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He preparado todo. Me iré esta misma noche, cuando todos se vayan a dormir. Mi maleta sigue siendo raquítica, pero eso es bueno porque es peso ligero y no tendré que pagar extra en el autobús. Ah si, lo he decidido también. No me iré al orfanato, porque es una pésima idea, con aspecto genial en el momento. Viajaré a un pueblo de Portland. Recuerdo que fui a acampar ahí con mi familia un año antes de que bueno, ya saben. Ese lugar es especial para mí, pues representa la última vez que en verdad nos unimos como una gran familia. Incluso intentamos adoptar un perro que vagaba cerca de nosotros, pero mi hermano es alérgico al pelaje de éstos, así que terminamos adoptando un pez dorado.

He estado en mi cuarto prácticamente desde que entré. De cualquier modo, nadie me ha requerido en ningún otro lado que no sea el que tiene mi cama, así que no hay razón para salir. Sin embargo, aún pienso en algo: las notas. Si, me voy a ir, pero me sigue preocupando que alguien me quiera matar. ¿Y si cuando salga me atrapa? ¿Y si nadie escucha mis gritos? ¿Y si?

No, basta. Cabe la posibilidad de que solo sea una broma pesada, algún ritual de iniciación o algo parecido. Y aunque la rubia Katherine casi lloró cuando lo mencioné, es posible que sea solo una gran actriz, como lo demuestra ser con Jack. Y ese es otro gran problema. Aún no obtengo mis respuestas, por más que Alex me insista que sea paciente, como si se tratara de un monje de la paz, o algo así. Esa razón, más que cualquier otra, es la razón por la que quiero quedarme. Necesito saber si mi familia está viva, si está bien. Pero también es la razón por la que quiero largarme de aquí rápido. Si mi familia está muerta, prefiero averiguarlo yo solita. Suficiente tenía con las visitas anuales de padres que querían mi información personal, por si querían adoptarme, pero nunca lo hacían. Mi cabeza se encuentra hecha un lío en este momento, e incluso puedo oír la clara voz de Gabrielle diciendo que le molestaban mis problemas adolescentes. Gabrielle, mi dulce y tímida amiga. La extraño mucho, quisiera poder contarle mis peripecias y que ella me diera consejos, que, aunque descabellados, siempre resultan certeros. Sin embargo, Gabrielle está lejos, con una familia que, tal vez, la quiere. Y yo mientras aquí, con necesidad de saber si mi familia está viva. De repente, siento un líquido ardiente en donde antes estaba mi estómago. Me parece que se llama enojo. No sé de donde ha venido, pero me hace pensar un montón de cosas que jamás le diría ni a mi sombra.

Sacudo la cabeza y los pensamientos se van, junto con el líquido ardiente. En ese momento, alguien toca la puerta.

- ¿Si? – digo, mientras me apresuro a esconder la maleta.

- Soy yo, Alex.

- ¿Alex? Ehpasa.

- ¿Qué pasa, Alex? ¿Vienes a reclamarme tu ropa? Porque la tengo justo aquí

Él no me mira, pero sí habla – No, no es nada de eso, sólo

- En realidad, estoy ocupada- ¿Puedes venir luego?

- No, sólo déjame hablar. Sé lo que estás planeando

Me quedo helada. ¿Qué ha dicho? - ¿Cómo? No sé de que me hablas.

Él ríe sin ganas y comienza a dar saltitos con las puntas de sus pies – Ay, por favor, no finjas demencia. Pasaba por aquí y oí un murmullo. Hablas mucho sola, ¿sabías? Mencionabas algo sobre fugarse y de un orfanato, pero dejé de escuchar cuando mencionaste mi nombre.

Dios santo, he pasado de helada a hirviendo en milisegundos. Por fin, su rostro se alza hacia el mío. Una sonrisa de burla se forma en sus labios, y con obvias razones. ¡Debo estar más roja que la nariz de Rodolfo El Reno!

- En fin – sigue él, al ver que no planeo decirle el porqué de la mención de su nombre – Yo quiero ir contigo.

Wow, wow, wow. ¿Qué?

La Sociedad de los Perdidos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora