Capítulo 1

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Drake sonreía como un niño, esa sonrisa tan habitual en él y Liz estaba en shock aún. Miró su reloj, ya habían pasado treinta minutos en silencio, sería bueno empezar a hablar... o al menos a hacer algo más que estar ahí sentados uno junto al otro mirando a la pared.

–Liz, cariño... estoy a punto de cumplir treinta y dos años. ¿No lo esperabas?

–¿De ti? –su voz salía con suavidad–. Pensé que siempre estaríamos juntos.

–Lo sé –él la acercó a su lado–, ese era el plan.

–¿El plan? –Liz negó–. Yo me casaría y tú seguirías eternamente soltero, ¿no era así?

–Sí, tienes razón. Cuando llegaste a la adolescencia lo cambiamos.

–Cuando llegamos –corrigió–, porque las mujeres caían sobre ti como...

–Como los chicos sobre ti... era igual.

–No, no era Drake –negó Liz–. Todo era por ti.

–¿Sigues sin darte un poco de crédito?

–Te equivocas, me doy el crédito que merezco. Pero sé muy bien por qué algunos... bueno, tú...

–Es mejor no recordarlo. Aún lo siento, Liz.

–Sí, deberías... –trató de sonar seria, sin embargo sonrió–. Ya pasó, Drake.

–Aun así... –él suspiró con pesar– te hice mucho daño.

–No fue tu culpa –soltó automáticamente, cuando los dos sabían que sí lo era–. Bien, tal vez lo fue pero ya lo superamos.

–Lo superamos... –Drake la abrazó–. No sé qué haría sin ti.

–¿Crees que a tu esposa le gustaría escuchar eso? –preguntó Liz, tratando de bromear.

–No lo sé, pero tendría que acostumbrarse. Después de todo, tú eres...

–Tu mejor amiga –completó Liz besándole la mejilla–. Sí, Drake, lo sé.

–¿Alguna vez...? –él cerró la boca cuando Liz clavó sus enormes ojos avellana, para silenciarlo–. ¿Qué voy a hacer?

–¿Ya se lo dijiste? –cambió de tema, porque no quería saber a qué se refería.

–¿Eh? –Drake sacudió la cabeza–. Oh sí, es complicado.

–¿Crees que te diga que no? –Liz entrecerró los ojos.

–No precisamente.

–Drake, ¿me estás ocultando algo?

–Técnicamente, no –respondió con una sonrisa.

–¿Técnicamente no? ¡Drake! –pidió, temiendo lo que pudiera estar evitando decir–. ¿Quién es?

Él suspiró, intentando dejar atrás el tropel de recuerdos que se arremolinaban en su mente desde que la había visto. Ese reencuentro fortuito... Liz no se lo iba a perdonar.

–¿Drake? ¡Drake! –insistió y pasó su mano con insistencia frente a los ojos grises de Drake–. ¿Quién es?

–Solo espero que...

Liz tamborileó los dedos con impaciencia, sabiendo que eso pondría nervioso a Drake. Él le lanzó una mirada amenazante. Liz le sacó la lengua en respuesta. Drake puso los ojos en blanco.

–Recuerdas a... –esto iba a ponerse feo– ¿Anne?

Liz arrugó la nariz y esa fue toda la respuesta que él necesitaba. ¿Si la recordaba? ¡Seguro que aún la odiaba!

–¿Anne? –repitió Liz con incredulidad–. ¿Cuál Anne? Porque permíteme decirte Drake, que dudo que hables de la misma Anne que me humilló durante gran parte de mi vida, la que destruyó mis sueños y se burló frente a toda la escuela, incluso... tú.

Drake cerró los ojos, sabiéndose incapaz de mirarla. Eso dolía.

–¡Drake, por favor, dime que no es lo que estoy pensando! Tú no puedes...

–Lo siento, Liz –respondió él en tono bajo y no había necesidad de más palabras. Los dos sabían lo que significaban.

Liz se levantó, caminar siempre la calmaba. Quedarse sentada, si eso era lo que le estaba poniendo los nervios de punta. No que su mejor amigo se casara con su peor enemiga. Eso no, no era por Drake. Era porque no se lo esperaba. Drake...

Sintió sus manos sobre los hombros. Ella se quedó quieta, clavada en medio de la sala. No podía mirarlo siquiera, sentía sus ojos llenos de lágrimas. ¿Cómo podía hacerle esto nuevamente?

–Liz... yo no quise... –Drake no sabía que decir. Se pasó la mano por su cabello castaño, nervioso–. Créeme que todo fue... yo ni siquiera... ¡Liz! –la llamó, cuando ella se sacudió de él y siguió hasta la cocina–. ¿No me escucharás?

–No quiero verte, no ahora –Liz suspiró–; además, este es territorio neutral. No podemos hablar de nada de eso.

Drake echó un vistazo a su alrededor. La pequeña cocina lo hizo sonreír, al recordarle otro espacio similar, varios años atrás, en el que Liz y él acordaron no hablar nunca de nada incómodo, triste o molesto.

Tenían tantos años juntos, toda la vida. Toda una vida junto a Liz. Y él aún se sorprendía de verla cada día, diferente y aun así recordar a la misma niña que llevaba su cabello castaño recogido en una cola alta siempre. Habían sido vecinos, amigos y... bueno, él había sido un completo idiota. De ahí la promesa, la lejanía, el tiempo de incomodidad, el temor a perder a Liz... y al final, su perdón. Recuperar a su mejor amiga había sido una de las mayores alegrías de su vida. Liz...

–Está bien –accedió Drake, siguiéndola en silencio–. ¿Cómo vas con tu pintura?

–¿Pintura? –Liz sonrió–. Bien, aunque estoy pensando dedicarme a la escultura.

–¿Por qué? Eres muy buena pintando.

–No es suficiente –suspiró Liz– quiero algo más y aún estoy averiguándolo.

–Te ha llevado bastante tiempo –bromeó Drake cuando Liz torció el gesto.

–Lo sé... no me lo recuerdes –pidió con una sonrisa. Drake se sintió aliviado al verla así nuevamente.

–¿Es suficiente que lo haga tu mamá, tu papá, tus hermanos, tus tíos...?

–Y todos los demás –Liz hizo un enorme círculo con sus manos–. No me dejan tranquila, nunca. Odio las reuniones familiares.

–Claro que no, las amas –señaló él.

–Otro defecto mío –suspiró.

–¿Cuál ha sido el primero?

–Indecisión.

–¿Crees que serías capaz de decidirte por algo? ¿Por alguien?

–Solo si me interesara lo suficiente, Drake... lo suficiente.

 

Cuando estoy contigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora