Después de haber aceptado la sospechosa invitación de C.C, y de haber desperdiciado mi tiempo escuchando sus flojas explicaciones, regresé a mi cuarto a descansar. Pero de eso han pasado alrededor de unas dos horas, y aún no he podido conciliar el sueño. Y es que esta vez si que ha sido por falta de intentos, pues en el momento en que toqué las baldosas del piso de mi habitación, la adrenalina que se juntaba en mi cuerpo, junto con todos los pensamientos arremolinados en mi cabeza, me permitieron saber que durante las próximas horas no podría conciliar el sueño aún cuando lo intentara. Así que, aquí estoy, acostada en mi cama, que se siente fría y dura, como si nadie hubiese dormido ahí desde hace mucho tiempo.
La verdad es que, aunque mi mente se esfuerza por evadir todo lo ue C.C ha dicho hasta ahora, una parte de mi está convencida de que algo turbio pasa por aquí. Si bien, C.C está mintiendo en la mitad de las cosas que dice, es posible que la otra mitad no sea completamente falsa. Y que incluso, C.C puede estar realmente asustada por algo que sucederá pronto, a menos que la escuche. Pero también está la otra parte de mí, que evita que crea en ella por el simple hecho de que ella me había atacado hace horas, y de que incluso pudo haberlo hecho de nuevo esta noche. En fin, mi mente, como ya estoy acostumbrada a que pase, está echa un lío. Es cmo si una guerra hubiese empezado en mi cabeza y no supiera a que bando pertenecer.
Me quedo un momento más mirando el techo, esperando que eso me adormezca, pero sin éxito. Así que me levanto y me dirio a la mesita de noche, donde comienzo a abrir cajones al azar esperando encontrar algo para divertirme un rato. Los primeros dos ajones están vacíos, pero al abrir el tercero me encuentro con un libro. Era Crímen y Castigo, de Fiódor Dostoievski. Recuerdo haber leído este libro al menos tres veces cuando estaba en el orfanato, pues siempre ha sido mi libro clásico preferido. También recuerdo que Gabbie odiaba leerlo, porque le parecía tétrico. De repente, una sonrisa se dibuja en mi cara, gracias a los recuerdos de mi vida de antes. Tomo el libro y me siento en la orilla de la cama para empezar a leerlo. No pasa mucho hasta que, por fin, comienzo a ver la letra borrosa y desdibujada del libro, producto del sueño al que me inducen poco a poco las palabras de la historia.
Apenas y me da tiempo de poner el libro a un lado de la cama, para evitar arrugas o dobleces, porque, en cuanto mi espalda toca las sábanas (que ya no están tan frías como hace rato) me comenzó a sentir adormilada. Y mientras voy cayendo en el sueño, agradezco mentalmente a todos los autores de libros, porque sin ellos, yo jamás podría conciliar el sueño.
Estoy en lo que parece ser un comedor elegante, sentada en una mesa enorme de cristal. A un costado de mí, se encuentra Gabrielle, que tiene una peluca de esas que se usaban en la épca de Marie Antoinette. Su vestuario es igual: Un vestido rosa pastel, con montones de moños y encajes, corsé y una falda tan ancha que podrías ocultarte ahí y nadie lo notaría. Al otro lado de mí, está un pomposo Jack, que luce como si lo acabaran de sacar de la peor tienda de disfraces antiguos. Su traje es azul rey luce una peluca blanquesina y polvorienta, como la de Gabrielle, pero sin tantas decoraciones ni florituras. Y tiene esas mallas que estaban de moda en esas épocas. Ahogando las ganas de reírme por ambos ridículos atuendos, desvío la mirada hasta los demás. Todos están vestidos con vestidos enormes y trajes principescos. Y no tardo mucho en darme cuenta que yo también estoy vestida de la misma ridícula manera. Traigo puesto un corsé blanco con pequeñas perlas doradas, un faldón ancho y tieso, del mismo estilo que el corsé y un collar de zafiro azul colgando de mi cuello. Bajo la cabeza, buscando alguna otra joya que traiga puesta, entonces mi reflejo se proyecta en el plato de cristal que tengo al frente. Curiosamente, noto que soy la única que no tiene una peluca, y cuando alzo la vista, todas aquellas personas que no habían notado mi presencia antes, ahora me veían de forma acusatoria.
- ¡Se ha quitado la peluca, caballeros! ¡Eso es pena de muerte!
Los demás, de repente enfurecidos, gritan con afirmación.
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La Sociedad de los Perdidos
Mystery / ThrillerLa vida no es justa. Es algo que siempre supe. Desde los 9 años soy huérfana. ¿Mis padres? Desaparecieron en un viaje familiar, son dejar rastro. Yo no fui, estaba enferma de varicela y ya tenían los boletos. Que alguien los secuestro, que tuvieron...