Capítulo 4

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Liz posó sus dedos sobre una estantería y suspiró. Si tan solo todo fuera tan fácil como parecía en los manuales que compraba. Y tenía muchísimos. Desde libros de jardinería, cocina, manualidades, escultura, pintura, dibujo, bordado... ¡demasiados libros y tiempo libre! Necesitaba empezar a hacer algo con su vida, encaminarse seriamente pero no lo lograba. No era fácil. No que alguien le dijera que lo fuera pero, ¿por qué para los demás lo parecía? Todos habían encontrado sus vocaciones, al menos los que la rodeaban parecían felices con ellas. Incluso su impulsivo mejor amigo Drake, que parecía no quedar satisfecho nunca con nada, era feliz siendo corredor de bolsa.

Porque Drake trabajaba en la misma oficina por lo menos una década. Lo habían ascendido varias veces y no era un adicto al trabajo. Simplemente iba cuando debía y le solicitaban, sin chistar ni enfadarse, lo hacía con calma... como alguien que disfruta lo que hace, que no le molesta hacerlo. Eso era lo que ella quería, ¿era mucho pedir?

Podía ser que la oficina de Drake fuera diferente a las demás o que tal vez él era muy competente en lo que hacía, sin embargo la única vez que estuvo con él, rodeada de sus compañeros de trabajo, parecía agradarles realmente Drake y a él todos ellos.

–No puede ser real –había susurrado mientras él la miraba con curiosidad–. Esa camaradería con todos, ese "llevarse bien"... no es normal.

–¿Por qué no? –Drake había sonreído, divertido–. Hemos trabajado juntos por años, algunas personas están aquí desde que la empresa inició y...

–Sí pero, ¿cómo logras agradar a todos, Drake?

–¿Cómo? Tú eres quien lo logra, todo el tiempo Liz, y sin proponértelo –él la tomó de los brazos y la fue girando despacio–. Mira a tu alrededor, todos te miran fascinados, encantados... y tú ni siquiera lo haces conscientemente. Eres increíble, cariño.

–Drake, que cosas dices –Liz se sonrojó involuntariamente y giró para encontrarse de frente con sus ojos grises, clavados en ella–. Tú...

–Solo te digo la verdad, Liz –Drake parecía hablar muy en serio. Liz bajó la mirada, avergonzada por estar en brazos de Drake, de pie, donde todos podían verlos–. Deberíamos...

–¿Por qué no la besas? –se escuchó un pedido que fue aplaudido por los demás.

–Vamos Drake, este es el día. ¡Bésala ya! –pidió alguien más.

–Lo están pidiendo –Drake susurró en su oído–. ¿Puedo?

Liz no pudo mirarlo. Drake no esperó respuesta alguna. Atrapó sus labios en una lenta caricia mientras los demás aplaudían y otros los imitaban. Después de todo, era el día de San Valentín y el ambiente no podía ser más romántico. El viento meciendo los árboles, arremolinándose en el cabello de Liz y envolviéndolos en un halo de magia. El tercer beso.

Involuntariamente, Liz se llevó una mano a los labios mientras escuchaba un carraspeo junto a ella. Miró a un hombre que le sonrió brevemente para pedirle el libro que aferraba entre sus manos.

–Es el último –explicó, con una sonrisa de disculpa–. ¿Podría mirarlo?

–Por supuesto –asintió Liz–, aún no he decidido si lo llevaré, de todos modos.

–¿No? –preguntó, extrañado–. Bueno, me lo han recomendado. ¿Te gusta la jardinería como pasatiempo o por trabajo?

–Posible trabajo, pero dudo que lo sea.

–¿Por qué? –él la miró con simpatía–. Eres joven, bonita y puedes hacer todo lo que desees.

Liz lo miró con curiosidad. En otro hombre, esas palabras habrían podido tener un significado oculto, pero con él no. No sabía expresarlo con certeza sin embargo su mirada, su manera de decir las cosas... como si realmente lo pensara, pero no tuviera ninguna otra intención que decirlas, sinceramente.

–¿Lo crees así? –Liz pensó que estaba loca por hablar con un hombre desconocido y asumir que lo conocía y hasta podía saber cómo decía las cosas–. Me agradas mucho, eres muy amable.

–Gracias. Es a mi esposa a quien le gusta la jardinería. Pensé que este libro sería un buen regalo –explicó él y Liz se sorprendió. ¿Un hombre casado?

–¿Aniversario? –preguntó con curiosidad.

–No, solo me gusta verla sonreír –explicó él, encogiéndose de hombros.

Liz abrió los ojos, con sorpresa, no podía creer que existieran hombres así.

–Me sorprende... –Liz lo miró con curiosidad–. Ten el libro, creo que le darás un mejor uso que yo.

–Gracias –él sonrió. Ella se sorprendió de lo guapo que era. ¿Cómo no lo había notado? Su esposa debía ser bellísima, pensó cuando una niña se les acercó–. ¿Lo tienes, cariño? –preguntó él, inclinándose para tomar en brazos a la pequeña–. Es Mía, mi hija.

–Mucho gusto –Liz extendió su mano–. Es preciosa.

–Gracias, se parece mucho a su madre –pronunció con amor, cada palabra contenía una devoción que Liz deseó encontrar algún día, de algún manera.

–¿Drake? –su mente parecía haberlo conjurado y él la miró–. Me pareció ver a alguien –explicó al extrañado hombre–. Bien, aquí está su libro, señor.

–Gracias, soy Marcos, un gusto conocerte y gracias por el libro.

–Nada que agradecer. Soy Liz y espero que ganes la sonrisa de tu esposa.

–Puedo tener suerte –sonrió él y se despidió, con su niña en brazos. Liz lo miró alejarse, anhelante.

Quería una familia. ¿Cómo no lo había sabido antes? Era lo que necesitaba. Un hombre que la amara así, que supiera que le gustaba e hiciera todo por verla sonreír. Alguien con quien formar una familia y ser feliz. Elegir...

–¿Quién era? –escuchó la voz tan familiar y giró. Sabía que lo había visto.

–Drake... ¿qué haces aquí? –preguntó sorprendida Liz.

–Es tu librería favorita, sabía que estarías por aquí porque, a pesar de todo, la jardinería es algo que no has dejado totalmente en estos saltos de búsqueda de carrera que has hecho y... ¿quién era?

Liz sonrió. Drake podría decir todas sus cosas favoritas en un abrir y cerrar de ojos, tal como ella haría con él. La conocía de toda la vida, podía hacerla sonreír y reír. Era quien también la había hecho sufrir por más tiempo del imaginado cuando se decidió a darle una oportunidad a un sentimiento más profundo entre ellos. El error más grande del mundo y aun así...

Cuando giró lo supo. Esos ojos grises que conocía desde hacía tantos años, que nunca podrían ocultarle nada, que podía describirlos aún con los ojos cerrados, cada pequeño matiz; y su rostro, cada pequeña línea de expresión. Drake era él. Su él. Tenía que serlo.

–¿Liz? ¿Me escuchas? ¡¡Liz!! –llamó con urgencia Drake, sacudiéndola con lentitud–. ¿Qué te pasa?

Liz enfocó su mirada y se encontró con el rostro de Drake demasiado cerca. Eso no podía estar pasando. ¿Realmente empezaba a sentir algo por él cuando estaba enamorado de alguien más e iba a casarse? Nunca antes... bueno, tal vez lo había sospechado, pero no había querido aceptarlo. ¿Por eso no podía comprometerse? ¿Por qué... amaba... a Drake?

–¡Santo Dios, Liz habla conmigo! ¿Estás bien? –Drake urgió, con toda la preocupación dibujada en su rostro–. ¿Qué está pasando?

–Estaba tan ciega... –susurró mientras pasaba sus dedos por el desconcertado rostro de Drake.

Cuando estoy contigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora