Esa mañana desperté emocionada, como cada niño en su cumpleaños. Mi madre compró un hermoso vestido de pana color beige con apliques marrones. Me vestí con él. Mi padre decía que me parecía a Indiana Jones, y eso fue lo que más me encantó de aquel simple pero especial pedazo de tela.
Invité a mis amigos más cercanos que en ese entonces eran compañeros míos del colegio y a Elizabeth, una chica que vivía a la vuelta de mi casa, ella era sin duda la hermana que siempre deseé tener y mis padres no me pudieron dar nunca.
Correteamos por toda la casa, jugamos a la búsqueda del tesoro (mi juego favorito), y todo finalizó con el tradicional corte de la torta.
Una vez todos los amigos y familiares se hubieran retirado, la sala había quedado en completo silencio, un ambiente que aunque ya no estaba repleto de las personas que yo apreciaba se sentía cálido y acogedor.
—Acércate Kenya — musitó tranquilo con una sonrisa que decoraba su longevo rostro, irrumpiendo así la repentina calma que se había creado-, en tu octavo cumpleaños te contaré una historia especial.
Sin dudarlo dos veces corrí a sus brazos y me recosté en el sillón junto a él.
—¿De qué trata abuelo?
—De las tribus Shäden.
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La sangre de Khoth
FantasiKenya Quaine tenía un futuro que lucía de lo más prometedor: En la mitad de su carrera como licenciada en antropología ya había sido llamada a participar de una importante conferencia al otro lado del mundo sobre las tribus Shäden, junto con su novi...