EL CAMINO A SEGUIR

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«Vi aeronaves viajando hacia el oeste», dijo Oleg al pie de la cama. Llevaba varios días visitando el lugar. Semanas incluso. Cada día repetía lo mismo.

La mañana había iniciado antes de lo habitual. Incluso más cálida; forasteros difícilmente hubieran coincidido, pero para Oleg aquello era más que un regalo en pleno invierno:

―Hace calor. ―Incluso agitó su camisa varias veces para que el aire lo refrescara.

El joven pensó que exageraba, y es que así era con todo.

―Ni hace calor, ni hace frio.

―Si estuvieras allá afuera, trabajando como ellos, pensarías diferente.

Afuera del edificio, varios hombres se desempeñaban en diferentes labores. Algunos martillaban, otros recogían, varios más vigilaban.

―Preferiría estar ahí afuera. ―Se levantó de la cama y caminó hacia la ventana. No se había recuperado por completo. Renqueaba un poco, incluso. Tenía vendas por todo su cuerpo―. Solía gustarme, pero ahora no soporto recluirme entre paredes. No veo la hora de salir de aquí.

―¿Y si vinieras con nosotros? ―preguntó Oleg.

―¿A dónde, tío?

Hubo un escandaloso silencio.

―¿Por qué no lo has preguntado, Alex?

Alex abrió la ventana y se inclinó, recostando sus brazos sobre el marco de la misma.

―Porque no me importa.

Había esperado cualquier otra respuesta.

―¿En verdad no te importa? ¿No quieres saber nada? Lo qué sucedió con ellos o por qué no están conmigo, ¿no quieres saberlo?

―No.

―Están todos muertos. Todos y cada uno de ellos.

Alex no dijo nada.

―¿No quieres saber cómo? ―volvió a insistir su tío Oleg.

―No.

Su tío caminó hasta la venta. Se paró a su lado.

―Son buenas personas ―Oleg los señaló; a los hombres que trabajaban en el lugar. Ninguno de los familiares de Alex estaba entre los miembros el nuevo grupo de su tío―... O eso creo... Somos quince, Alex. Todos cooperan, son un buen grupo.

―¿Por qué fortifican este lugar? ¿No iban irse pronto?

―Esas aeronaves viajaban rumbo al oeste. Al oeste de aquí no hay ninguna ciudad por muchos kilómetros. Iremos en cuanto tengamos recursos suficientes. Comida, vehículos, agua y armas. Este lugar es tan bueno como cualquiera, viviremos aquí hasta reunir lo necesario.

―Este lugar es el infierno, tío.

―Lo vi todo, Alex. Desde aquella colina. Vi cuando inició. Justo cuando atravesaste el muro con ese vehículo. Si no te hubiera reconocido, y después seguido al interior, ahora estarías muerto.

―¿Quieres que te agradezca de nuevo?

Su tío sonrió con descaro.

―Quizá no estaría de más, Alex.

―¿Han conseguido bastantes recursos ya? Necesito agua, comida, y sería maravilloso si pudieras conseguirme un vehículo.

―Vimos aeronaves, Alex. Eran de los nuestros... Ven con nosotros.

Z de ZiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora