Capítulo 8

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Un fuerte dolor en el pecho me ahoga. Comienzo a toser al momento en que  abro los ojos. Sólo logro escuchar el silencio seguido de mis leves quejidos. Con dificultad vuelco la cabeza para un costado, sentía que me iba a estallar en cualquier momento. Vislumbro justo al lado mío la pequeña libreta floreada de Daine.

Estiro mi mano derecha y acaricio mi propio cuerpo con el terror latente de tener algo incrustado en él. Suelto un suspiro de alivio al no sentir nada. Intento mover mi brazo izquierdo y es ahí cuando soy consciente de que está fuera de su sitio, en un ángulo extraño y con un enorme tajo que deja ver mi carne dividida en dos.

Abro la boca para gritar de la impresión, pero sólo logro emitir un sonido ahogado. La sangre borbotea de la herida sin parar y yo entro en pánico sin saber muy bien que hacer. Me retuerzo en el suelo, siento la humedad de la tierra mojar mi remera, un escalofrío me recorre por toda la espalda.

Intento incorporarme, pero un flechazo en la cintura logra marearme. Dejo escapar de mis labios un alarido. Mi brazo era peso muerto, estaba como sin vida.

—Ke...nya.

Escucho lejana la voz de Ben. Abro los ojos como platos y asustada comienzo a buscarlo. A mi alrededor hay un remolino de chatarra y cuerpos, algunos mutilados, otros estáticos, tan quietos que de lejos se adivinan que estan sin vida. Veo rostros, facciones, ojos, nariz, boca, cabello. Ninguno conocía. Ninguno era Ben. Pero igual me dolía. Una punzada en el estómago me parte en dos y hace que detenga mi arrastre para luego doblarme sobre mi misma para comenzar a vomitar.

Llorosa, con los ojos impregnados en sangre y sucia, limpio mi boca con el dorso de mi única mano funcional.

Aún más desesperada que antes comienzo de vuelta a buscar a Ben. Giro hacia mi izquierda y es ahí cuando logró verlo, su cuerpo sobre un pedazo del avión que no puedo descifrar debido a que está tan destrozado que es irreconocible. Gateo lo más rápido que puedo hacia él, dejando una huella de arrastre con el brazo izquierdo.

—Ben —balbuceo cuando logro estar junto a él. Apoyo mi cabeza sobre su pecho. Los ojos se me llenan de lágrimas—... Ben, mi amor...

—Ke...nya —tose, y con ello un hilo de sangre se escurre por su boca—, te amo.

—Yo también te amo, mi Zhurdú

Separo mi mejilla de su pecho y estiro mi brazo derecho para lograr con la punta de los dedos acariciar su mejilla. Su barba apenas crecida me cosquillea la yema de los dedos.

—Siem...pre... te... amaré —vuelve a toser y de su boca sale más sangre. Desesperada saco mi mano de su rostro y levanto su remera, no tenía ninguna herida. No lo entendía—. Eres... mi... colibrí.

La vista se me nubla y vuelvo a mirar su rostro, se veía opaco. Las lágrimas pujan por salir.

—Bésa... me, an...tes que

—Shh —lo silencio acariciando su boca con mis dedos. Cuando hablo la voz me tiembla—..., no hables como si fuera una despedida.

Sonríe. Aún así, en un momento como ése, en ése estado, logra darme una de esas sonrisa que me tranquilizan. Un hipido se escapa de mis labios y me siento impotente.

—Bésame —Esta vez su voz suena más firme—, ahora Kenya. Por favor.

Cumplo su petición y beso su boca, saboreo sus labios e ignoro el sabor metálico que tienen. Estira su mano y atrapa mi mejilla, la acaricia de arriba a abajo, con la delicadeza que siempre lo caracterizó.

—Te amo.

—Te amo —repito bajito, temblorosa.

Enjuaga las lágrimas con su pulgar. Las retira de mis ojos. Me agacho y lo vuelvo a besar. Esta vez no sólo percibo el gusto de la sangre si no el del llanto también. A diferencia de mí él está apacible, como siempre.

La sangre de KhothDonde viven las historias. Descúbrelo ahora