abusan de todas las mujeres. Mataron a los hombres que se opusieron. ―Diana dejó de hablar por un momento. Fue obvio que estaba malherida. Tomó fuerzas y continuó―: Ahora controlan ese lugar a su antojo. Han ido acabando poco a poco con nosotras. Van a hacer los mismo con Alisa. Tú la llevaste ahí, ahora debes rescatarla.
Perverso destino. Más bien era Alex el culpable. ¿Cómo pudo ser tan egoísta? Dejó a la niña con peores monstruos que aquellos que tomaron el mundo. Todo por seguir un sueño; una ilusión absurda que lo impulsaba a cruzar la ciudad y reunirse con Zia. Los finales felices no existen, Alex debió saberlo. Ir tras ella no era más que un inútil esfuerzo. Ahora, la decisión fue sencilla, debía volver y rescatar a Alisa, era su obligación.
―¿Cuántos hombres tiene tu hermano?
Diana se quedó en silencio por unos segundos. Seguramente pensó que la respuesta asustaría a Alex.
―Con Gav son diecinueve.
Alex no se inquietó en absoluto. Casi hubiera querido que el número fuera mayor, solo para tener más personas que castigar. Sin demorarse más se dispuso a regresar por Alisa.
―Iré lo más rápido posible ―dijo Alex―. Puedes intentar seguirme, pero no me detendré a esperarte.
―No, hasta aquí llego yo. Uno de los infectados me mordió mientras intentaba alcanzarte. Pronto me convertiré.
Diana descubrió su hombro, dejando ver la espantosa mordida que aquejaba. En efecto estaba condenada. Tan definitiva fue su intención de encontrar a Alex que incluso había dado su vida por ello; por dar una esperanza a Alisa. Por meses vivió la injusticia provocada por su hermano y los demás. Nunca tuvo una oportunidad de defenderse, y si escapaba sería hacia las fauces de algún muerto viviente. Y al final así fue, pero por una noble causa.
Alex gritó irascible, o así fue dentro de su cabeza, por fuera permanecía tan silencioso como siempre. Complicado ser; hubiera querido demostrar la ira que sentía. Las injusticias nunca terminarían. No mientras siguiera existiendo gente.
¿Sería que aquella espantosa arma, el virus creado para acabar con el mundo, la maligna creación de un ejército de enloquecidos extremistas, había terminado por ser el premio que merecía la humanidad? ¿Una sentencia divina?
―¿Qué quieres que haga?
―Dispárame. No quiero ser uno de ellos.
La misericordia de una bala en la cabeza. La seguridad de que acabaría bajo sus propios términos. «Prométeme que los matarás». La mirada de Alex hubiera sido suficiente respuesta para Diana, aun así, Alex contestó: «Voy a matarlos a todos». La mujer cerró sus ojos y se despidió de la vida.
El estruendo solo lo hizo enfadar más. Ni bien terminó, se echó a correr. «Lo siento, Zia», decía una y otra vez. Había abandonado a su propia familia para encontrarla y al final había fracasado. Ahora recordaba a su tío y su sufrimiento crecía. Que egoísta había sido. Alisa era la prueba. Que egoísta. Y todo por un quizá o un podría.
Antes de que se diera cuenta había completado su regreso. Se paró frente a la fortaleza de Gav y escaneó el terreno. ¿Había llegado a tiempo? ¿Seguía Alisa con vida? Estaba dispuesto a dar su vida por averiguarlo.
Entró en un vehículo abandonado en una calle frente a una de las murallas de la fortaleza. Desarmó el sistema de encendido y juntó unos cables esperando que el motor encendiera.
En el primer intento el automóvil encendió. «Quizá sea mi día de suerte después de todo», pensó. Alex aceleró al máximo el vehículo en dirección hacia la muralla. Pobres tontos aquellos que pensaron que tal edificación los protegería. Debieron haberlo pensado mejor. Debieron esconderse en una lejana cueva en donde nadie los encontrara.
El escandaloso choque alertó a todos. «¿Qué diablos está pasando?». Algunos hombres corrieron hasta el lugar; el automóvil había penetrado la muralla dejándola destruida. Un momento después Alex salió del vehículo.
―Dije que los mataría a todos ―gritó Alex―... no acostumbro a mentir.
Alex hizo un rápido movimiento detonando su arma. Del otro lado uno de los hombres cayó muerto.
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Z de Zia
Short Story«La gran mayoría de las historias son similares: Un héroe deja su hogar para salvar al mundo. Esta no es una de esas. Ya no hay ningún mundo que salvar, o mejor dicho, no hay muchos que puedan disfrutarlo, y los que aún están con vida quizá no lo me...