Capítulo 6

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Estúpida, estúpida Liz se encontró asintiendo a la súplica de Drake. Es que no podría negarse cuando él la miraba de esa forma. Drake conseguía lo que se proponía siempre y, aunque no le entusiasmaba la idea, tenía que hacerlo. Debía saber si lo que él estaba haciendo... bueno, si había una esperanza para ella.

–Iré, pero es el último favor que te hago Drake. El último de por lo menos tres vidas en más.

–Lo sé, Liz y te lo agradezco –Drake le pasó una mano por la mejilla–. Eres perfecta, gracias –dijo y le besó en la frente.

–Drake... –murmuró en un suspiro–. ¿A qué hora debo ir?

Él le dio las instrucciones y la llevó hasta su casa. Cuando se estaban despidiendo, la llamó.

–¿Qué tenías que decirme, Liz?

–Eh... –Liz lo miró. Sus ojos grises juguetones mientras sus labios esbozaban una ligera sonrisa. No podía hacerlo. Suspiró–. Nada, Drake. No era nada importante.

–Está bien, Liz. Te llamaré –prometió y encendió el auto.

Liz lo miró alejarse. No era una buena idea que se diera cuenta que amaba a un hombre a unos pasos de casarse. Bueno, alguna vez tenía que pasarle, ¿no? Amar a Drake, ¿quién lo imaginaría?

Nunca lo había considerado. Solo aquella vez, cuando ella había ido hasta el salón a besarlo. Sin embargo, se había prometido no volver a hacerlo, ni siquiera pensarlo. De hecho, cuando Drake la había besado, varios años después, frente a sus compañeros de trabajo, la sorpresa había dado paso al fastidio, porque no se esperaba una actitud tan infantil de Drake. Se lo había reprochado y él pareció ofendido, dolido más que molesto. ¿Por qué? ¿Por qué a Drake le dolerían sus palabras? ¿Su... rechazo?

No, él no podía haberla amado. ¿Verdad? No. ¿Por qué la había besado en primer lugar? Nunca le había preguntado, nunca había querido saberlo, para ser sincera. Tenía miedo. Drake era demasiado importante como para perderlo. No quería pensar en perderlo y por eso, prefería no saber que lo había impulsado. Es que no importaba.

En ese entonces, no importaba. Ahora... habría dado todo por saber qué era lo que había pasado por la mente de Drake.

Aunque se resistía, Liz no pudo encontrar una excusa para no asistir a la cena de sábado por la noche con Drake y Anne. Y podría tener miles de excusas para un sábado por la noche, pero no las tenía. No le interesaba tenerlas, ya no. Solo Drake y saber que terreno estaba pisando con él. Estaba siendo una total idiota y lo sabía... pero qué más daba. No podía quedar peor frente a Anne de lo que había quedado hacía tantos años ya.

Sentía un intenso mareo por la proximidad de la hora en la que Drake pasaría por ella. Exhaló con lentitud, esperando que eso la calmara, porque no podía dejar de tamborilear con sus dedos y eso haría que Drake, uno notara que estaba nerviosa y dos él mismo se pusiera nervioso, odiaba que ella hiciera eso.

No debía aceptar... no debía. ¿Y qué tal si no podía soportar el amor que Drake sentía por Anne? ¿Podría hacerlo? ¡Ni siquiera lo había considerado! Él estaría mirándola como ella quería que la mirara, le sonreiría y le tomaría la mano como hacía con ella... la besaría. ¡No, no podía!

–¿Liz? ¿Estás ahí? –había dejado la puerta abierta, nuevamente, y Drake ya la buscaba–. ¿Por qué estas sentada aquí, en la penumbra?

La sonrisa que le dedicó hizo que Liz supiera, con más certeza, que no podría soportarlo. ¡A buena hora se había dado cuenta que amaba a Drake!

–Esperaba desaparecer y que no notaras que aún seguía aquí.

–¿Qué no lo notara? –Drake se sentó a su lado, en el suelo–. Yo siempre sé cuando estás ahí, Liz. Siempre.

Ella giró su rostro hasta encontrarse con los ojos grises que la miraban brillantes, con gran emoción. Si tan solo fuera por ella, si fuera diferente...

–Han sido tantos años juntos... –Liz encogió un hombro– es natural.

–Quizás –asintió Drake–. ¿Vamos? –se levantó y extendió su mano–. Llegaremos tarde.

–Sí –Liz dejó reposar su mano en la de Drake, incluso después de levantarse. Él la miró con curiosidad.

–¿Estás bien, cariño? –preguntó él, tomando entre sus dedos un mechón de cabello que había escapado del recogido que llevaba Liz.

–Bien –murmuró sin aliento. Drake estaba demasiado cerca, demasiado.

–Liz, me preocupa... –Drake empezó a decir, afirmándola por los hombros cuando la puso frente a él–. ¿No te has sentido bien últimamente?

–¿Qué? ¿Por qué lo dices? –Liz parpadeó confusa.

–Estás distraída, pareces estar muy lejos de aquí, a veces sonríes sin motivo pero cuando te pregunto algo directamente no me respondes. Me has evadido y ya no me miras a los ojos –Drake clavó sus ojos grises en los avellana de ella–. ¿Qué está pasando?

–Drake, yo no sé de qué hablas –Liz trató de alejarse, no obstante él la detuvo.

–Liz, te conozco. Dime qué pasa o yo supondré que....

–¿Qué? –Liz lo miró desafiante–. Supondrás ¿qué?

–Que me estás ocultando algo porque...

–Drake, basta –Liz puso un dedo sobre sus labios–. Está bien, me rindo.

Drake arqueó una ceja, en señal de impaciencia y Liz suspiró.

–Estoy enamorada... –soltó, sin saber cómo logró articularlo. Se sentía extraño... y bien.

–¿Enamorada? –Drake abrió mucho la boca y la cerró de inmediato.

–Sí, pero es complicado –Liz no sabía cómo decírselo–. Él es... es imposible.

–¿Imposible? –Drake no podía pensar con claridad. Liz no podía estar refiriéndose a...

–Sí, Drake yo no sé... nunca pensé que esto podría pasar pero pasó. Estoy tan confundida y no sé qué hacer porque...

–¿Estás enamorada de un hombre casado? –Drake la cortó con un bufido–. ¿Cómo pudiste hacer algo semejante?

–¿Qué? Drake, ¿de qué rayos estás hablando? –Liz lo miró confusa.

–Claro, ahora lo entiendo. El hombre de la librería. Vi su anillo, a su hija... ¿está casado, verdad? ¡Imposible! Liz, por el amor de Dios...

–Drake, detente... –Liz gritó impaciente–. No es lo que estás pensando.

–Liz, Liz –repetía mientras se llevaba las manos a la cabeza–. Sé que el amor es complicado, pero ¿él? Si tan solo... ¡Liz! –repitió.

Liz se limitó a poner los ojos en blanco. Sabía que sería imposible razonar con Drake en ese momento, porque no la escucharía si le dijera que ni siquiera conocía al hombre de la librería. ¿Cómo podía pensar que ella se involucraría con un hombre casado? Debía golpearlo por la sola sugerencia.

–No te golpeo porque... no es el momento –murmuró Liz sentándose en el auto, con los brazos cruzados y sin volver a dirigir ni siquiera una mirada a Drake en todo el camino hasta el restaurante.

Cuando estoy contigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora