Prólogo: Las pruebas

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Observo la enorme mole desde el parabrisas de mi auto. Una vez más, aquí estoy, en el estadio de los Blackhawks de Chicago. Sin contar la enormidad de veces que me detuve en este mismo lugar para disfrutar de un juego, tres son las veces que vine anteriormente con el mismo propósito que me trae aquí en el día de hoy: las pruebas para ser parte del equipo masculino de hockey sobre hielo.

Estoy nerviosa- sí, bien digo: género femenino-. 

Como habrán notado, dije que el equipo es masculino, como en hombres, testículos y pollas. Yo no poseo una de ésas, pero lo que me sobra son agallas como voy a demostrarlo cuando logre bajarme de este cacharro al que algunos llaman auto.

Debería empezar por el principio. Debería explicar cómo han ido mis anteriores pruebas, pero no lo veo necesario. En resumen: no, no aceptan mujeres en el equipo, y no, no pueden dejarme entrar a las prácticas. Lo mismo cada vez.

¿Por qué creo que esta vez será diferente? Porque no seré yo la que intente ingresar al equipo, sino James Hamilton, mi alter-ego.

Mi nombre es Jamie.  Tengo veintidós años y un sueño: ser una estrella del hockey sobre hielo.

¿Que hay equipos femeninos dicen? Los hay. Ninguno la mitad de bueno que éste, ni con tanto buenos recuerdos para mí.

Mi padre, James Hamilton I, fue el delantero estrella de los Chicago Blackhawks durante toda su carrera. Yo crecí oyendo sus historias: de la pista y el vestuario, de sus viajes, campeonatos, de cómo le propuso casamiento a mi madre en el centro de la pista luego de ganar el campeonato por cuarta vez consecutiva...

Papá ha muerto muchos años atrás, pero su legado, el amor por el hielo, no se ha ido con él; se ha quedado arraigado en mi corazón. Cada vez que veíamos su "álbum de recuerdos de los Hawks", me decía: "Jamie, estos han sido los mejores años de mi vida. Ojalá puedas vivir algo como esto alguna vez"; y yo respondía: "Lo haré papá, lo prometo".

Y aquí estoy. Dispuesta a cumplir esa promesa; cueste lo que cueste.

Con una última respiración profunda, me bajo del auto y emprendo mi marcha hacia las puertas, donde un gorila vestido con los colores del equipo controla el acceso a la pista.

-Vengo a las pruebas- declaro.

Aparentemente, mi disfraz - moño bajo, ropa deportiva, las amigas ocultas bajo una faja - es satisfactorio, porque el hombre me da un número y una ficha, y sin una mirada en mi dirección me abre paso al interior.

Hace frío aquí dentro, y mis nervios no ayudan a frenar los temblores. Pero estoy aquí, ¡finalmente estoy aquí!.

Ingreso a los vestuarios para dejar mi bolso y calzarme los patines. Soy la última que ha llegado, por lo que éstos  están vacíos. Transcribo mis datos rápidamente en el formulario y termino de vestirme. Cuando estoy lista, respiro hondo por última vez y salgo al estadio.

Uno a uno, el entrenador hace pasar a los candidatos dentro de la pista.

Observo a la competencia: son todos mucho más grandes que yo; con esos físicos de anuncio. Pero uno a uno, a medida que hacen lo que el entrenador pide, fallan.

Tras horas de pie fuera de la pista, finalmente es mi turno.

-Y por último, tenemos al número 74: James Hamilton. Señor Hamilton, pase adelante.

Sí, esa soy yo... o ese. 

Un grupo de gordos con traje que decretaron que los Blackhawks de Chicago son un equipo masculino no van a arruinar mis sueños de ser la próxima estrella.

Avanzo sobre el hielo con el equipo puesto, la máscara ocultando mi rostro femenino y nervioso. 

La sensación del hielo bajo mis patines es gloriosa y puedo imaginarme haciendo esto todos los días de mi vida.

El entrenador me pregunta para qué puesto deseo aplicar, y yo respondo que para delantero. Él frunce el ceño, y sé que es porque es la posición más disputada en cada llamado. Muchos quieren hacer los goles, pero pocos tienen lo necesario. 

Yo lo tengo. Estoy segura de ello.

El hombre me da una serie de indicaciones y deja la pista, situándose en el ingreso a ésta para observarme. Comienzo a patinar y siento que por fin estoy en el lugar al que pertenezco. Esquivo obstáculos, corro sobre el hielo hacia delante y atrás, dirijo el puck siempre por delante de mí, sin despegarlo de mi palo. Y finalmente anoto. Y luego todo otra vez.

Son los quince minutos más agotadores de mi vida, pero los más satisfactorios. Siento que dejé todo en la pista, y por la expresión en el rostro del entrenador, sé que él siente lo mismo.

-Muy bien Hamilton- el hombre palmea mi hombro en mi camino a las gradas. Luego alza la voz para dirigirse a los demás-. Aguarden un momento mientras delibero con el equipo y luego les diré quién será un Blackhawk.

******

Una hora y cuarenta y siete minuto después (¿quién está contando?), el entrenador sale nuevamente a la pista y anuncia con voz clara y potente:

-Hamilton, estás dentro.

¡Sí!¡Lo hice!

Tras una máscaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora