Capítulo 8

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Liz había intentado descifrar la distracción de Drake durante toda la noche, con mediano éxito. Podía imaginar el rumbo de sus pensamientos hacia el hombre imposible que ella amaba. ¿Casado? ¡Ojala hubiera sido tan sencillo! Bueno, no sencillo, solo que sería menos complicado. A su mejor amigo lo conocía de toda la vida, le decía estar enamorado y que pretendía casarse... sí, definitivamente era más complicado que el que estuviera casado. Tal vez, pronto lo estaría. ¿O no?

Anne no parecía nada contenta. Durante toda la noche había intentado mantener una apariencia serena, sin embargo su rostro se crispaba de vez en vez. Especialmente cuando notaba que Drake miraba a Liz y no a ella; no obstante, Liz se limitaba a sonreír, a imaginar las cientos de cosas que estaría maquinando la mente de su mejor amigo para hacerla reaccionar de la locura que él pensaba que se había apoderado de su corazón.

¿Un hombre casado? ¡Tenía que estar bromeando! Drake no la creería capaz de algo semejante, estaba segura. Tan solo estaba encontrado excusas para no afrontar la verdad. El hombre más imposible para ella... era él. Solo él.

–¿Podrías estar más distraído? –soltó con hostilidad patente Anne y eso hizo que Liz la mirara con curiosidad–. No sé para qué he venido si...

–Anne –el tono de Drake tenía solo un filo de disgusto– basta.

Como si fuera una orden, Anne se quedó en silencio de inmediato. Tal vez por la sorpresa, tal vez porque no lo esperaba. ¿Quién podía saberlo?

Al llegar finalmente a la puerta de su casa, Liz agradeció a Drake y Anne por la noche, fingió que la había pasado de maravilla y antes que pudiera abrir la puerta, Drake dijo:

–Te acompaño –no era una pregunta sino un aviso.

–Ah... claro –Liz murmuró y antes que siquiera pudiera terminar de decirlo, Drake había girado y le estaba abriendo la puerta–. Gracias –sonrió.

Drake asintió con una leve sonrisa y le guiñó un ojo. Liz caminó unos pasos antes de notar que Drake estaba en la ventana, hablando con Anne. Se encogió de hombros pero él la alcanzó casi enseguida.

–¿Me permites? –él le ofreció el brazo y Liz rió.

–Eres todo un caballero, Drake –se burló, extrañada–. No que normalmente no lo seas, sin embargo hoy... ¿qué está pasando?

–Tengo que hablar contigo, Liz –la miró con seriedad– y me encantaría que fuera lo más pronto posible.

–Bien, entiendo que sea urgente pero no puedes dejar a Anne en el auto y...

–Por supuesto que no –cortó él–. Solo quiero anticiparte que en verdad necesito hablar contigo cuanto antes.

–¿Qué tan urgentemente? –Liz sofocó un bostezo–. Estoy algo cansada.

–Esta noche.

–Pero Drake, es casi medianoche y... –Liz suspiró mientras Drake la miraba fijamente, con sus ojos grises suplicantes–. ¿Cómo podría negarme?

–¡Gracias! –Drake la besó en la mejilla y Liz clavó sus ojos inquisitivos en él–. ¿Qué? ¿Desconfías de mis buenas intenciones?

–¿Buenas intenciones? –se pasó una mano por la frente–. Creo que terminaré arrepintiéndome de esto, Drake.

–No... –Drake cerró la boca con rapidez–. Ahora no –dijo, en tono bajo–. ¿Puedo entrar, entonces?

–Puedes. Pero, primero ve con tu futura esposa que...

Se silenció inmediatamente al sentir el contacto de los dedos cálidos de Drake sobre sus labios. Podía sentir la mirada gris de Drake clavada en su cabeza, no obstante ella continuó mirando a sus pies, sin saber por qué, por primera vez en la vida, se sentía insegura de mirar a su mejor amigo a los ojos. Temiendo lo que pudiera encontrar en ellos.

–Bien, te veo más tarde –escuchó Liz y algo en el tono de Drake le indicó que el momento había pasado. Lo miró–. Estaré de vuelta pronto.

–Te estaré esperando –confirmó Liz.

Drake la besó en la mejilla una vez más y, cuando parecía dispuesto a añadir algo adicional, negó imperceptiblemente y sonrió. Dio la vuelta y caminó hacia al auto.

Liz se quedó parada en la puerta, mirándolo alejarse y preguntándose si tan solo estaba imaginando cosas. El descubrir que amaba a Drake podría convertir en un desastre romántico a su cabeza, o eso imaginaba. Nunca había sentido nada tan poderoso y a la vez tan sutil. Era mágico.

Era Drake. Solo podía ser Drake. Miró que el auto se alejaba y se preguntó qué era tan importante para él que no pudiera esperar hasta la mañana siguiente. Como si unas horas fueran a hacer alguna diferencia.

Caminó en la oscuridad, sin encender ninguna luz hasta que llegó a la cocina. Ahí preparó café porque tenía bastante sueño y si realmente iba a esperar y escuchar a Drake, necesitaba estar más que treinta por ciento despierta.

Pensar en Drake en ese lugar, hacía que recordara la manera en que se habían reconciliado después de creer que jamás volvería a tenerlo en su vida. Mirarlo cada día había sido un tormento, saber que él ya no estaba para ella fue más de lo que pensó sería capaz de soportar. Cada día se le hacía eterno y vacío, se dio cuenta que se había aferrado demasiado a Drake y que, después de todo, él podía buscarla solo por costumbre. Eso pensó, sin embargo él no cedió. Pese a todo, a sus rechazos y a que se negó a verlo, Drake insistía e insistía. Terminó por rendirse, al no entender como lograba estar en todos los lugares que ella estaba... donde quiera que mirara, parecía encontrar a Drake. Era agotador ignorarlo, era agotador extrañarlo.

Un día, había estado desayunando en su casa. Nadie más de su familia parecía estar por ahí y ella no le dio demasiada importancia. Alguien entró y ni siquiera miró, hasta que sintió que la puerta se cerraba. Las dos puertas. ¿Por qué alguien cerraría...? Drake.

–¿Qué haces aquí? –le había preguntado, mientras terminaba de comer su plato de cereal–. ¿Cómo entraste?

Drake se sentó frente a ella, sin esperar una invitación que, sin duda, no llegaría. Sonrió. Liz clavó sus ojos en el plato casi vacío de cereal.

–Ya entiendo, todos se fueron... están cansados de tu insistencia. No dejas tranquilo a nadie que haya cruzado una palabra conmigo. Esto ha dejado de tener gracia desde hace mucho tiempo.

Si Liz esperaba una respuesta, Drake no estaba dispuesto a darla. Ella espero, revolvió con lentitud el contenido frío de su plato y, cuando ya no pudo resistir más, lo miró. Él volvió a sonreír.

–¿Qué estás esperando que te diga? –suspiró frustrada–. No he contestado a tus llamadas, cartas, mensajes, ¿ahora ya no hablarás? Drake... –Liz soltó impaciente.

–¿Sí? –contestó él, con una brillante sonrisa–. ¿Cuánto hace que no dices mi nombre? –la fastidió y se ganó una mirada de disgusto de sus ojos avellana–. Lo siento, Liz. Tú sabes que yo no sería capaz de...

–En este lugar, no. Estoy comiendo, no me gusta que...

–Lo sé, que te interrumpan. Por eso he esperado, cuando vi que no comerías más... entré para verte. ¿Ahora me escucharás?

–¿Qué no comería más? –Liz intentó llevarse la cuchara a la boca pero desistió–. ¿Cómo es que lo has sabido?

–Nunca terminas tu cereal. En general, dejas siempre algo sin terminar.

–Eres imposible –Liz puso en blanco los ojos y suspiró– pero te has ganado que te escuche... –en ese instante, los dos sabían que todo había pasado ya.

Cuando estoy contigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora