ALISA

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La caída lo sacó de la realidad. La niña estaba aterrada, pero Alex era libre. Qué extraño sentimiento, saber que lo que a otros disgusta, te hace feliz. Alex era muy diferente a los demás. Nadie como él. Era especial y lo sabía; una persona compleja. Con razón nunca pudo encajar. Pero después recordó donde estaba, cayendo, con Alisa en sus brazos, seguido de aquellas horrorosas criaturas.

Cuando estuvo a punto de chocar contra el agua, giró un poco su cuerpo para recibir él todo el impacto. Fue estrepitoso. Buscó en sus recuerdos algún momento en el que hubiera sentido un dolor similar, solo por si encontraba una pista que le ayudara a sobreponerse al mismo, pero tal recuerdo no existía, aquel era el malestar físico más intenso que había experimentado, tanto que la imagen frente a sus ojos empezó a desvanecerse en un revoltijo de colores mientras empezaba a perder el conocimiento.

Ya no abrazaba a la niña; intentó patalear fuera del agua, pero había perdido el control de todos sus músculos. El agua parecía naranja y luego verde; se hundía, como si fuera una piedra; un objeto inanimado rumbo al fondo del río.

En medio de aquel extraño espejismo observó la violenta entrada de los bultos que caían al agua, encima de él; los muertos vivientes; las insensibles bestias venían por su carne. Uno estiró su brazo y alcanzó a tomarlo, apenas, mientras los otros se movían hacia él; un jugoso bocadillo en el río. Las horribles criaturas se habían convertido en depredadores de agua. Como un cocodrilo o algún pez carnívoro, no importaba, Alex era la presa.

Hubiera sido hermoso, una muerte épica; la impresionante caída dio el primer golpe y las criaturas la estocada final. Pero entonces volvió a su atención l recuerdo de la niña: la había perdido. Alisa debía estar cerca, expuesta a la muerte. Alex no podía morir, no todavía. ¿Y Zia? No, definitivamente no podía morir.

Fue como si hubiera vuelto a nacer. La adrenalina debió ayudarle a recobrar toda su fuerza. Movió su pie con fuerza una y otra vez hasta que se liberó de la criatura; se volteó en busca a la niña.

La sangre podrida de las bestias había ensuciado la cristalina y fría agua. Buscó y buscó con su mirada, hasta que una de las criaturas lo tomó por la espalda dirigiendo sus dientes a su cuello.

Alex movió su mano hacia atrás, sujetando al monstruo por la frente. Con toda su fuerza empujó para que lo no mordiera; con su otra mano buscó uno de sus cuchillos, lo tomó y lo clavó en el cráneo del muerto viviente.

Pero el aire empezaba a faltarle, debía salir a tomar un poco. Nadó hacia arriba hasta que estuvo por sacar su cabeza del agua. «Un poco más», pensó. Y tuvo suerte de no salir. Una de las criaturas cayó justo encima de él. Repentino. Un golpe certero. De no haber estado dentro del agua el impacto lo hubiera matado, y aunque no lo hizo, alcanzó para neutralizarlo. Por su cuenta se ahogaría con toda seguridad, si no era que los monstruos lo devoraban primero. «Hasta aquí he llegado», pensó. Pero Alex no estaba por su cuenta. Justo antes de desmayarse miró salir de entre la oscuridad una pequeña mano que lo tomaba de su camisa. Era Alisa. La niña había estado batallando igual que él. Ella lo había encontrado y ahora estaba auxiliándolo.

Curioso destino, a veces ingrato y otras benévolo. La niña a quien había estado tratando de salvar, lo salvaba a él. Lo arrastró con gran esfuerzo hacia la orilla hasta que logró sacarlo del frío río.

«Resiste», suplicó. Alex no daba respuesta. La niña cargaba una pequeña mochila. Impermeable, porque el contenido lo ameritaba. Preciados recursos en aquel moribundo mundo: cerillas y mantas; algunos medicamentos.

Se aseguró de que estaban a salvo; los muertos vivientes fueron arrastrados por la corriente. Lo alejó lo más que pudo del agua. Hizo una fogata y se abrigó junto a Alex para calentarse. De no haberlo hecho quizá hubieran muerto. Y no por eso la noche fue buena. La pobre niña tembló durante horas; encima sin saber si Alex despertaría.

Valiente Alisa. Con toda seguridad salvó la vida de Alex. De alguna forma logró mantener la compostura y sobrevivir al frío.

Cuando Alex despertó, adolorido y confundido, ya era de día.

Intentó levantarse, pero estaba en terrible forma. Escaneó con la mirada y encontró a la niña. ¿Quién era ella? ¿Es acaso Zia? Todavía no lograba encontrar claridad en sus pensamientos. Se sentó. «Esa no es Zia», pensó. La miró un poco más; la niña recogía ramas para alimentar la fogata. Por fin recordó quien era.

―¿Qué ha pasado? ―preguntó él.

La niña se volteó de inmediato con mueca de sorpresa. Una sonrisa se dibujó en su rostro. Corrió hacia él y lo abrazó.

―¿Estás bien? Pensé que no despertarías.

Alex no contestó el cariñoso gesto de la niña, incluso lo detuvo; la tomó por los hombros y la alejó levemente. Ella no pareció ofenderse.

―¿Qué sucedió?

―Soy yo, la niña que encontraste en el bosque, Alisa. ¿Me recuerdas...? ―Alex la miraba sin decir nada―. Saltamos al agua para salvarnos. Nos separamos por un momento. Te busqué en el agua, hasta que uno de los mordedores cayó encima de ti. Pensé que morirías.

―Estoy bien ―fingió. La mueca que puso al tocarse la cabeza lo contradijo. Inspeccionó un poco más su cuerpo en busca de heridas―. ¿Qué es esto? ―preguntó Alex al mirar que estaba vestido solo con una manta amarrada a su cuerpo.

―Nuestra ropa estaba mojada. La he puesto a secar ahí. ―Señaló el lugar. Alex lo miró pensativo. Después miró la fogata. Después miró a la orilla del río; lo había arrastrado desde lejos.

Alex volvió a mirar a la niña. Pobre niña. ¿Qué pudo haber sentido? Estuvo sola en la noche; la horrible noche. ¿En verdad era posible que una niña tan pequeña fuera tan valiente y brillante? Horas antes había perdido a su grupo, pero de alguna manera se las había ingeniado para salvar su vida y la de él.

Alex sintió culpa y algo de angustia; lo siguiente que lo invadió fue un enorme sentimiento de deuda. Después pensó en Zia, porque no era capaz olvidarla. Una vez más intentó ponerse en pie, pero no pudo hacerlo.

―Debes descansar ―dijo Alisa―. He conseguido pescar algo. ―La niña era verdaderamente especial―. Pronto estará listo. Cuando comas estarás más fuerte.

―Puedo cuidarme solo. ―Lo dijo golpeado.

Después de decirlo se arrepintió. Cuestionó su actitud. ¿Por qué debía ser tan tosco? El mundo lo había cambiado; antes era pisoteado, ahora era diferente. Pero Alisa merecía algo más. Le debía la vida. Ella era diferente. La admiró al instante. Ella merecía su respeto.

―Quédate quieto. Yo cuidaré de ti... Todavía no se tu nombre.

A pesar de que la niña estaba muy triste, no lo mostraba. Lucía muy calmada. Igual que siempre. Las circunstancias de su vida así la formaron.

―Me llamo Alex.

Aquel fue su cuartel por varios días, hasta que Alex recuperó sus fuerzas.

Z de ZiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora